Capítulo 1: Mi vida

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Universidad, el infierno después de la Secundaria. Aunque estudio exactamente lo que siempre he querido ser, arquitecta, esto de calcular, dibujar y hacer maquetas no se me da. Soy de esas personas que prefiere trabajar en terreno, prefiero estar dentro de una obra que en un estudio planificando algo que luego el resto tendrá que hacer y que, ni siquiera, admiraré luego. Tal vez solo debí haber sido un obrero pero ¿Qué decirles a mis padres? No me permitirían no tener un título profesional en alguna cosa, simplemente no. Así que mi única opción fue entrar a una universidad a estudiar arquitectura.

Y no me refiero a que estar en la Universidad sea una mierda, porque no es tan mala; hay buena gente, los profesores son relajados y el lugar es bonito, pero ¿Por qué salir de un sistema donde se estudia por doce años para entrar a otro sistema donde mínimo son cuatro años más y perder todo aquello que el mundo puede entregarnos ahí a fuera?

Tenía el ceño fruncido de solo pensarlo y al ser consciente de ello lo había aflojado parpadeando varias veces y mirando a mí alrededor para comprobar que nadie me había descubierto quejándome mentalmente de la educación mundial.

Mi trasero estaba comenzando a doler por la piedra dura debajo de él, así que me paré para estirarme y observé el desastre que tenía; mis lápices por todos lados, mi bolso dado vuelta sobre la piedra, una caja de cigarro vacía, varios cigarros ya consumidos, el encendedor, mi croquera abierta casi en las últimas hojas con el paisaje del Obelisco plasmado en ella y mi celular sonando.

—Mierda.

Me agaché para tomarlo del suelo e identificar quién me llamaba "Mamá".

—¿Eh?—dije sorprendida.

— ¿Querida?— habló mi madre en la otra línea.

—Hola Mamá, ¿qué cuentas?

—Silla, queremos que vengas para Chile un par de días— un suspiro— Oscar sufrió un paro cardiaco y falleció hace algunas horas.

¿Oscar? ¿Mi abuelo materno? ¿Muerto?

La gente se oía a metros de mí, mi celular pesaba más de lo normal en mi mano, mis piernas temblaba y mi mente navegaba por diversos recuerdos de nosotros en la calle que daba a su casa con mi nueva bicicleta rosa sin ruedas listos para salir a andar por el lugar, él mojando mis flotadores en la pileta para que se deslizaran mejor por mis brazos en el patio de atrás, yo de pequeña dormida sobre su panza en la hamaca sujetada por dos árboles gruesos al fondo del campo, sentados en la cama de su habitación viendo Mi Pobre Angelito en Navidad esperando que fuesen las 12 para correr hacía el árbol a buscar los regalos de Papá Noel.

La noticia me había tomado por sorpresa, no podía imaginar no volver a verlo sonreír, escucharlo contar historias, sentirlo abrazándome, no podía imaginar un mundo sin él, no podía imaginar pasar las puertas del aeropuerto y no verlo al fondo de la gente con una gran sonrisa, su pelo canoso, sus arrugas, su sombrero de campo y su bigote, el mismo bigote en el que colgaba mis broches de niña. No podía imaginar un adiós.

—¿Amor? ¿Me escuchas? —preguntó mi mamá aun en la llamada

Un par de personas que habían detenido su caminar por la Plaza me observaban preocupados por las lágrimas que bajaban por mis mejillas sin razón alguna. Con la mano que estaba desocupada limpié las lágrimas y me escondí tras mi pelo esperando que se apartaran y siguieran su camino.

—Me tengo ir, hablamos después. —colgué el teléfono, recogí todo lo que tenía en el piso y lo metí en mi bolso lo más rápido que pude.

Caminé hacia la parada del colectivo para tomar la 59 que me dejaba al frente de mi departamento en Recoleta. Me sentía paralizada, hacía solo instantes estaba dibujando feliz de disfrutar el sol de mañana y de un momento a otro todo estaba tan nublado y oscuro. Aun recordaba lo doloroso que había sido para mi abuelo afrontar que me iría de Chile para estudiar en Argentina y así optar por una educación gratuita y de calidad, además de poder trabajar y estudiar a la vez.

El Número 32Donde viven las historias. Descúbrelo ahora