XXVI Demasiado tarde

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Despertó sintiendo que la cabeza le daba vueltas. Lo primero que hizo fue mirar a su alrededor buscando a Ilein, la responsable de que se hallara en tan malas condiciones.

Ella había llegado tan repentinamente como un huracán, que arrasa con todo a su paso.

La diferencia era que este huracán sólo buscaba destruirlo a él.

Algo muy malo había pasado. Tanto como para llenarla de odio y volverla contra él, tanto como para haberla hecho entrenarse y atacarlo sin piedad.

Él jamás tuvo intenciones de quedarse con la habilidad de Ilein, sólo la tomó prestada por un momento. No pasaba de ser más que una broma por la que reirían luego.

Al momento de levantarse, el sonido de un objeto cayendo al suelo llamó su atención. Con sorpresa, vio la pulsera favorita de Ilein, que había sido dejada atrás, abandonada sobre su pecho.

Inclinarse para recogerla fue una tortura que no se comparaba con la sensación que la presencia de aquel objeto le causaba.

Ilein lo odiaba tanto que deseaba olvidarlo.

~❁~

Tres años atrás

Llevaba varias horas sentada en el balcón, mirando el atardecer primero y a la luna moviéndose por el cielo luego. Se mantuvo paciente, pensativa y triste. Esto último iba aumentando con el paso de las horas.

El sonido de la puerta la alertó de que su espera había terminado.

—Hola —saludó él, viéndola sobre el sillón, con los brazos cruzados en el borde del balcón.

—Llegas tarde —le reprochó, sin mirarlo.

—No recuerdo que acordáramos una hora en específico.

—No importa, siempre llegas tarde de todos modos.

Estaba de malas, supuso él, sentándose en el sillón también. Se sentía cansado y no quería discutir, menos con ella, que era su refugio.

En silencio observó su espalda, con los hombros descubiertos que resplandecían a la luz de la luna. Supuso que estarían fríos por la brisa nocturna, pero agradecía por ella: le traía el aroma de su cabello.

—Leí el libro que me diste. Fue interesante.

—Que bueno. También compré uno para mí, pero terminé más confundida que antes. Supongo que me equivoqué al creer que leyendo un libro podría aprender sobre ti.

La idea a Chrollo le causó gracia y quiso decirle que quizás era el libro equivocado. Tal vez había llegado el momento de mostrarle el correcto.

El libro se materializó entre sus manos, albergando sus secretos de bandido. Revisó algunas de sus páginas, miró algunos rostros de sus víctimas, cuyas maravillosas creaciones le daban la fuerza que lo caracterizaba.

Vio el marcapáginas. Crearlo se le ocurrió cuando usó la pulsera de Ilein con el mismo propósito. Una vez más ella lo inspiraba, por eso, contarle sus secretos se le hizo necesario.

Ella por fin sabría qué era lo que más amaba Chrollo robar.

—Ilein...

—El padre Faustino murió —interrumpió ella y el libro se desvaneció.

—¿Cuándo?

—Hace unas semanas. Yo... también llegué tarde...

Chrollo puso fin a la distancia que los separaba y la acunó en su pecho. Ella lloraba. Probablemente desde que él llegó o quizás mucho antes.

Los días perdidos de LucilferDonde viven las historias. Descúbrelo ahora