XXVII Página en blanco

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Un año después.

Chrollo caminaba con evidente nerviosismo de un lado a otro en el pequeño cuarto del barco y materializó su libro. Necesitaba revisarlo una vez más para convencerse de lo que ocurría. La página donde estaba la habilidad de la niña vidente había desaparecido, y eso sólo podía significar una cosa.

~❁~

En un pequeño pueblo, en algún lugar del mundo.

—¿Alguna duda?

—¡No, maestra! —respondieron los niños al unísono.

—Muy bien, entonces mañana los espero a todos con la tarea resuelta.

Los niños abuchearon, guardando sus cosas para retirarse. Pese a sus constantes quejas, ellos eran muy responsables, tanto que su maestra estaba orgullosa de ellos. Ilein se quedó viéndolos con los ojos llenos de amor y paciencia hasta que salió el último. Luego, comenzó a escribir en el libro de clases y después prepararía el material para el día siguiente. Si era eficiente, no tendría que llevarse trabajo para el hogar.

La semana anterior se había quedado revisando exámenes hasta altas horas de la noche, pero no le molestaba; siempre había deseado ser maestra y por fin lo había logrado.

Llevaba en ese pueblo cerca de un año y aunque seguía estudiando, le permitieron dar clases por falta de maestros. Era una comunidad pobre y aislada, pero muy acogedora. Allí llegó siendo una extraña, una mujer marcada y pudo integrarse sin mayores problemas, sin ser juzgada; allí encontró un refugio y pudo empezar desde cero.

La puerta del salón se abrió y un pequeño entró corriendo.

—¡Olvidé mi lápiz favorito! —dijo, lanzándose bajo la mesa a recogerlo.

Ella lo observaba sonriente. Era olvidadizo y distraído, pero se esforzaba.

—¡Hasta mañana, maestra! —Se acercó a ella con los brazos abiertos y le dio un sonoro beso en la mejilla, sobre la cicatriz.

—¡Hasta mañana! —respondió ella, tocando su insensible mejilla, esa que atrajo miradas curiosas y reticentes, y a la que los niños temían, sin dejar de preguntar por su origen.

«Fue durante un asalto», les explicaba ella y aprovechaba de enseñarles a ser precavidos y cuidarse unos a otros. Se tranquilizaba al pensar que en parte, su historia era cierta.

Sí, fue un asalto y con el tiempo dejó de sentirse incompleta, y de extrañar aquello que le habían robado.

Comenzó a borrar el pizarrón con su mano temblorosa. Jamás dejaría de temblar, pero cada vez le dolía menos el saberlo. Con el paso del tiempo, también todo dolía menos.

La puerta volvió a abrirse.

—¿Qué se te olvidó ahora? —preguntó sonriente.

Ninguna respuesta se oyó en el pequeño salón y al voltear, lo que vio la sorprendió a tal punto que el borrador se le cayó de la mano.

—¿Llegué tarde para la lección? —preguntó el hombre, sentándose en primera fila.

Ella tragó saliva, sentándose también. Sostuvo su mano, que temblaba más que nunca. Ahora las dos temblaban.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó, sin salir de su asombro.

—Vine a visitarte —respondió, con una radiante sonrisa—. ¿Acaso no puedo? Siempre es bueno ver una cara familiar.

Los días perdidos de LucilferDonde viven las historias. Descúbrelo ahora