Tal y como Joel le había prometido, justo después de terminar el entrenamiento fueron a una pequeña tienda que se encontraba cerca del campus y compararon una gran dotación de comida chatarra. Los niños en el lugar se les quedaban viendo con ilusión y deseo de ser ellos. El ojiverde le hubiera regalado algo a algún niño si no existiera la posibilidad de que toda la asociación de padres lo atacará por ser agradable con un niño al que le doblaba la edad.
—No puedo creer que comparas tres bolsas de Doritos —dijo Erick con una sonrisa cuando había subido de nuevo al auto.
—Que ni se te ocurra tocar una de ellas, son todas mías —el rizado le apuntó amenazante.
—Okey, okey —levantó ambas manos en forma de rendición—. Genial, tengo a un tonto por novio.
—Un lindo tonto —corrigió Joel. Erick se sintió intimidado por la profunda mirada que le estaba dando el rizado en ese momento—. Podría besarte ahora mismo.
Los ojos de Joel destellaban de deseo y algo más que Erick no lograba descifrar, todo eso había causado que la respiración del menor se volviera irregular y pesada por los nervios. Esa simple mirada casi fue la perdición para el ojiverde.
Aclaró su garganta antes de volver a hablar.
—Pero no hay nadie que nos vea.
—Es cierto —suspiró antes de regresar su mirada al camino y encender el auto.
Ambos se encontraban sentados en el suelo de la sala de los Pimentel, Steph los acompañaba para robar una que otra papa frita y para burlase de Erick cada que perdía en aquel juego de pelea que Joel había insistido en jugar.
Erick no tenía ni idea de a qué idiota se le ocurrió la estúpida poner a Mario en un juego de peleas.
—Por los Dioses, Erick. Eres un asco —escupió sin remordimiento su amiga con la boca llena de comida chatarra.
—Claro que no —el ojiverde arrojó a un lado el mando de la consola luego de haber perdido otra ronda—, es obvio que me dio un control dañado o con alguna alteración para que yo perdieran.
—Puedes usar mi control cuando quieras, príncipe.
Erick no tuvo tiempo de pensar en el calor que se acumulaba en sus mejillas por el flash que lo había cegado en el momento.
—Christopher va a amar esto —habló la azabache mientras tecleaba algunas cosas en su teléfono.
La carcajada de Joel solo le hizo sentir más vergüenza. Lo vio acostado en el suelo retorciéndose de la risa, quizás eran sus amigos pero nunca le había gustado que se burlaran de él. Se levantó del suelo decidido a irse sin responder alguna pregunta más. No se quedaría ahí sentado viendo cómo se ríen de él.
—Ey bonito, ¿a dónde vas? —preguntó Joel cuando lo vio pasar frente a él.
—A mi casa. No me quedaré aquí a ser su objeto de sus burlas.
—No seas tan dramático, Erick.
Ambos chicos hicieron caso omiso a la burla de Steph. Joel se levantó rápidamente y detuvo el paso de Erick.
—No te vayas —se mordió el labio nervios. Era una especie de tic que hacía Joel en ese tipo de situaciones, Erick lo había notado incluso antes que empezarán con toda la farsa. No lo admitiría en voz alta, pero eso le parecía completamente adorable—. Lo siento, ¿sí? No quería que te sintieras así.
El ojiverde no tuvo tiempo de reaccionar cuando ya no sintió el suelo en sus pies. El rizado lo había cargado como recién casados y se sentó en el suelo de nuevo, dejándolo sobre su regazo. Realmente Erick no podía pensar en otra cosa que no fuera lo hermosas que eran las facciones de Joel tan de cerca.
—Esto vale oro —dijo la chica tomando más fotos y enviándoselas a Christopher al instante.
Erick subió las escaleras de su casa suspirando por el cansancio y sin poder dejar de pensar en la cara esculpida por la misma Afrodita de Joel. No sabía si la casa estaba caliente o simplemente era él y el recuerdo del rizado clavado en su memoria.
La puerta del baño, que estaba en el camino a su habitación, se abrió de pronto dejando ver a un Christopher con solo una toalla amarrada en la cintura. Las mejillas de ambos se ruborizaron al instante y Erick por fin entendió por qué había estado vistiendo tanta ropa la última semana, y por el color de su cuerpo se dió cuenta que iba a necesitar seguir vistiendo así un par de días más. Quizás una semana más.
—Es un sarpullido —se escudó rápidamente el castaño antes de que el menor pudiera decir algo al respecto—. Lo juro.
El ojiverde sonrió divertido. Esta era su oportunidad para molestar a su hermanastro. Se cruzó de brazos y alzó una ceja sin dejar de sonreír.
—Que raro, no sabía que los sarpullidos podían tener forma de dientes —las mejillas de Christopher se encendieron más.
Las cosas comenzaban a tener sentido para Erick. Durante las últimas semanas Christopher había dejado andar por la casa solo en ropa interior y ahora usaba más ropa de la necesaria. Los chupetones y mordidas no sólo existían en su cuello sino que también se extendía por su torso hasta perderse en el nudo de la toalla, incluso tenía uno en el pezón izquierdo. Algunos tenían un tono rosa y casi invisible mientras que otros tenían un color púrpura oscuro dándole a entender que eran más recientes.
—Erick, puedo explicarlo.
—Quizás debería preguntarle a Yenny sobre este raro sarpullido —los ojos del castaño se abrieron increíblemente por la posibilidad de ser delatado con su madre—. Me preocupa tu salud, hermanito —el tono que usaba Erick estaba cargado con falsedad.
—No Erick, por favor —le suplicó el mayor—. No le digas nada a mamá.
—Solo si borras las fotos que te mando Steph —se recostó en una de las paredes del pasillo esperando la respuesta de su hermanastro.
—¡Erick! —el rostro sin expresión del menor le daba a entender que hablaba en serio— Bien pero quiero que sepas que no es justo... y que te veías hermoso en el regazo de Joel.
Esta vez fue el turno de Erick para sonrojarse.
—Bien, ya no tenemos nada de que hablar de que hablar aquí —iba a seguir con su camino cuando se le ocurrió algo más—. Chris...
—¿Quieres hacer otro chantaje?
—No, idiota —puso los ojos en blanco cuando vio la sonrisa del castaño—. Dime que al menos tú también lo marcaste como lo hizo contigo.
—¿Por qué piensas que fue un hombre y no una mujer?
—Disculpa pero nunca te he visto con una chica que parezca tan salvaje como para hacer todo eso. Eso fue hecho por una bestia.
Christopher se carcajeó por la respuesta de su hermano. Sabía que tenía razón, ninguna de las chicas que conocía era capaz de marcar su cuerpo así y tampoco les permitiría que lo hicieran. La situación tenía que ser un poco más sería para que Christopher dejara que hicieran algo así con su cuerpo.
—Tendrías que ver cómo le dejé la espalda —le guiñó un ojo con una sonrisa coqueta antes de encerrarse en su habitación.