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Durante los últimos años la vida de Alaska no ha dejado de cambiar y sorprenderla siempre con nueva información o sucesos que le hacen cuestionarse muchas cosas...
Para Alaska Brasil fue, en pocas palabras, la mejor experiencia de su vida. Había sido perfecto, mucho mejor de lo que imagino, sus expectativas fueron sobrepasadas y cuando el tiempo llegó a su fin, no quería devolverse a Europa. Quedarse en ese lugar hubiera sido la oportunidad perfecta para Alaska de comenzar desde cero. Allí a nadie parecía importarle los rumores sobre ella, y su reputación se debía únicamente por lo buena que era con las Criaturas Mágicas para ser de Hogwarts.
Esa idea tentó a la rubia por muchos días. Por un buen tiempo creyó que su lugar estaba allí, en Castelobruxo, donde aprendía cosas nuevas de distintas criaturas y plantas y, además, donde era respetada por sus conocimientos. Brasil parecía el lugar perfecto para prosperar lejos de los prejuicios de la comunidad mágica británica y lejos de su horrible familia. Lejos de todos sus problemas y misiones, lejos de lo que podría ser la siguiente Guerra Mágica.
Eso no era lo que Alaska quería, una guerra. Nunca se había dado el tiempo de pensar en sus deseos, pero allí lo tuvo. Alaska quería una vida normal: terminar la escuela con honores, estudiar y convertirse en la mejor Magizoologa del Mundo Mágico, y ser feliz con Draco, Snape y el resto de sus amigos. Sin embargo, eso resultaba imposible si se quedaba allí. Todas las personas importantes de su vida estaban en Hogwarts y no los abandonaría, no. Alaska se había tomado un descanso de todo, pero volvería más que preparada para continuar con todo lo que había dejado en pausa.
Las tres campanadas que anunciaban el inicio de la próxima clase resonó por el jardín, en el que Alaska se encontraba identificando varias plantas que no conocía. Se apresuró en guardar sus notas y pergaminos en el bolso y se dirigió hacia la salida del Castillo, para reunirse con el resto de sus compañeros.
Se dirigían a la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, la favorita de todos. La realizaban en el exterior, desde donde podían observar el castillo que estaba ubicado en las profundidades de la selva amazónica, en el norte de Brasil. Era una estructura bellísima, se trataba de un gran edificio cuadrado construido con roca dorada que se asemejaba a una pirámide mesoamericana. Los estudiantes allí la comparaban con un templo y le comentaron en múltiples ocasiones que habían descubierto ruinas antiguas debajo de la escuela.
—¿Se te safo un tornillo de la cabeza? Si bajas allí sufrirás de una muerte dolorosa.
Esa y muchos otros comentarios similares era lo que recibía como respuesta cuando había dado la idea de bajar y explorar las ruinas, por lo que Alaska notó allí no eran fanáticos de la aventura ni de romper las reglas. Sus nuevos compañeros creían que, al igual que los límites de la escuela, las ruinas eran protegidas por los caipora, unos pequeños y peludos seres que emergían por la noche para vigilar a los estudiantes. Y a ninguno le gustaba enfrentarse a ellos.
