X Donde todo comenzó

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Se encontraba sentada en el piso, en el centro de la habitación, con los ojos cerrados. Tras regular el ritmo de su respiración a una frecuencia bajo la normal en reposo, intentó concentrarse y expandir su aura en lo que se denomina Ren.

El constate temblor en su mano izquierda, que no lograba controlar, se lo impedía, llevándola de regreso al inicio.

Llena de frustración, se dispuso a comenzar una vez más, tal como lo hizo la primera vez.

~❁~

Trece años atrás.

Una súbita sensación de terror la despertó, dando bocanadas que, por más profundas, no lograban saciar de aire sus pulmones.

Miró a todos lados buscando a las Moscas, temiendo que pudieran aparecer para lastimarla. Con sorpresa, notó que ya no estaba en la habitación de Machi en la vieja parroquia.

Este lugar era diferente, más limpio y ordenado, más tranquilo, más alejado de la oscuridad. Se levantó aún adolorida y avanzó por un pasillo, sorprendida de que el lugar tuviera prácticamente la misma estructura que aquél en que se había refugiado con Chrollo y los demás.

Era como si hubiera retrocedido en el tiempo, al momento en que se mantenía en funcionamiento, acogiendo almas en búsqueda de redención y no a un montón de niños perdidos.

Pensando en aquello, guio sus pasos al lugar donde solía encontrar a Chrollo, sentado leyendo en el altar a la luz de las velas.

Ciertamente había velas allí, muchas de ellas, y figuras religiosas que se mantenían intactas y que parecían mirarla a cada paso que daba. Por un momento se sintió amedrentada, como una intrusa o más bien como si profanara, con su impura presencia, aquel lugar pulcro y sagrado.

Había un muchacho arrodillado en el altar. No era Chrollo. Su cabello era castaño y no negro, sus ropas eran nuevas y no gastadas y viejas, y lo más importante, estaba orando.

Volteó al oírla llegar y se le quedó viendo pasmado. Ella llevaba una bata blanca, que fue lo único que lograron conseguirle en tan poco tiempo. Su cabello claro y alborotado se agitaba como si flotara. Su pequeño cuerpo resplandecía bajo el tragaluz, dándole un aire celestial y santo.

Frotó sus ojos, pues sentía que no era real, de seguro estaba teniendo una epifanía, como aquellas de las que hablaba el padre Faustino en la misa.

La sensación de ella no era muy diferente.

Aquel muchacho que parecía de su edad, irradiaba paz y dulzura. Su agitado corazón se calmó con sólo verlo y supo que no había viajado en el tiempo. Esta era más bien otra versión de su realidad, una versión más pura y brillante, y aquel chico parecía ser el Chrollo de esta versión.

—¿Estoy soñando? —fue lo primero que salió de su boca.    

—No sé si estás soñando tú o yo, pero definitivamente esto parece un sueño.

Sin notarlo, Mijaíl avanzó hacia ella todavía arrodillado, como si siguiera contemplando la figura del hombre en la cruz a la que le oraba.

—¿Cómo te llamas?

—Mijaíl... Tú... ¿Eres un ángel?

El padre Faustino le había dicho que no, pero en este momento lo dudaba.

La pregunta le sorprendió.

¿Un ángel?

Lo poco que sabía sobre religión lo había aprendido de Chrollo y éste a su vez, de los libros que leía. Un ángel era un ser puro y dulce, que irradia bondad y paz; ella, por su parte, se sentía llena de inmundicia, la criatura menos digna de ser llamada así sobre la faz de la Tierra.

Los días perdidos de LucilferDonde viven las historias. Descúbrelo ahora