Veneno (Parte 9)

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Choi conducía como un loco y no se dirigía a Boulogne.
Gun desconcertado, lo vio torcer hacia la carretera de circunvalación y meterse luego en la autopista.
La perspectiva de recorrer una distancia larga siguiendo al médico no le entusiasmaba. Sin perder de vista las luces posteriores del Mercedes, se puso a elucubrar: Choi tiene hijos, se decía. Sí, están de vacaciones, acaba de recibir malas noticias, uno de ellos se ha puesto enfermo y va a verlo. ¿Por qué, si no, ha salido del trabajo antes que de costumbre y ha despedido al chófer? ¿O acaso ese cerdo tiene una amante? Sí, claro, ha de ser eso... ¿Y se va a verla de repente, en pleno
día? ¿Qué significaba todo ese lío?

Choi pisaba el acelerador a fondo, sorteando los coches a derecha e izquierda.
Gun frenó, sudando de miedo ante la idea de encontrar un control policial en el peaje... El Mercedes había salido de la autopista. Ahora avanzaba por una sinuosa carretera secundaria, pero no por ello había reducido la velocidad. Gun pensó en abandonar la persecución por miedo a ser descubierto, pero lo cierto era que
Choi  no echaba un solo vistazo al retrovisor.
Sully  había sufrido otra crisis y el
psiquiatra, cumpliendo su promesa, le había llamado para avisarle.
Siwon  sabía lo que significaba esa visita a su hija, la segunda en menos de una semana...
Esa noche, cuando estuviera de vuelta en Le Vésinet, no le diría a Rella que llamase a Hangeng...
¡Era imposible, después de lo ocurrido!
Entonces, ¿cómo se consolaría?
El Mercedes se detuvo ante la entrada de una finca. Un discreto cartel indicaba que se trataba de una clínica psiquiátrica.
Gun se rascó la cabeza, perplejo.
Siwon subió a la habitación de Sully sin esperar al psiquiatra.
El espectáculo que lo aguardaba era el mismo que en la anterior ocasión: su hija, presa de un ataque, pataleaba e intentaba agredirse.

 El cirujano no entró en el cuarto. Con la cara pegada a la mirilla, se puso a llorar en silencio. Elpsiquiatra, informado de su llegada, fue a reunirse con él. Sostuvo a Choi mientras se dirigían a la planta baja y a
continuación entraron en un despacho.
—No vendré más —dijo Siwon—. Es demasiado duro. Me resulta insoportable, ¿comprende?
—Sí, por supuesto...
—¿Necesita algo? Ropa..., no sé...
—¿Qué quiere que necesite? Serénese, señor Choi. Su hija nunca saldrá de ese estado.
No quisiera parecer insensible, pero debe aceptar la realidad.
Sully vegetará y de vez en cuando sufrirá ataques como el que acabamos de presenciar...
Podemos administrarle calmantes, atiborrarla de neurolépticos, pero, en el fondo, no podemos hacer nada decisivo y usted lo sabe.
La psiquiatría no es como la cirugía.
No podemos modificar las apariencias. No disponemos de instrumentos
«terapéuticos» tan precisos como los suyos...
 

Más calmado, Siwon fue recobrando el control de sí mismo y adoptó su habitual
actitud distante.
—Sí..., tiene razón.
—Quisiera que..., que me diese su autorización... que me exima de la obligación de avisarle cuando Sully...
—Sí —lo interrumpió Siwon—, no es necesario que me llame de nuevo.
Se levantó, se despidió del psiquiatra y montó en el coche.

GunHee lo vio salir de la
finca, pero no lo siguió. Había un noventa y nueve por ciento de probabilidades de que Choi volviera a Le Vésinet, a Boulogne o al hospital.
Gun fue a comer al pueblo más cercano. En la plaza estaban montando unas atracciones de feria. Él no paraba de darle vueltas al asunto.
¿Quién vivía en esa ratonera, allí, con los locos?
Si era un niño, Choi debía de quererlo mucho para dejar el trabajo tan de improviso e ir a visitarlo.
Gun  se animó repentinamente, apartó el plato, todavía medio lleno de patatas fritas aceitosas, y pidió la cuenta. Compró un gran ramo de flores y una caja de
bombones y se fue al manicomio.
En el vestíbulo encontró a la recepcionista.
—¿Una visita para un enfermo? —preguntó.
—Emmm... sí.
—¿Qué nombre?
—Choi.
—¿Choi?
Al ver la cara de estupefacción de la empleada Gun creyó que había metido la
pata. Ya se imaginaba a Choi liado con una de las enfermeras que cuidaban a los
locos...
—Pero... es la primera vez que viene usted a visitar a Sully.
—Sí... Soy primo suyo.
La recepcionista lo miraba con extrañeza. Dudó un momento.
—Hoy no es posible visitarla. No se encuentra bien. ¿No se lo ha dicho el señor Choi?
—No, yo tenía que... Bueno, hace tiempo que había planeado esta visita.
—No lo entiendo. Esto es absurdo, el padre de Sully ha estado aquí hace menos de una hora...
—No habrá podido avisarme. He salido de casa muy temprano.
 La recepcionista meneó la cabeza y se encogió de hombros. Tomó las flores y los bombones y los dejó encima de su escritorio.
—Ya le daré todo esto cuando se haya recuperado un poco, hoy no merece la pena. Acompáñeme.

Subieron en ascensor. Gun caminó tras ella por el pasillo,balanceando los brazos.
Al llegar a la puerta de la habitación, ella le señaló la mirilla. Gun se sobresaltó al ver a Sully . Estaba acurrucada un rincón del cuarto, inmóvil, y miraba la puerta con expresión malévola.

—No puedo dejarle entrar..., supongo que lo entenderá.
En efecto, Gun lo entendía. Tenía las manos húmedas y se sentía mareado. Siguió observando a la loca y su rostro le resultó familiar, pero sin duda se trataba de una
impresión equivocada.
Se marchó a toda prisa del manicomio.
¡Aunque Choi adorase a esa chiflada, a él no se le ocurriría secuestrarla!
Eso sería como arrojarse en brazos de la poli.
Además, ¿cómo? Había que entrar en el edificio, abrir la celda...
No, tomaría de rehén
a la mujer de Choi.
Volvió a la región parisiense conduciendo siempre conprudencia. Ya era tarde
cuando llegó a su escondrijo, en Livry-Gargan.
A la mañana siguiente volvió a montar guardia junto a la villa de Choi.
Estaba tenso, ansioso, pero la verdad es que no tenía miedo.
Se había pasado la noche
rumiando el plan e imaginando el resultado de la transformación de su rostro.
Roger llegó a las ocho, solo, a pie y con L'Équipe bajo el brazo zo.
Gun estaba aparcado a cincuenta metros de la puerta principal. Sabía que aún tendría que
esperar un rato más; Choi acostumbraba a llegar al hospital a eso de las diez.
Hacia las nueve y media, el Mercedes circuló por el jardín y se detuvo delante de la verja. Roger se apeó, abrió la puerta de par en par, sacó el coche, se detuvo de
nuevo y volvió a bajar para cerrar la verja.
GunHee exhaló un profundo suspiro al ver que Choi se alejaba.
Lo ideal sería sorprender a la zorra antes de que se despertara. Era preciso actuar sin tardanza. Gun no había visto a ningún otro sirviente durante los días anteriores, pero uno nunca puede estar seguro de nada...
Arrancó y fue a aparcar justo delante de la mansión de Choi.

La verja no estaba cerrada con llave, de modo que entró
y, como la cosa más natural del mundo, echó a andar por el jardín.
Gun avanzó hacia la casa con una mano en el bolsillo, apretando la culata del Cok.
Miró los postigos de la derecha y le extrañó un detalle en el que no había reparado hasta entonces: estaban cerrados por fuera, como si esas ventanas estuvieran
condenadas. Sin embargo, había visto luz, y de ahí salía la música de piano. 
Se encogió de hombros y prosiguió su inspección. Rodeó la villa por completo antes de entrar. Respiró hondo y abrió la puerta.
La planta baja era tal como la había visto la otra noche: un gran salón, una biblioteca y, en el centro, la escalera que conducía al piso superior.
Subió los peldaños conteniendo la respiración, con el Colt
en la mano. Se oía un canturreo al otro lado de la puerta,
¡una puerta con tres cerrojos!
Gun pensó con incredulidad que si el cirujano encerraba a su mujer, debía de estar loco de atar... Aunque quizá no, a lo mejor era una golfa y él hacía bien en desconfiar...
 Con cautela, descorrió el primer cerrojo.
La mujer seguía canturreando. El segundo cerrojo...

SiChul -La Tarántula  (Adaptada ) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora