A pesar de que no quería seguir cayendo en su juego. Caí. Tan profundo, como en caída libre en un precipicio sin fondo. Y cuando quise salir, era imposible.
A, llegó para seducirme en un juego.
Se quedó para consumirme.
Y se fue para destrozarme...
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Mi espalda se estrelló contra el muro helado de la habitación. La luz púrpura en el buro dejaba ver el fatídico brillo de tus ojos y el ceño fruncido. Tus labios eran una línea delgada en esa mandíbula apretada.
Tus manos me apretaban la piel de mis brazos con fuerza, dolía, apenas si podía sentirlo. Mi corazón latía al punto de desplomarse al suelo, el centro de tus cejas tenían ese par de arrugas, adorable.
Hice un movimiento sutil para clavarte mis dedos en tu cuello y lanzarte al suelo negro e infinito donde te haría mío. Iba a devorarte, a comerte.
Te arranque tu fina piel. Recorrí con mis dedos tu excelso rostro. Luego, cerré un puño en tu cabello con brusquedad para besarte.
Primero te negaste, intentaste sacarme de encima de ti, entonces, tus dientes perforaron la fisura de mis labios, tu lengua busco la mía, tus manos empujaron mi cabeza contra la tuya para devorarnos.
Deslizaste tus manos por mi espalda desnuda. Busque más allá de tu piel, de tu calor. De tu aroma y tu sabor en mi trayecto, te sentí como a mi mismo y luego te tome entre mis brazos sin dejar de saborear tus labios.
Disfrute tu piel, la hundí entre mis dedos mientras te convertias en parte de mi.
