4. Lola Índigo

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Alucinados por la procedencia de las respuestas que había recibido, Raoul y Agoney se apuraron para coger el autobús y llegar a la cita con Miriam Doblas. La casa, como esperaban, era una preciosa mansión del siglo XXI con jardín y paredes de hormigón en una urbanización repleta de robles y castaños en el corazón del Barrio de Salamanca. Habían tenido que enseñar la carta para atravesar la verja que separaba aquellas casas de los edificios cuidados y señoriales de los alrededores. La riqueza dentro de la riqueza.

Tocaron el timbre del número 33 y la puerta se abrió automáticamente. Al otro lado del jardín, un mayordomo les esperaba y les guió hasta una sala de lectura con exquisitos modales. Agoney se dio cuenta de que las ropas de trabajo de aquél hombre eran mejores que las suyas y las de Raoul y que el guardia de la entrada había avisado de su llegada.

Dentro de la sala, una mujer despampanante hacía correcciones a un texto impreso, pero lo dejó de lado en cuanto entraron y se levantó para saludarlos.

— Como no han incluido sus señas en el anuncio, supongo que no quieren darlas... Veamos hasta dónde somos capaces de llegar sin eso. Siéntense, por favor.

Agoney miró con simpatía a la chica y obedeció. Al igual que en la oficina de Thalía, el sofá le pareció demasiado grande, pero la presencia de Raoul a su lado evitó que se sintiera tan pequeño. Les había ofrecido el sofá y ella ocupó el sillón, consiguiendo que su falda abierta mostrase sin miedo todo el largo de su pierna.

La señorita Doblas no parecía tener intención de hablar, así que la presión del silencio obligó a Agoney a comenzar.

— Bueno... entonces... ¿Qué sabe sobre Amaia Romero?

— ¿Saber? Creo que la pregunta es qué saben ustedes de ella.

Agoney frunció el ceño.

— Somos nosotros los que buscamos información.

— ¿Quiere decir que no sabe nada sobre ella?

Decidido a usar la misma táctica que con Thalía Garrido, Agoney respondió:

— Tal vez no, por eso buscamos información.

Pero no tenía el mismo efecto en ella, porque le sonrió.

— ¿Entonces han puesto el anuncio al azar?

— Nosotros...

— Venga, algo ha tenido que impulsarles y es un buen punto de salida para esta conversación.

Era magnética y atractiva, cada uno de sus movimientos parecían seguros y fluidos. No era elegante, si no viva. Incluso Agoney se vio un poco arrastrado a su magnetismo.

— No vamos a decir nada.

— Vamos a contarlo todo.

Con los ojos como platos, Agoney se giró para mirar a Raoul, pero él observaba casi con veneración a la señorita Doblas. Sintiéndose traicionado a todos los niveles, la voz le salió desde lo más profundo a Agoney.

— ¡No!

Eso consiguió que Raoul girase de inmediato la vista hacia él.

— Sí, Ago —le dijo con desacostumbrada intensidad antes de volverse hacia ella—. La he reconocido nada más entrar, señori...

— Mimi a secas está bien —le interrumpió ella haciendo sonar sus largas uñas de porcelana en el brazo del sillón—. Y yo me tomaré la confianza de tutearos y llamaros Raoul y Ago...

— Agoney.

— Agoney, nombre canario. Dime, Raoul, ¿qué sabéis de Amaia Romero?

Todavía sin entender, pero suponiendo que lo más práctico era esperar, Agoney dejó hablar a Raoul sobre los acontecimientos de los últimos días.

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