Capítulo 5: El Funeral

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Él se bajó del auto dejándolo encendido y me abrió la puerta. Tenía miedo pues estábamos solos en medio de la carretera, la única luz en el lugar era la del auto, había conocido a Nicolás tan solo un día y eran las tres de la madrugada. Quería que pasara un auto para no sentirme tan indefensa.

—Baja. —dijo Nicolás. Obedecí y me paré junto al auto.

—¿Qué sucede, Nicolás?

Me tomó de la cintura y me guio rodeando el auto me soltó frente a la carretera, apenas a unos centímetros de ella, si él lograra empujarme unos segundos antes de que un auto pasara yo estaría estampada contra el cemento. Apretaba los dientes alerta a cualquier movimiento de él. Mis puños estaban cerrados con tanta fuerza que las uñas comenzaban a clavarse en mis palmas. Éste entró a penas al auto, cerré los ojos esperando el golpe o sus manos en mi espalda listas para empujarme.

—Sube. —me ordenó él.

Giré lentamente abriendo los ojos hasta ver el auto delante de mí, él estaba parado junto a la puerta. No tenía nada en las manos que pudiesen herirme, me relajé un poco sin bajar la guardia aún.

—¿Qué? —pregunté confundida.

—Maneja los últimos kilómetros, ya te acomodé el asiento. —dijo con una sonrisa de lado.

Todo el temor desapareció. Su plan era sorprenderme dejando manejar su coche. Solté el aire que había contenido y estiré mis manos, las tenía algo rojas luego de ejercer tanta fuerza en ellas.

—¿Lo decís de verdad? —pregunté aún un poco asustada por la antigua situación.

Él sonrió más ampliamente y eso me respondió la pregunta. Ya más relajada me acerqué al auto y admiré la puerta del piloto abierta. Levanté la barbilla y lo miré sonriendo. Mientras subía al auto acerqué mi rostro al de él para darle una probada de mi maldad. Nuestras narices casi rozaron pero yo finalmente me senté en el asiento y él me cerró la puerta, subiendo a continuación al asiento del copiloto.

—Bien, los cambios son automáticos, las luces de giro están en el volante, el volante se va a ajustar solo, se prende...—me explicó cómo manejarlo él mientras yo me ponía el cinturón y sentía mis pies descalzos en el acelerador. —No viene nadie atrás, puedes incorporarte a la carretera.

Arranqué el auto presionando el botón rojo que tenía el volante y el coche rugió con un sonido que llenó el aire, hasta se podría decir que era ensordecedor. El auto parecía manejarse solo ya que en un simple movimiento de pie este ya estaba en la carretera.

—¡Huy! —exclamé por la sorpresa de la reacción.

Nuevamente toqué el pedal pero esta vez no temí y apreté casi a fondo de éste. Sentí un fuego de adrenalina arder dentro mío. La velocidad era emocionante cuando uno la producía, me sentía poderosa en ese auto. Todo quedaba atrás, muy rápido, con esa velocidad. Recorrí la mayor parte del camino por la montaña gritando asombrada por lo viva que me sentía. Nicolás a mi lado solo me miraba disfrutar de la velocidad, el viento, el auto, el manejo y la carretera. Tenía el corazón yendo a mil, al igual que el auto, por lo excitante que era el vibrar del volante en mis manos.

El viaje terminó frente a mi hotel, donde Nicolás estiró la mano y apagó el motor. El frente del Hotel estaba iluminado pero no había rastro de alguna persona cerca.

—¡Eso ha sido genial!— exclamé mirado a Nicolás quien me observaba sonriendo.

—Sabía que te gustaría.

—Ha sido una noche genial, gracias por venir y traerme. —agradecí agachando la cabeza. Al no escuchar una respuesta lo observé y nuestras miradas se encontraron.

El Número 32Donde viven las historias. Descúbrelo ahora