VLO Parte 1: La Casa del Silencio

19 2 1
                                    

     Soy Batin Astung, a punto de contarles una historia de escasos testigos. Esta historia me la contaron es una taberna en la villa de Bovomig, en la región Súrmar de Ápagon. Entre los nativos corre una pequeña historia que, para el goce de los ebrios de paso y los dipsómanos, es más gracioso dependiendo de quién cuente la historia.

     Tirando para el sur, hay un terreno de unas cuantas hectáreas (el que me lo cuenta no se tomó la molestia en recordarlo) cuyo dueño es un hombre con una familia compuesta de una esposa y dos hijos (un hijo mayor de 14 años y una niña de 4 meses). El tipo compró este terreno para trabajar y vivir bien. Este terreno tenía un poco de todo: un par de graneros, la casa de la familia, terreno extenso para huertos, una serie de cabañas para también tener un dinerillo aparte con un servicio de posada; corrales para diferentes tipos de animales y ganados; incluso un grandioso y hermoso bosque a las espaldas del terreno, fabuloso.

     Volviendo un poquito al pasado, este hombre todavía no tenía a su niña, pero su esposa estaba deseando tenerla (para poseer una familia más... completa). Ella no recordaba con claridad como fue la experiencia criando a su, por ese entonces, único hijo, pero ella creía que no había mucho problema, solo cuidarlo, alimentarlo y cambiar un pañal con hedor indescriptible cada tanto hasta que tuviera la edad estimada para tener un esfínter lo suficientemente resistente como para tener la capacidad de no ensuciar sus calzones. El padre de la familia se llamaba... ¡Josfes! Se llamaba Josfes. El Sr. Josfes no estaba seguro, sin embargo accedió, y después de una noche un poco planeada (sinceramente) lograron conceder a la niña. O sea, escogieron una noche en específico, lo planearon con la misma precisión que tiene una gota de agua para caer en tus pies a través de una grieta en tus zapatos (es muy incómodo usar zapatos con pies mojados). Lograron concebir a la primogénita, obviamente no tenían previsto que iba a nacer como una niña, pero son meros detalles.

     El hijo de la familia como si fuera algún brujo, mago, hechicero o algún tipo de profeta, veía venir problemas y predicaba que esta criatura iba a ser el tormento de los habitantes de esta casa, la pesadilla de la angustia y de los insufribles al sueño. En la hora del ahora y en la ascensión de los travesaños de la monotónica progresión que se discierne al caos. Por las formas ortodoxas en que los progenitores ven el mundo, vieron a este andrajoso zafio cometiendo actos de injuria que atentaban contra el bienestar de la familia. Optaron por impartirle una lección de respeto y modales, además de unas bien merecidas collejas. Sin saber que esta profecía sería mucho más que un berrinche inexorable.

     Un tema común era que una o dos veces a la semana llegaban viajeros solicitando su servicio de alquiler de cabaña. Generalmente las personas que solicitaban estos servicios eran trabajadores que llevaban cargamento en carretas, jóvenes viajeros buscando aventuras a través de regiones de los reinos (turistas). Ehhm, ayudantes que buscan un puesto de trabajo temporal en las siembras de la familia. El punto con esto es que el señor Josfes y su esposa se encariñaban con estas personas porque eran de pocos amigos, adoraban las visitas; y un día llegó una pareja de granjeros que llevaban equinos a la frontera. Carajo, que se quedaron día y noche en el patio de la casa de la familia hablando de una forma tan condescendiente que daban asco. Hablaban que si del clima, el bebé, en qué mes es bueno para que nazca, que si la sopa de ubres de cabra es buena para el intestino grueso, pura habladuría y eran buenos para eso... deducir que el mocoso tenía poca paciencia era como decir que un vaso es para beber. Lo que hacía el mocoso en estos casos era soltar el ganado y que corriesen por todo el campo. Esto era como cuando a un niño pequeño se le escapa su mascota de la casa; el señor Josfes y su ayudante de turno salían corriendo a recoger el ganado.

     Muchos rodeos, pasaron los meses y la bebé por fin nació, alegría por todos lados, las personas que ocupaban las cabañas ese día tenían un síntoma de «me sabe a mierda» pero para no verse como personas de mala leche optaron por celebrar con la familia. La chiquilla nació en la tarde y durante las dos primeras semanas fueron atención total a la recién nacida. Dos vacas murieron de hambre.

Leyendas Literarias de MaizaégDonde viven las historias. Descúbrelo ahora