Capítulo 2: El Reencuentro

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Subí junto al botones a mi habitación, era una estancia bastante grande. Al entrar estabas en una sala con paredes marrones claras, un sofá y una televisión. A la izquierda había una cocina muy bien equipada con paredes grises y un piso de azulejos oscuros, acompañado de la larga mesada había una mesa para dos o tres personas en la esquina y, por último, al lado de la cocina, estaba la habitación de paredes rojas con una cama doble y un armario con espejos en las puertas. La habitación parecida diseñada por un profesional debido a la mezcla y combinación de los colores, tanto del sofá amarillo y gris como también el rojo de las paredes de la habitación, todos eran colores arriesgados que solo un genio se aventuraría a elegir.

En ese momento tenía sentimientos encontrados, el cuarto era muy grande para un solo cuerpo, por lo que dejaba muchos espacios vacío que lo hacía parecer frío y oscuro, pero por otra parte me sentía muy llena estando en Chile, podía que yo no perteneciera acá pero, después de todo, diez años en este país no venían solos, le tenía algo de cariño, por supuesto que nunca el mismo que el que le tenía a Argentina.

—Señorita, ya me retiro, ¿desea algo más? — dijo sacándome de mis pensamientos el botones que ya había ubicado mis valijas en mi cama y esperaba con una pose muy derecha y las manos juntas al frente al lado de la puerta de salida.

—No, gracias. — me dirigí a mi bolso y saqué mi cartera, deposité dos mil pesos en la mano del botones y este se retiró luego de asentir de forma de agradecimiento.

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Ya había terminado de organizar mis cosas en el hotel cuando mi reloj de muñeca marcó la hora de ir a casa de mi abuela. Bajé a la recepción y le pedí al recepcionista que me pidiera un taxi. En cuestión de minutos ya estaba ahí y, al subirme, le di la dirección de la casa de mi abuela.

La casa de mi abuela era un terreno grande casi a las afueras de Santiago. El lugar estaba conformado por una casa de una planta simple con dos habitaciones. Lo que volví especial esta casa era el tamaño de su patio y el espacio para una mesa donde entraba toda la familia.

Cuando llegué a casa de mi abuela me bajé del taxi y le pagué para, después, ir hacia la puerta y tocar el timbre el cual se escuchó sonar adentro. La entrada no era nada del otro mundo, un piso de piedra, espacio para varios autos y una linda puerta. Me recibió uno de mis primos, Marcos. Él heredo el pelo rizado y oscuro de su madre, Cecilia, hermana de mi padre, y los ojos oscuros de su padre, Carlos.

Abrió la puerta y al verme la cerró nuevamente, antes de que yo siquiera pudiese reaccionar a entrar.

—No tenemos tiempo para hablar de Cristo, gracias— dijo tras la puerta luego de haberla cerrado.

—Marcos, no es chistoso. ¡Ábrela! — reclame pegándole a la puerta y esta se abrió.

—Eso le sucede a las personas que no mandan ni un mísero mensaje reportándose viva en casi doce meses— dijo dejándome pasar enojado de broma.

Era verdad, no me había comunicado con nadie de la familia, a excepción de mis padres, es solo que estudiar, trabajar, sustentarte y cuidarte no era tarea fácil. Aunque, siendo sincera, no solo era eso la verdad es que simplemente, después de tres años sin vernos periódicamente cada uno había formado su personalidad y algunos aspectos de la de Marcos no me agradaban. Mandarle un mensaje solo incitaría la conversación y cuando el comenzaba a hablar me irritaba su manera de pensar acerca de la nueva Argentina.

— ¿Cómo has estado?— dijo quejándose y dándome un gran abrazo.

—Lo siento, perdí mi antiguo celular y ya no tengo los números de nadie y la universidad me tiene copada pero ahora estoy libre por un par un tiempo— mentí. Seguro que eso me traería problemas pero lidiaría con ellos luego, ahora solo quería desaparecer en los brazos de mi abuela. —He estado bien. ¿Qué tal vos?

El Número 32Donde viven las historias. Descúbrelo ahora