3. ¿Quién es Amaia Romero?

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Pasaban por la Fuente de Apolo cuando Raoul finalmente creyó que iban hacia el Palacio de Cristal.

— ¿De verdad no te ha dado una aneurisma? Porque es importante que vayamos al médico pronto si es así.

— Gilipollas.

Raoul se rió a carcajadas.

— ¡Pero Ago! ¡Que dos cafés nos van a costar como una cartulina de metro!

Agoney sólo le miró con una sonrisa sabedora y se adelantó para cruzar la carretera cerca de la Bolsa.

— ¡No podemos tomar café allí! ¿Qué pretendes?

— Es verdad —aceptó—, es un poco tarde. Mejor comemos.

— Te has vuelto loco.

Agoney se encogió de hombros y Raoul observó su perfil mientras entraban en el Retiro. La luz de invierno le sentaba bien a sus rasgos: pulía su nariz, marcaba sus pómulos y oscurecía su barba. La sonrisa también le quedaba bien.

— Totalmente loco... —suspiró— Ago, no puedo pagar una comida en el Palacio de Cristal y no quiero has un sinpa aunque tengas un plan perfecto. ¿Desde cuándo haces sinpas?

— No te preocupes por el dinero. Pago yo.

— ¿Con qué dinero exactamente?

— Con este.

Agoney llevaba todo el camino deseando hacer aquello, así que, con aire peliculero, abrió su abrigo cámel y le enseñó el sobre lleno de billetes. Tan lleno que se abría por arriba y mostraba los papeles de colores.

— ¿Pero qué...?

— Setecientos, si es que he contado bien.

— Pero...

— Así que vamos a comer un buen menú del Palacio de Cristal, vamos a tomar café, voy a contarte lo que ha pasado y después vamos a ir al Thyssen.

— Setecientos... ¿no habrás atracado a alguien, Mickey?

— No me he convertido en un delincuente. Ni me voy sin pagar, ni atraco, ni robo a los niños.

— Vale, vale... pero era una pregunta muy digna.

Agoney volvió a reírse y continuaron bajando por El Retiro. Lejos de las oficinas de Thalía y en compañía de Raoul, el miedo había desaparecido. Al menos el temor a que algo inminente ocurriera.

Las preocupaciones por sus siguientes pasos debieron llegarle al rostro, porque Raoul lo cogió del codo y frenó su paso.

— ¿Pasa algo malo? ¿Tu padre...?

Viendo por dónde iba, Agoney se apresuró a negarlo.

— No, nada malo. Te explico todo mientras comemos ¿vale? Me he levantado tarde y no he desayunado —mintió, escondiendo también que no había cenado—, voy a caerme al suelo si no me meto unos hidratos.

Raoul asintió, pero no pareció del todo tranquilo y camino cerca de él y con una mano en su homóplato hasta llegaron.

No iban vestidos como los demás clientes, pero tenían buen porte y los abrigos ayudaban a disimular la diferencia de estatus, así que les dejaron pasar y los acompañaron hasta una mesa en el ala derecha desde la que podían ver el estanque. En algún momento de finales del siglo XX, después de la Guerra del Petróleo de 2078, el Palacio de Cristal había sido restaurado y convertido en un lujoso café que servía comidas livianas. La cocina, que había sido construida debajo, daba calor a la sala y había un suave hilo musical acompañando las conversaciones.

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