Cuando Raoul emprendió la persecución de los dos hombres, Agoney necesitó hacer acopio de todo su autocontrol para no acompañarle. No obstante, se contuvo como pudo y se consoló pensando que sus razonamientos habían quedado justificados por los acontecimientos.
Indudablemente los dos individuos bajaban del segundo piso y la sola mención de un nombre, Ana, les había puesto una vez más sobre el rastro de los raptores de Amaia Romero.
El caso era, ¿qué hacer ahora? A Agoney no le gustaba quedarse mano sobre mano. Raoul ya tenía trabajo y, no pudiendo acompañarle, se sentía inútil.
Volvió sobre sus pasos hasta la entrada del edificio. En el portal encontró a la portera que estaba limpiando los metales del ascensor y silbando la última cancioncilla de moda con gran vigor: Yo ya no quiero na'. Agoney sonrió pensando que conocía a Lola índigo.
Al ver entrar a Agoney volvió la cabeza. Había algo en él que, por regla general, generaba dulzura y buen trato. Enseguida se establecía entre ellos un lazo de simpatía y consideró conveniente y nada despreciable contar con un aliado en el campo enemigo.
— Vaya, Sara —observó alegremente, con su tono más adulador y amable—, ¡si los dejas brillantes como el sol!
La mujer sonrió agradecida.
— Me llamo Rossy —le corrigió.
— Rossy, eso es —dijo Agoney y acto seguido dirigió una misteriosa mirada a su alrededor para impresionar al muchacho. Luego se inclinó hacia ella y, bajando la voz, añadió—: Quiero hablar contigo, Rossy.
Rossy dejó su trabajo y abrió la boca ligeramente.
— ¡Mira! ¿Sabes qué es esto?
Con un gesto teatral levantó la solapa de su abrigo para mostrarle una insignia esmaltada. Era improbable que Rossy la reconociera, cosa que hubiera sido fatal para los planes de Agoney, puesto que la insignia en cuestión era una chapa que habían hecho años atrás en la Escuela de Música de Adeje para pagarse un viaje a Gran Canarias. Agoney seguía llevándola porque su madre la había diseñado y le traía muy buenos recuerdos. Pero Ago tenía buena vista y había observado que había una novela policíaca sobre el mostrador cuando entraran la primera vez y, por cómo abrió los ojos ante su táctica, comprendió que el pez estaba a punto de picar.
— El Cuerpo Nacional de Detectives —le susurró.
Rossy cayó en la trampa.
— ¡Dios mío! —murmuró, extasiada.
Agoney meneó la cabeza con el aire de quien ha logrado hacerse entender a la primera.
— ¿Sabes a quién busco?
Rossy, todavía con los ojos muy abiertos, inquirió conteniendo la respiración.
— ¿A alguien de los apartamentos?
Agoney asintió señalando al mismo tiempo la escalera con el pulgar.
— La del número veinte. Se hace llamar Guerra. ¡Guerra! ¡Ja! ¡Ja!
Rossy se metió la mano en el bolsillo.
— ¿Una ladrona? —preguntó con avidez.
— ¡Ladrona! Eso diría yo. En el departamento la llamamos Ana Manos Largas.
— Ana Manos Largas... —repitió Rossy entusiasmada—. ¡Oh, igual que en las películas!
Así era. Agoney iría más al cine si tuviera más dinero.
— Xavi siempre dijo que era una mala persona —continuó la mujer.
— ¿Quién es Xavi?
— Su limpiador. Se marcha hoy. Cuántas veces me habrá dicho: «Fíjate en lo que te digo, no me extrañaría que la policía viniera a por ella cualquier día». Eso me dijo. Pero es estupenda, ¿no le parece?
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El Informe OT
Romance2201 no es el mejor año para dedicarse a la música. Después de una larga guerra que ha asolado la Tierra y ha terminado con las últimas reservas de petróleo, el mundo sólo puede respirar y volver a componerse. En la ciudad de Madrid, los caminos de...