6. La casa en Chueca

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Thalía y su acompañante caminaban a buen paso. Raoul emprendió la persecución en el acto, llegando a tiempo para verlos doblar la esquina y dejando atrás a Agoney. A aquellas horas y pese al frío polar que hacía en noviembre de 2201, las calles estaban llenas de personas que volvían a sus casas, pero Raoul no tuvo problemas en cruzar la Plaza de España y después callejear tras ellos dirección este.

Nunca había hecho nada parecido y sólo las novelas o alguna película de acción le servían como precedente para perseguir a alguien por la calle, pero se descubrió desenvolviéndose bien. O, tal vez, Thalía y su alto compañero no sospechaban que nadie pudiera estar siguiéndolos, aunque a medida que se adentraban en Chueca, Raoul fue sospechando que habían callejeado innecesariamente.

Finalmente, cuando la persecución se había alargado por más de veinte minutos, los vio entrar en La Cocina de Joe, un conocido restaurante de precio medio. Tanteando la Mimia en el bolsillo para asegurarse de que tendría con qué pagar, decidió entrar tras ellos y sentarse en la mesa aledaña, de cara al hombre y a espaldas de Thalía por si la chica podía reconocerle. Cuando los oyó pedir la cena, hizo lo mismo felicitándose por su atrevimiento: cualquier cosa que pudiera escuchar sería de utilidad.

El hombre que cenaba con Thalía era alto y moreno, bastante atractivo, aunque Raoul sentía predilección por las barbas cortas y podía no estar siendo objetivo. Vestía muy bien, tal vez demasiado para un local así, pero había misterio en sus rasgos y podría haber sido un figurante más de la escena más grotesca del callejón más lúgubre.

Raoul fue rápido y después de pedir un cuenco de lentejas y pan, pagó sin dejar que el camarero se fuera. En algún momento tendría que irse y no podía estar a merced de que alguien decidiera atenderle.

Sin embargo, el plan no fue tan brillante como esperaba. La pareja hablaba en voz baja y La Cocina de Joe era popular, el ruido impedía que oyera más que palabras sueltas como "camino", "soldados" o "Barcelona". Ninguna mención a Amaia.

Pero en un breve momento de silencio en la sala, captó una frase y su respuesta:

—... contenta en Madrid, es mejor que el aislamiento en el campo.

— Lo veo como unas vacaciones de la ciudad. Es estresante...

Después, volvió a perder el hilo, pero las frases fueron haciéndose perceptibles a su oído, ya fuera porque habían alzado la voz, ya fuera porque su oído había aprendido a reconocer sus voces.

Y entonces llegaron dos palabras pronunciadas por el hombre: Tinet Rubira. Y un silencio incómodo de Thalía, que se inclinaba para susurrar.

— Vamos, es un nombre como cualquier otro... ¿quién sabe cuántos más se llamarán así? Pero me gustaría conocer al nuestro.

— ¿Quién sabe, Juan Antonio? Igual hasta ya le conoces.

— Ya, ya... Venga, sabemos que es un cuento, una fábula inventada para engañar a la policía. O un mito inventado por los del círculo interno para asustarnos a los demás.

— O no —le cortó Thalía, apresurada.

— Me pregunto si será o no cierto que está entre nosotros como uno más —divagó el tal Juan Antonio sin escuchar a la muchacha—, desconocido por todos, excepto por unos cuantos escogidos. Si es así, guarda bien su secreto. La idea es buena. Nadie sabe quién es, nadie puede culparlo.

El hombre negó con la cabeza y se encogió de hombros. Tenía una sonrisa perenne que conseguía que Raoul se preguntase si de verdad trabajaba para los malos.

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