Perdido y encontrado.

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En las siguientes semanas, Seung Hyun llegó a pensar, sorprendentemente, que la situación no estaba tan mal como había supuesto. Por lo menos a Ji Yong parecía preocuparle, y eso era lo que contaba. Lo llevaba a múltiples doctores para pagar por siempre recibir el mismo diagnóstico: su cuerpo estaba infestado de enfermedades incurables. El tema de su peso pudo ser solucionado, tan sólo necesitaron una buena dieta y logró subir unos cuantos kilos, reemplazando con carne donde antes se resaltaban sus huesos, y con los cuales Seung Hyun tenía sumo cuidado al tallar por el miedo a que se quebrasen como ramas. La piel de Ji Yong había vuelto a ganar color, ya no luciendo un espantoso pálido que le daba aspecto moribundo; ahora la textura rosada y suave había regresado, la cual a Sueng Hyun le fascinaba sentir. Sin embargo, había decidido no tocar el tema demasiado, porque Ji Yong todavía dormía doce horas al día más una siesta extra en la tarde. Su cuerpo todavía se estaba acostumbrando lentamente al nuevo ritmo de su vida.

En excepción a las visitas a la clínica, Ji Yong a penas salía, y evidentemente no por su cuenta. Justo después de que se recuperase, Seung Hyun quería ir al parque, pero él se negó.

—Gente reconociéndome. Gente no reconociéndome. No sé qué me asusta más. No puedo ser de nuevo quién era antes, pero aun así...— Ji Yong parpadeó con rapidez y sus pestañas se humedecieron. —Supongo que soy muy ambicioso, pero tú estás conmigo, así que todo estará bien, ¿verdad?

Pobre Yongie. No estés triste, Yongie.

Seung Hyun no lo presionó, no todavía, porque esa extraña y repentina agorafobia significaba que tenía el completo control sobre dónde y para qué Ji Yong dejaba el apartamento. Temía que los síntomas del síndrome de abstinencia y drogas de algún modo encontrasen camino al apartamento cerrado, pero sólo había esos silenciosos y temblorosos momentos donde Ji Yong ingería la pastilla que le habían recetado, le pedía a Seung Hyun un cigarrillo, y le prohibía irse de su lado por un instante. Parecía ser que el contacto físico era crucial para su terapia. Y de algún modo, estaba funcionando, con las pastillas de metadona ayudándolo tan sólo un poco, ya que contenían placebos, pero Ji Yong no tenía porqué saberlo. Tampoco tenía porqué saber de otras cosas.

Seung Hyun quería ponerles un final a todas las mentiras en su vida, pero debía aceptar la verdad básica: no puedes ser feliz sin un poco de mentiras en tu vida. Y ciertamente, tampoco hacer a Ji Yong tan feliz y sin preocupaciones como le hubiese gustado sin omitir unas cuantas verdades acerca de lo que sucedía afuera del apartamento. O así lo creía.

Como su divorcio. Naturalmente ocultó unos cuantos detalles de la conversación que tuvo con su esposa a Ji Yong. Prefería que él creyese que darle un fin a su matrimonio no le había costado ningún esfuerzo, así que era imposible que le confesase que ella no había sido la única llorando. Seung Hyun era completamente consciente de que pudiesen haber sido una excelente pareja. Sentía que a su lado finalmente había logrado madurar, por fin había comenzado a concentrarse en alguien más que no fuese él mismo. El problema fue que antes había estado Ji Yong en su vida, y el Seung Hyun adulto no podía ignorarlo de la misma forma que el irresponsable niño lo había hecho en el pasado. Si ocho años atrás él hubiese tenido la mentalidad que su matrimonio le había enseñado, hubiese lidiado con Ji Yong completamente diferente. Habría sido capaz de diferenciar entre jugar con verdaderos sentimientos, y llegar a conclusiones por sí mismo. Así mismo, no habría utilizado a otra persona para lidiar con su propio síndrome de G-abstinencia.

Le debía su desarrollo y madurez a su esposa y ahora la pobrecita había aprendido cómo le pagó todo lo que hizo por él. Era irónico, ella solía hacer todo un show cuando él olvidaba regar su planta favorita, pero cuando le contó acerca de Ji Yong, ni siquiera gritó.

—Lo sabía. Sabía que sería un problema. No me agradó desde la boda, y ahora entiendo por qué— dijo antes de romper en llanto. Esperando poder ayudar a que se calmase, le preparó una taza de té. Por última vez, se sentaron juntos en el comedor (de repente los recuerdos volvieron a él, y recordaba que pasaron por un infierno en las aduanas para lograr transportarlo desde Italia). A través de esos cuatro años juntos, nunca le había hablado con tanta honestidad como ese día.

Men Of Passion.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora