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                Los ojos de Tamar se herían con los rayos de sol. Pasar de la semioscuridad e iluminación artificial a la intensa claridad del astro rey le hizo intensificar su dolor de cabeza, ahora justo detrás de los ojos. Salió retirando la maleza, hojas y ramas que colocara antes y sintió con agradable embeleso el contacto de los cálidos rayos de sol sobre su piel helada. Por fin se deshacía un poco del frío que la arropara en los subterráneos y con éste de la sensación de ser observada. El viento soplaba abundante y cálido envolviéndola en una agradable sensación.

Nunca antes estuvo en esa parte de la floresta, salvo aquella noche lluviosa. La encontraba hermosa con los árboles, la maleza, las plantas silvestres, el musgo y toda la naturaleza creciendo a su antojo. Parecían crear un mundo aparte hecho solo de vegetación y dejaban un pequeño claro que la luz bañaba justo frente a la camuflada puerta. Parada allí, a ojos cerrados y labios sonreídos, cual si fuera un árbol extendió los brazos para absorber la mayor cantidad de sol posible. Era agradable y a la vez poético ser una estatua de oscura piel vivificada por el cálido rayo.

La ladera que subía detrás, los enormes y frondosos árboles que resguardaban oculta la puerta exterior, el barro cubriendo el terreno que ascendía... todo estaba allí. Suave la brisa balanceaba las enredaderas que trepaban los árboles, las ramas y las hojas. El aroma a frescor húmedo todavía se apreciaba a pesar del fuerte sol que caía.

Subió a la ladera parándose sobre la puerta exterior, junto a los dos árboles de roble. A una gran distancia, entre ramas, troncos y hojas creyó divisar una esquina el techo de la casona. Sobre ese alto lugar la brisa soplaba tan deliciosa que le hizo recordar la presencia de su cuerpo, la sed, el cansancio, el sueño privado... sintió el rugido del hambre en su estómago. Bebiéndose el último trago del agua que llevara en su mochila, trazó un camino mental y regresó al subterráneo. Más fuerte que su dolor de cabeza, su hambre o su sed eran las ganas de encontrar alguna pista. Porque, Tamar, era una mujer a la que le gustaba cumplir sus metas; sobre todo las que estaban al alcance de sus manos.

Aspirando una bocanada del fresco aire que reinaba fuera se adentró al oscuro pasadizo siguiendo las huellas que aún se veían en el piso. Los drones la siguieron mecánicamente. Atrás quedó el día con sus luces y sus colores.

La próxima vez podría invitar a Patrisia, traer a Tomás cuando llegara; por qué no, contactar con Mae. De seguro ellos con su afición a los libros, a la literatura y a la historia se encantarían con esa Mansión Subterránea. Traerían iluminación inalámbrica y se vestirían de ropas fosforescentes y... Definitivamente a Tito le fascinaría. Si lograba contactar con él, estaría muy emocionado con la noticia. Al instante le salió un suspiro de tristeza al recordar a sus hermanos. Luego chasqueó con fastidiosa resignación al pensar en el papeleo y diligencias que le tocaba hacer debido a ese extraordinario descubrimiento. Se pensó mantenerlo en secreto, era un ahorro.

Cuando entró al pasillo que cerró la puerta tras sí, recordó otro detalle de este tipo. Su dron de monitoreo se había averiado la otra noche justo allí y aún no lo reemplazaba. Sabía lo que eso significaba, Fener le había dado una especie de alerta al respecto ¿Dónde habría quedado la I.D. que le diera? En fin, no era que no apareciera a la vista, pues con la presencia de TAXA esas noches y sus excursiones por la feria otros drones fijaban sus movimientos. Le restó importancia. Ya buscaría uno y haría el papeleo, el multimedia y demás. Tenía unos días de margen ¡Qué más daba pagar una multa por un par de días de completa libertad dentro de esos muros! Después pensaría en esas cosas, su mente adolorida sólo tenía una idea fija en ese momento y quería cumplirla.

Las huellas dejaron de aparecer en uno de los subterráneos que llevaban a la gran sala. Así que, pensando en hacer un último esfuerzo y para encontrar esos datos perdidos, debía apresurarse en ubicar el fresco. Observó con cuidado aquellas paredes de piedras que se extendían en los pasillos. Ya no sabía si era suya, de alguien más o de algún recuerdo, la voz que resonaba en su mente indicándole a dónde dirigirse, cruzar y caminar.

Como Viento con la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora