Algo debía cambiar en mi vida. Me resignaba a aceptar que mi vida solo se basaba en relaciones vacías y vicios ajenos. Ya era tiempo en el que yo me adueñara de la situación, de todo lo que estaba viviendo y sintiendo, e hiciera algo para cambiar y remediar mi situación actual; a nadie le hace bien mi comportamiento, empezando por mí.
De algún modo, esa visita de Arturo me desconcertó, pues me hizo ver que soy la única que permanece afectada por la partida reciente, y me llena de coraje, pues de alguna forma u otra, tenía que aprender a canalizar mi dolor en cosas positivas, cosas que me hagan a mí misma darme cuenta de que la vida sigue adelante, que no porque mi pequeño angelito haya partido, yo debía dejar ir con el, mi alma y mi esencia.
Me dispuse a bañarme de manera rápida, y ponerme un atuendo casual. Resulta que le había prometido a Edwin que iría a recogerlo al aeropuerto. No tenía ni la más mínima idea, porque este reencuentro de alguna forma me aterraba, no quería acostumbrarme a la idea de que podría estar sintiendo algo por él. Yo me había cerrado tanto en mi burbuja donde solo habitábamos mi sufrimiento y yo, y no quería adentrar a nadie ahí, no quería sentirme vulnerable por absolutamente nadie más. Me había vuelto una persona temerosa, me daba miedo absolutamente todo. Le temía al vivir, enamorarme, a ceder; le temía a sufrir más.
Cuando llegue al aeropuerto, me estacioné sin prisa y decidí esperarlo con tranquilidad. De hecho, había llegado con bastante tiempo y me senté en una mesa no muy alejada del pasillo donde podría ver cuando Edwin llegara. Empecé a escribir y a escribir. Cuando Sebastián estaba muy pequeño, solía escribirle cuentos que yo misma dibujaba y editaba, eran exclusivamente para él, había escrito historia de guerreros de armadura y misiones extraordinarias que ellos realizaban, y mientras fue creciendo, deje ese hábito de lado. Pero por alguna razón, quise volver a retomarlo.
Escribí por varios minutos, hasta que lo vi. Ahí estaba el, parado en frente de mi con una gran sonrisa. Era hermosa esa sonrisa, eran de esas que solo transmitían paz y tranquilidad, de esas que te daban un aliento de vida. Muy encantadora y sutil. Estaba un poco risueño y yo quedé perpleja.
- Creo que no sabes mucho de recibimientos. Debías recibirme y abrazarme, en cambio yo te encontré a ti y espero a que te levantes para yo poder abrazarte.
No pude evitar reírme. A caso, ¿Qué tenía el de especial que me hacia alucinar o sentirme en paz a su lado?, no me resistí a su propuesta violenta y me pare en un segundo. Me acerqué y lo abracé, fuerte, duro; lo abrace como si de eso dependiera todo, como si esa fuese la única salida a la última oportunidad de vida y aliento que me quedara. Inhalé su aroma, tenía un perfume espectacular, lo abracé así sin más, sin prisa, con cariño; así como si ese fuese mi único hogar, y yo estaba desesperada por llegar a él.
- ¿Cómo te fue? – dije un poco avergonzada por tal abrazo y alejándome suavemente de él.
- Muy bien, me hubiese gustado que me acompañaras. Te hubiese convenido mucho ir. Daniella, ahí se ve de todo.
- Me encantaría acompañarte la próxima vez.
Nos adentramos al carro y emprendí rumbo hacia su casa, me imagine que estaba cansado y que querría descansar tranquilamente en su casa. En el camino, me conto muchas anécdotas de su viaje mientras yo escuchaba atentamente. Era increíble todo lo que hacía, como ayudaba a tanta personas allá; era digno de admirar e imitar.
Llegamos en cuestión de minutos, y mientras bajaba sus maletas del auto yo simplemente lo contemplaba como si fuese una obra maestra, una pieza de arte de Picasso.
- ¿Te quedas un rato?
- ¿No quieres, o necesitas mejor dicho descansar?
- Prefiero tenerte en casa.
Mi mente me decía que no accediera, pero fue como si mi boca hiciera caso omiso a mis pensamientos y actuara por si sola. Sin siquiera responder, apague el auto y me baje de manera automática. Edwin tenía una gran capacidad para aumentar mi nerviosismo de gran manera, pero me gustaba, no se el por qué.
- ¿Vino?
- Gracias.
"Narra autora"
Daniella se encontraba en una situación incómoda, entendía que si se daba la oportunidad de encontrarse a sí misma junto a Edwin, estaría dejando de lado a Sebastián. Es normal sentirse sola, destruida, adolorida emocionalmente; pero en la vida todo tiene que pasar, sería sumamente doloroso vivir en un dolor insaciable, perderse a uno mismo en plena vida. Edwin, por otro lado, no tenía otra intención que hacerla entender que darse la oportunidad de sentir, de vivir, de disfrutar la vida, no era un pecado, más bien, el ser humano necesita sentir que su vida tiene un propósito. Su hijo murió, mas ella no. Ella no puede, más bien, no debe condenarse a una vida infeliz.
El la quería, la anhelaba. Ella era lo que él desde hace tiempo buscaba, y no entendía por qué la quería tanto, no sabía porque esos ojos grandes y marrones, llenos de tristeza y miedo le gustaban tanto; él no podía entender como esa sonrisa quebrada hacia que él quisiese brindarle todo lo que ella anhelara.
De repente sus labios se unieron en un tierno beso y su respiración se volvió una. Fue un beso totalmente diferente a los que se había acostumbrado a recibir últimamente, fue uno lleno de calidez y sentimiento; él quería transmitir algo, amor.
Se observaban y sonreían, como si su vida dependiera de tan solo ese instante lleno de segundos contados. La paz que Edwin le transmitía a Daniella era indescriptible, sentía que estaba renaciendo, al menos en tan solo ese momento, que para ella era puro oro.
- Y dime, ¿Qué hiciste mientras no estuve?
- Bueno –dije pensativa– visite en múltiples ocasiones a Susana, y te confieso que ella es fascinante. Es increíble ver como una niña tan pequeña es un ejemplo a seguir; tiene solo siete años.
Por otro lado, tuve un encuentro con Arturo y sentí mucha decepción. Darme cuenta de que me busca por dinero y no por lo que nos pasó, es muy duro.
- ¿Quién es Arturo?
- Mi ex esposo, el padre de Sebastián.
- Daniella, uno nunca termina de conocer a las personas.
¿Si es eso posible, uno tampoco terminaría de conocerse a uno mismo nunca?, porque a veces los días pasan y yo siento que no me conozco en lo absoluto. Me miro en el espejo y a veces siento pena, lastima, temor, asco, por el reflejo que veo presente. ¿A caso eso está bien?, sentir que uno mismo es un extraño.
Daniella saca su cigarrillo y lo prende con su encendedor. Edwin solo la observa, y admira el peso y dolor que carga sobre sus hombros, incluso le parece asombroso como muchas personas se han atrevido a darle la espalda, y a su vez, causar que sus ojos derramen lágrimas.
- ¿Me das un cigarro?
- ¿Fumas?
- No, pero lo comenzaré a hacer y lo dejare cuando tú lo dejes.
- ¿Cuál es tu punto?
- Entenderte; ponerme en tus zapatos. Si quieres podemos cambiar literalmente de zapatos –dijo riendo– aunque debe ser incomodo caminar con esos tacos.
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MI RENACER
Teen FictionSola, cansada, herida. Tras la muerte de la única persona que Daniella amaba sobre todas las cosas, tuvo que aprender a ser fuerte. Cometió errores en el camino, y fue con la llegada de Edwin, que pudo canalizar su dolor e ira de una manera benéfica...