Capítulo III: Sueño

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- ¿Qué estáis haciendo, noble caballero? –escuchó una voz a sus espaldas y un cálido aliento golpeó contra su oreja- ¿Qué-estabais-haciendo? –masculló notoriamente molesta esa voz.

Arnold abrió los ojos e intentó levantarse pero no lo logró, desesperado movió sus manos y lo único que sintió fue un fuerte dolor en sus muñecas. Sus brazos estaban levantados y amarrados entre sí para inmovilizarlo sobre su cabeza. Además sentía el duro y polvoriento suelo bajo sus rodillas. Al girar el rostro notó una figura moverse junto a él y avanzar hacia las penumbras de la habitación en la que se encontraban. Parpadeó varias veces para acostumbrarse y distinguió algo similar a un calabozo, agitó sus manos y notó que eran grilletes los que lo tenían inmovilizado.

- ¿Qué...? –tosió, sintiendo la garganta seca- ¿Qué ocurre?

- Irrumpís en mi reino y no seguís mis normas, caballero blanco ¿Acaso creéis que aparecerá una Diosa para salvaros? –una figura se formó frente a él- ¿Acaso creéis que mi poder es escaso? –preguntó imponente.

Arnold se extrañó por las palabras que escuchó, observó a todos lados en búsqueda de una salida pero lo único que notó es que llevaba andrajosa ropa cubriéndole y la sensación de no haber bebido en días.

Frente a él se formó la figura de una imponente mujer con zapatos de tacón alto y sus largas piernas cubiertas en medias de redecilla hasta la mitad de su muslo, llevaba un vestido que a los costados era negro y al frente rojo, con una corta falda entablonada, en la parte frontal de su torso tenía la forma del símbolo de las picas de la baraja de cartas. Al seguir subiendo se sorprendió de quien era ¿Cómo era posible? Gretel le observaba fijamente o quien podría ser ella, su cabello estaba recogido hacia atrás en una diadema con un picas en la parte superior y dos más pequeños a los costados, su dorado cabello era negro y corto, hasta su mentón y su mirada azulada había cambiado a una miel. Pero era Gretel, era imposible que no lo fuese.

- ¿Acaso no sabéis quién soy yo? –preguntó, avanzando hacia él hasta apoyar su pie sobre el pecho masculino y crear suficiente presión para aplastarlo contra la pared. La mujer le sonreía desde su posición- Soy la Reina de Espadas, soberana de estas tierras. –se alejó de él, caminando en círculos a su alrededor- Habéis destruido a mis preciosas criaturas, intentado poner orden en mi caótico reino. Y por eso ¡Pagaréis! –juró, comenzando a reír con fuerza.

Arnold buscó interrumpirla, decir algo pero su voz desapareció, luchó por protestar, por decirle a la prima de su novia que eso no era nada gracioso y por sobre todo quería preguntarle: ¿Cómo había logrado todo eso? Parecía utilería muy costosa.

Realmente se había lucido.

- Vuestra voz es mía, caballero blanco. Pero vuestro castigo le pertenece a otra. –se hizo a un lado para que de las penumbras apareciera otra mujer, con un largo vestido rojo con los costados negros y encajes dorados, llevaba largos guantes sobre sus codos del mismo color que el vestido y al igual que en la zona del busto, los guantes tenían corazones negros- Vuestra angustia le pertenece a la Reina de Corazones. –completó.

Arnold no salía de su asombro e intentó hablar, frente a él se encontraba Helga, con el cabello hacia atrás, completamente suelto, aunque si la luz lo golpeaba parecía brillar con tonos cobrizos.

- Es lo justo, el caballero blanco apareció primero en mi reino. Su castigo es mío... lo corromperé y será tu caballero gris. –juró la chica. Arnold no salía de su completo asombro, luchando por soltarse en vano- Parece que está impaciente....

- Eso es enternecedor. –Gretel o mejor dicho, la Reina de Espadas, chasqueó los dedos y apareció un enorme trono en el que se sentó, cruzándose de piernas, disponiéndose a observar- Me gusta un buen entretenimiento antes de comer.

Rojo y Negro [Cómame señor lobo] «Hey Arnold!»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora