Prólogo: El desastre de Zaragoza

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Pasar la frontera del Ebro no era sencillo en 2199. La larga Guerra del Oro Negro estaba a unos meses de terminar, pero nadie podía preverlo en febrero. Y a nadie importaba en aquél tren que, atravesando la recién tomada Zaragoza, era detenido y rodeado por los Militares Ceniza.

A nadie salvo a la mujer negra que escaneaba con decisión a toda la gente agolpada en el vagón-restaurante. La mayoría lloraba en silencio y todos contenían en mayor o menor medida el aliento, negándose a mirar por las ventanas y a encontrarse con los ojos de alguno de aquellos soldados despiadados que ya empezaban a vaciar los compartimentos aledaños con gritos duros y tiros al aire.

Naima, que así se llamaba la esbelta mujer, creyó encontrar lo que buscaba: una chica joven, de no más de veinte años, que viajaba sola. La había visto subir en Barcelona con una mandolina.

— Perdona—. La chica se sobresaltó al sentir la mano en su brazo, aunque no era de los que lloraban y sólo parecía esperar a que los militares irrumpieran. Naima, en cambio, notaba el corazón en la garganta y el sudor en la frente. Una imagen poco tranquilizadora para la chiquilla, pensó—. ¿Tienes papeles, verdad? De la Unión. He visto tu pasaporte.

— ¡No es asunto tuyo!

— No te lo estoy pidiendo —aseveró con el tono muy bajo para que nadie pudiera oírlas, aunque estaban discretamente ocultas por la cafetera—. Sólo quiero asegurarme porque es importante.

— ¿Importante?

Naima asintió.

— Están parando el tren para tener prisioneros de guerra ¿entiendes? y tu... tienes muchas posibilidades ser liberada.

Una chispa de comprensión saltó en los ojos de la chica. Era consciente de que tendría el mejor trato que los Militares Ceniza pudieran dar. Los papeles en regla tanto de la Zona Liberada como de la Unión Europea le garantizaban casi por completo que no sería fusilada en los próximos días, su juventud y su trabajo como músico harían el resto, porque nadie era tan irrelevante como una chica atolondrada que había decidido dedicarse a la música en tiempos de guerra. En cuanto la Unión empezara a negociar por los prisioneros, la chica sería enviada a Madrid o a Barcelona como muestra de buena fe.

— ¿Y por qué es importante eso para ti?

Naima se lamió los labios, nerviosa.

— Llevo unos documentos de vital importancia. De vital importancia para la guerra. Harán que todo esto termine. Pero tienen que llegar a Madrid ¿entiendes? Y no los pueden ver. Nadie los puede encontrar. En cuanto bajemos del tren a mí me darán un tiro. Soy negra y tengo un pasaporte falso de la Zona Liberada que puede pasar un registro visual al sur del Mediterráneo, pero aquí tienen lectores de banda magnética ¿sabes lo que es eso?

La chica, por supuesto, negó con la cabeza. Era tecnología del siglo XX, un sueño para el siglo XXII.

— No importa. Meterán mi pasaporte en una máquina de plástico del tamaño de una caja de zapatos y sabrán que es falso, mientras que verán que los tuyos son auténticos. Ahí nos separarán y a mí no me quedarán más que unos minutos.

— Dios mío...

Naima se sacudió las rastas, apartando el miedo que le subía por el estómago. Sabía lo que se jugaba cuando empezó a trabajar para la Unión. Sabía lo que se jugaban todos si los documentos no llegaban a Madrid.

— ¿Lo llevarás? ¿Si te lo doy, participarás en esto?

Y, aunque la chica era demasiado joven y podía evitar aquél peligro, asintió varias veces, febril. Naima sintió un ramalazo de alegría genuina que se llevó el terror por delante.

La muchacha le tendió la mano, esperando que se los diera ahora que los militares gritaban justo frente al vagón-restaurante y Naima no dudó. Ella lo recibió con auténtica veneración al ver de qué se trataba y la miró con ojos desorbitados. Naima asintió, solemne, y vio cómo lo escondía dentro de su jersey de cuello alto hasta asentarlo dentro del sujetador, donde el peto que llevaba por encima lo hacía invisible.

— No puedo creerme que sea...

Naima le sonrió, porque todavía recordaba el escalofrío que sintió la primera vez que había visto uno.

— Espera. Me han seguido ¿vale? Pero no están aquí. Corrí lejos de ellos en cuanto el tren empezó a frenar. Son dos, una chica rubia con acento y un tipo bajo y fuerte. Han hecho como que no se conocían, puede que actúen distinto a partir de ahora. No sabrán que tú los tienes, pero podrían adivinarlo. ¿Sigues sintiéndote valiente para hacer esto?— La chica asintió otra vez. Naima había escogido bien—. Tiene que llegar a Madrid. Si te envían a Barcelona, ve a la Casa del Almirantazgo y asegúrate de enseñárselo en persona al Almirante General. Si vas a Madrid, ve al Ministerio de Guerra y haz ruido hasta que el ministro en persona te atienda, aunque en cuanto enseñes lo que llevas le llamarán. ¿Has entendido?

— Barcelona, Casa del Almirantazgo, Almirante General. Madrid, Ministerio de Guerra, Ministro. Si me mandan a cualquier otro sitio, lo llevaré a Madrid como sea.

Naima asintió, complacida, orgullosa y sabedora de que llegaba su final.

— Buena suerte.

Naima nunca supo si la chica llegó a escucharle, porque un Militar Ceniza reventó la puerta del vagón ensordeciéndolos a todos.    

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