VIII El recuerdo de una flor

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Diez años atrás.

¿Acaso estaba soñando?

No, eso era imposible. El fuerte dolor que tenía en la parte baja de la espalda le recordaba que estaba más despierto que nunca. Tal vez ya estaba muerto, pero si éste era el infierno, ella no debería estar allí.

―I-le-in ―alcanzó a susurrar antes de desmayarse.

~❁~

Ciudad Meteoro, trece años atrás.

La búsqueda de Ilein duró por meses. Nadie en ciudad Meteoro sabía nada de ella, nadie volvió a verla ni se encontraron rastros de su cadáver.

―Esa Mosca dijo que la mataron y cortaron en pedacitos. Pudieron esparcirlos entre estas montañas de basura y las ratas ya debieron haberlos devorado ¡Jamás la encontraremos! ―se quejaba Phinks.

Se había encaramado sobre una montaña de basura, sintiéndose abrumado por la basta extensión de desperdicios frente a ellos donde todavía no habían buscado.

―Que le baste saber que todo esto es su tumba. Será la tumba de todos algún día.

―No es tan sencillo ―explicó Shalnark―. Ella era importante para él. Necesita encontrarla, saber lo que pasó, saber que ya no sufre.

―Él sabe perfectamente lo que le pasó, las Moscas se lo contaron ―agregó Feitan―. Y viendo cómo los dejó, no debe haber sido nada agradable.

Hizo una mueca de asco, que sorprendió a los demás.

―¿Qué? Hasta yo tengo mis límites ―se limitó a decir, descendiendo de la montaña.

La búsqueda, por esta jornada, había terminado.

Desde aquel fatídico día, la vieja capilla había dejado de ser su escondite y ahora ocupaban algunas de las bases de las Moscas. Debían ejercer su dominio sobre el territorio y se encargaron de que el trato hacia los ciudadanos fuera más justo y libre.

Ellos no eran tiranos, eran niños jugando juegos de guerra; eran niños que, de a poco, estaban dejando de serlo.

******

Caída la noche, se reunieron para comer. Se cumplían tres años desde que eliminaron a las Moscas y eso ameritaba celebrar. Habían construido una mesa a la que todos pudieran sentarse, aunque en esta celebración, siempre faltaba uno.

―Chrollo nunca la olvidará ¿Cierto? ―preguntó Shalnark, cabizbajo y meditabundo.

―Probablemente no ―respondió Machi, llevándose un vaso a la boca―. Yo también la extraño a veces.

―¿Extrañarla? Yo detesto a esa maldita niña. Por su culpa, Chrollo nunca volvió a ser él mismo ―se quejó Phinks.

―No fue culpa suya, sino de las Moscas ―le corrigió Uvogin.

―Además, ninguno de nosotros volvió a ser el mismo después de esa noche ―agregó Nobunaga.

―Eso es cierto ―continuó Phinks, agitando su vaso―. Antes, esta mierda me parecía un asco y ahora la bebo con gusto. Supongo que terminaré por convertirme en un adulto idiota.

―¡Tú siempre has sido idiota! ―se burló Feitan levantándose, listo para salir corriendo.

―¡Esta vez sí que te mato, enano! ¡Ven aquí!

Phinks comenzó a perseguirlo por todo el lugar, mientras las risas de los demás no tardaron en llegar. Revivir sus travesuras era lo que necesitaban en una noche tan oscura como aquella.

Los días perdidos de LucilferDonde viven las historias. Descúbrelo ahora