Capítulo VIII: Realidad

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Bien, ese era el momento en que se sentía una completa pervertida ¿Verdad? Apoyada contra la puerta, cerrando con seguro por precaución aunque detestaba hacer eso porque iba contra todo tipo de seguridad que le habían enseñado pero al parecer su maldito cuñado no sabía lo que era la privacidad ¿O era Helga? No importaba. En ese preciso momento no tenía ganas de pensar en nadie ni en nada más que en la persona que tenía frente a ella.

En algún momento mientras la había estado besando, la trenza de Lila se había soltado por completo y ahora su cabello caía ondulante por su torso semidesnudo. La chica se había acomodado contra el respaldar de la cama y solo le cubría la ropa interior de un delicado color perla que parecía salida de alguna boutique para novias a punto de casarse, con un delicado sostén que se cerraba casi por completo entorno a sus senos, apretándolos entre sí y ajustando su torso hasta llegar a sobre su vientre, junto con unas bragas finas con una delicada flor de encaje en el centro, justo abajo del ombligo. Gretel sonrió de costado, parecía una delicada doncella. Si no fuese por el último incidente que habían tenido y la manera en que había conocido el fuego que vivía debajo de esa inocente criatura, juraría que se estaba aprovechando de Lila. En realidad, era esta la que le había sugerido a Gretel que se repitiera la situación, mirándole como si fuese una niña rogando por la última galleta de chispas que se guardaba en la cocina.

- Por amor a la humanidad, vas a matarme. –susurró la alemana, sonriendo de lado y avanzando hacia la cama.

A pesar de su delicado cuerpo que a primera vista parecía carecer de curvas, mucho más tonificado que el de Helga, Gretel lucía como una Diosa cuando se desnudaba, era el tipo de mujer que la ropa más bien la censuraba y limitaba. La idea de estar descubierta no la acobardaba, menos aún en frente de una mirada femenina. Tal vez porque de esa manera sabía que la mirada no se centraba en su plano torso carente de turgentes senos como en otras chicas o en su rostro tan similar a su prima, sino a sus largas piernas y bien formado trasero o a su reluciente piel que parecía brillar bajo la luz artificial. Gretel se arrodilló sobre la cama y casi dejó escapar una carcajada al notar como Lila se cubría ligeramente con las sábanas. Casi como si estuviese asustada, mirando hacia la puerta.

- Le puse seguro. –prometió la rubia- Y ellos se fueron a ver una película. –casi sentía que en lugar de hablar de su cuñado y su prima, hablaba de hijos, pero por suerte la idea desapareció rápidamente cuando la pelirroja sonrió suavemente y dejó caer la sábana- Casi es un pecado tocarte. –admitió, moviéndose hacia Lila y atrapando entre sus dedos un mechón de cabello y poniéndolo atrás de su oreja- Por suerte es un casi... -susurró, besándola lentamente en un inicio.

Pero eso era lo que le gustaba de Lila, tan bien portada, tan dulce y suave, extremadamente cálida y delicada pero al mismo tiempo dejándose llevar de manera rápida. No ocultaba sus ansias y las mostraba en la manera en que sus brazos femeninos rodeaban a Gretel por el cuello y la atraían extremadamente rápido, besándola profundamente, como si el tiempo se fuese de sus manos. Lila no besaba con delicadeza, cada vez que podía su pasión parecía invadir todo plano de decencia y borrar eso de su diccionario. Y a Gretel eso no le molestaba, no tenía una aguja moral que le hiciera sentir mal por haber despertado ese fuego femenino que pocos podrían conocer. Al demonio si el primero beso de Lila había sido con ella hace unos días, porque ella había captado a la perfección la manera en que un beso no solo era cuestión de labios, sino de todo el cuerpo. También era el deslizar los dedos por la nuca de la amante, respirar pausadamente y dejarse llevar por cada impulso, por pequeño que fuese. Eso era un verdadero beso. Y Lila lo hacía extremadamente bien.

Gretel se separó agitada, notando como había terminado recostada entre las piernas de la pelirroja, con esta debajo de su cuerpo y ambas completamente rojas. A la alemana le gustaba la manera en que las pecas de Lila desaparecían cada vez que el carmesí teñía sus mejillas. La pelirroja sonrió de costado y se estiró para volverla a besar, pero esta vez enterrándose en el cuello de Gretel, recorriendo con su cálida lengua su piel, logrando que la chica soltara un suspiro profundo y se dejara caer por completo sobre Lila, aferrándose a su figura, perfectamente diseñada.

Rojo y Negro [Cómame señor lobo] «Hey Arnold!»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora