Parte sin título 29

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Una de las consecuencias de amar a alguien es verla o recordarla en cada esquina, en cada color, en cada sonido, es mantenerla viva dentro de ti, guardarla en tu memoria y en tus sentidos.

El otoño había comenzado de nuevo, el clima pasaba de cálido a ameno, todo adquiría tonos diferentes. Estaba a punto de cumplirse trescientos sesenta y cinco días desde que dos almas se habían encontrado y habían hecho morada la una en la otra.

Era el último día de Emma en Milán, su curso había acabado y al mismo tiempo en que se sentía feliz, satisfecha y realizada, con la sensación del deber cumplido, ya estaba empezando a sentir nostalgia de cada día en que estuvo dando clases y aprendiendo, de los días en que tuvo la oportunidad de expresar su amor por la moda de una manera diferente a como estaba acostumbrada. Los meses parecieron pasar deprisa después de que los días en que se negaba hacer otra cosa que no fuera dar clases pasaran.

La estación la arrastraba a la más pura nostalgia, pues Regina parecía estar aún más presente en ella de lo que lo había estado en los últimos cuatro meses. No podía medir la añoranza que sentía, la falta de todo lo que la mujer le ofrecía y, que sin darse cuenta, le devolvía.

Los meses transcurridos habían sido necesarios para poner en práctica cosas que ya sabía, pero a las que no estaba acostumbrada. Conforme había pasado el tiempo, las cosas empezaron a tomar más sentido. Regina y ella estaban completas mientras estaban bien juntas, pero no porque una completara a la otra, sino por ser, solas, dos personas llenas y eso era lo que generaba armonía. La distancia las había dejado rasas, así que, no había posibilidad de transbordar. Emma no quería completarla ni viceversa, quería estar entera, al igual que la otra. En la teoría era bonito que una relación fueran dos personas completas que se transbordan, en la práctica parecía fácil hasta que faltaban los pedazos. Necesitaban reconstruirse solas, cada una en su esquina, para, quizás algún día, poder reinventarse juntas.

Aún dolía la distancia y el contacto que todavía existía, pero era aún más raro que antes. Sabía pocas cosas de la vida de Regina en Nueva York, alguna información dada por Tinker. Ya no estaban juntas, pero aún así se importaba, era una necesidad saber si estaba bien. Estaba en paz con relación a eso, por más que doliese, había aprendido a convivir con ello y había sabido lidiar con el hecho de que amar a alguien también significaba dejarlo partir en otra dirección, y si al final, el destino la dirigía de nuevo a sus brazos, no le importaría esperar.

Todo sucedía como tenía que suceder, cambiar lo que le había sido predestinado era pedir el caos.

-Patito, ¿todo bien?- preguntó Ruby analizando a Emma sentada en el borde de la cama. Su maleta ya estaba con todas sus pertenencias, solo faltaba cerrarla.

-Fue en este cuarto donde viví uno de los momentos más difíciles de estos últimos siete meses y ahora marcharme es como dejar un maleta llena de tristeza, añoranza y dolor aquí, pero solo una, aún hay otra y esa no tengo cómo dejarla, felizmente esa no es tan pesada- dijo mirando a su alrededor, con voz baja.

Ruby se acercó y se sentó a su lado, pasando su brazo por sus hombros, atrayéndola a un abrazo.

-Ahora eres feliz, ¿verdad?- apoyó su rostro sobre la cabeza de Emma que asintió –Has crecido tanto en este tiempo, patito, han sido muchos cambios notorios, pero sin dejar de ser tú.

-A pesar de todo, ahora veo que ciertas cosas son necesarias, es un tópico decir eso, pero las cosas malas sirven de verdad de lección.

-Claro que sirven. Los tópicos son tópicos porque son verdaderos.

Las hojas de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora