Capítulo 10: ¿Qué?

185 8 1
                                    

—No quiero hablar de eso. —confirmó Nicolás mis sospechas. Realmente parecía cansado e irritado, el tema no le caía nada bien.

—¿Por qué no me contás? —pregunté sin comprender qué podía ser tan tremendo para no explicarlo. — ¿Qué pasó con ella? Parecía muy feliz de verte y no puedo decir lo mismo de vos.

—Simplemente no salió bien—dijo casi en un grito, ella era un asunto frágil. —, como pasa con todas las relaciones. —susurró para sí mismo, parecía justificar algo.

El silencio volvió a abundar como la brisa marina y nos sumergió a cada uno en sí mismo, dejándonos volar por nuestros pensamientos y recuerdos. Mi mente vagaba por la sonrisa despreocupada que Nicolás esbozó mientras me miraba a hurtadillas, lo tranquilo y en paz que se veía, definitivamente esa paz se había trasformado en tensión y preocupación. Solo era capaz de ver sus ojos cansados y abrumados, su mente cargando con todo y su cuerpo agotado.

El viaje terminó en la casa de mi abuela donde mi auto había estado parado desde el día en que corrí con los puños apretados hasta Nicolás enfrentándolo. Yo había sido capaz de desarmarme al frente de él sin importarme quién era, me había abierto. Tal vez mis razones no eran exactamente abrirme con él porque confiaba sino más bien porque la situación se dio sola pero esto no significaba que él no podía hacerlo conmigo, después de todo ambos cargábamos con algo y, quizá, al final del día lo más positivo que podía pasarnos era compartirlo.

Nicolás se bajó del auto y sacó del baúl de adelante nuestro bolso, de donde retiró mi ropa dejándola sobre el capó. Yo la tomé de encima y comprendí que nuestra aventura había finalizado ahí, que ya nada más pasaría hasta la próxima vez que hubiese una comida familiar o Jules y Marco organizaran algo. Habían sido dos días cargados de todo lo que una persona podía sentir; preocupación, desconcierto, felicidad, tristeza, adrenalina y, finalmente, vacío.

Sin decir nada me fui hacia mi auto en el cual entre y quise desaparecer como si este tuviese la capacidad de desvanecerse conmigo hasta volverme polvo, puesto que ser polvo y dejarse llevar por la brisa era más fácil que tener las riendas de la vida y adivinar qué camino seguir hasta el último día de la vida, finalmente la vida se trata de tomar decisiones todos los días con consecuencias y aciertos.

—Silla. —me llamó la voz de Nicolás a la cual yo respondí observándolo. Él solo estaba plantado frente a su auto mirándome sin ninguna emoción reflejada en su rosto. —Lo siento, no quería incomodarte.

No pretendía tener esta conversación en el auto así que salí y me reuní junto a él sin dejar de observarlo. Ambos solos nos veíamos cargados de un sentimiento sin palabras, incapaz de expresarse con palabras mundanas, un sentimiento que solo podía ser hablado con la mirada, una mirada que nos enlazaba incomprensible a los ojos de cualquiera, y hasta los nuestros.

—Solo háblame. —pedí sin meditar mis palabras, realmente no sabía que eso saldría de mi boca. Fue más un pensamiento en alto que se escapó de la jaula que retenía todos los sentimientos que embargaba en mí.

Por unos minutos nada se escuchó entre nosotros, ni siquiera la respiración era capaz de romper el silencio que nos había enrollado. La conexión seguía ahí, uniéndonos, con nuestras miradas. Parte de mí deseaba tocarlo para comprobar que todo fuese real y que él estaba ahí, que él lo sentía también pero hacerlo tal vez solo lo tomaría por sorpresa y el vínculo nunca volvería a ser el mismo.

—Ojalá fuese tan simple acatar esa orden. —susurró él. No parecía una respuesta para mí, sino que una batalla pérdida dentro de él que finalizó admitiendo que había algo abierto dentro de él.

Tal vez la ventana que llevaba a su alma tenía una rajadura, era superficial y estaba cubierta, por supuesto, pero a quien era capaz de acercarse sin miedo, comprendiendo los riesgos, esta brillaba y llamaba la atención, sin pasar desapercibida. Tocar ese cristal quebrado me producía temor, los riesgos eran tocarlo y nunca volver a ser capaz de ver la ventana de nadie más, que esta quede tan impregnada en mí que separarme solo me rodeara de vacío, pero a la vez tocarla podía rajarme a mí también, dejarme una marca, quebrarme y no volver a curarme nunca más, una quebradura tan profunda que desde muy lejos se percibiera. Nadie nunca advirtió que los sentimientos más profundos podían costarnos nuestra eterna felicidad.

Ninguno sabía exactamente qué hacer ni decir, ambos habíamos revelado parte de nosotros mismos en nuestras miradas que ahora estaban expuestas entre nosotros. La conversación parecía haber llegado a una habitación sin salida, hasta que una puerta se abrió y dejó entre ver lo que sucedía. Ambos nos sentíamos raros, solitarios se podría decir, necesitábamos de alguien. Esta revelación solo trajo más confusión a todo lo que ya sentíamos, solo nos llenó de más preguntas y cuestionamientos, que pronto desaparecieron con un movimiento.

Las emociones se condensaron y unieron para llenarnos, ocupando todo el cuerpo de nosotros. Esta vez realmente estábamos conectados. La electricidad recorría nuestros cuerpos ahogándonos de este sentimiento parecido al fulgor que ardía dentro de cada uno. Nuestra chispa, capaz de encender el mínimo sentimientos estaba quemándonos. Nuestro interior vibraba a causa de tanta libertad.

Todo aquello que había escondido en una jaula para que nadie lo viera salía a flote como una bolsa con aire en el océano, sentía que la libertad finalmente me abundaba, que nunca más volvería a estar retenida por nada de este mundo, que todo lo que ahora fluía, fluiría por siempre dentro de mí. Nuestro cuerpos compartían esta química que explotaba dentro nuestro con burbujas que incendiaban nuestro interior, oleadas de calor subías por mis pies hasta mi cabello. Todo era tan claro como el vidrio, podía percibir todo lo que nos enrollaba, lo que nos dolía. Juntos brillábamos y esa luz nos mostraba el camino que debíamos recorrer, esa luz era como un día despejado, como una noche con luna llena, como una guía para nuestras almas.

Finalmente sentía que todo estaría bien, nada podría lastimarme nuevamente. La quebradura en la ventana de Nicolás existía, la podía sentir, pero esta no me lastimaría. El alma de él estaba tan compenetrada con la mía que comprendía absolutamente toda su rabia, todo su pesar, toda su carga y toda su energía brotaba entre nosotros. Él ya no llevaba el peso, lo empujábamos juntos y yo ya no cargaba con las mentiras y el dolor, puesto que él lo sentía igual juntos no completábamos. La verdad estaba finalmente bajo un foco.


El Número 32Donde viven las historias. Descúbrelo ahora