Capitulo no. 4

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Di vueltas y vueltas sin rumbo exacto, y cuando me percaté donde estaba estacionada, me di cuenta de que estaba en el cementerio. Bajé con determinación y fui directo a la tumba de mi hijo amado; mi ángel guardián.

Me sentía tan derrotada, tan abatida, tan cansada, que con lágrimas en mis ojos decidí descargarlo todo y simplemente hablar, de lo bueno y malo que he hecho, pero hablar, con la única persona que deseaba ver en ese preciso momento; con la única persona que quería estar.

- Solo quisiera poder darte el último abrazo, despedirme bien de ti. Siento un vacío tan grande dentro de mí, de esos vacíos que no se llenan. Te extraño tanto. –sollozó.

"Hola Daniella, ¿Cómo estás?

No hemos tenido contacto desde la vez que nos conocimos en Punta Cana. ¿Por qué no nos tomamos un café hoy?, conozco un buen lugar.

-Edwin"

Admito que para mí fue extraño ver ese mensaje en mi celular, no me desagradó para nada, al contrario; fue lindo ver ese mensaje, me proyecto tranquilidad. Si era evidente que no estaba lista para ningún tipo de relación o cercanía emocional con nadie ahora mismo, mas necesitaba a un amigo con quien olvidarme de lo mal que iba mi vida en estos momentos. A veces sentía que mi vida iba en caída libre o que se estancaba; no me movía, solo existía.

"Me encantaría saber cómo conseguiste mi número, estoy bien.

Mándame la dirección, estoy en la calle ahora mismo, podemos ir ahora si deseas."

Desde que recibí la ubicación, me dirigí al café, y al llegar lo encontré sentado leyendo un libro. Me acerque hacia él y me senté en la silla que tenía disponible para mí. Nos quedamos mirando unos segundos que para mí fueron eternos y luego me besó la mejilla en forma de saludo. Ordenamos nuestras tazas de café y unos panecillos, para poder crear un ambiente más familiar al momento de iniciar nuestra conversación.

- ¿Cómo sigues?, he pensado mucho en ti desde que nos fuimos de la casa de los padres de Nicolás.

- Respiro, es bueno, ¿no?

- Daniella, no sé cómo exactamente darte apoyo. Solo sé que no debe ser fácil.

- No, no lo es.

- ¿Por qué no tratas de emplear tu tiempo libre en actividades que despejen tu mente?

- Lo he hecho. Solo que tal vez, no han sido las correctas. Sexo, cigarros, alcohol. –dije con la mirada perdida.

- No. ¿Quieres salir de aquí?

- ¿Qué tienes en mente?

- Confía. Vamos a tu casa a dejar tu auto y después te vas conmigo.

- ¿A dónde?

- Solo confía. A veces es bueno no tener el control.

Así lo hicimos, fuimos a mi casa y entré el carro dentro del parqueo, para disponerme a entrar con un poco de intriga a su carro. No sé por qué razón, si confiaba en que estaba segura, pero eso el me transmitía; serenidad. Fuimos a un orfanato. Cuando Edwin se parqueó, las lágrimas comenzaron a salir a una velocidad casi sorprendente, y mi cara su puso pálida. No entendía por qué razón me había traído aquí.

- Ven, necesito que veas esto. –dijo con una sonrisa.

*Narra autora*

La realidad era que Edwin quería que Daniella conociera a una persona especial, para que así ella entendiera que su vida, aunque si era distinta ahora, no había terminado. El orfanato donde ellos se encontraban ahora mismo, lo había construido Edwin, pues desde que recaudó el dinero necesario, lo que quiso hacer era construir un lugar donde los niños con pocos recursos, que habían perdido a sus padres, tuviesen un lugar sano y feliz para crecer y desarrollarse; que a la vez, puedan ser jóvenes de orgullo para su sociedad.

MI RENACERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora