La Araña(Parte 3)

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Lee GunHee descansaba en la cama plegable del cuarto abuhardillado. No hacía nada, se limitaba a esperar.

El canto de las cigarras inundaba la garriga con una insistencia exasperante. A través de la ventana, GunHee veía las siluetas deformes de los troncos de olivo retorciéndose en la noche, paralizados en posturas estrambóticas; con la manga de la camisa se secó la frente, impregnada de un sudor agrio.

La bombilla desnuda, colgada de un cable, atraía nubes de mosquitos; cada cuarto de hora, GunHee perdía los nervios y les echaba un chorro de insecticida.

En el suelo de cemento se extendía un amplio círculo negruzco de cadáveres aplastados, salpicado de minúsculos puntos rojos.

GunHee se levantó trabajosamente y, apoyado en un bastón, salió del cuarto cojeando un poco para dirigirse a la cocina de aquella solitaria casa de campo, perdida en algún lugar entre Cagnes y Grasse.

El frigorífico estaba bien abastecido.

GunHee cogió una lata de cerveza, tiró de la anilla para abrirla y bebió. Soltó prácticamente un  eructo, abrió otra cerveza y salió de la casa con la lata en la mano. A lo lejos, al pie de las colinas tapizadas de olivos, la luz de la luna iluminaba la superficie del mar, resplandeciente bajo un cielo desprovisto de nubes.

GunHee avanzó unos pasos con precaución. Sintió dolor en el muslo, unos leves pero intensos pinchazos. El vendaje le oprimía la carne. Ya hacía dos días que la herida no supuraba, pero tardaba en cerrarse. Milagrosamente, la bala había atravesado la masa muscular sin tocar la arteria femoral ni el hueso.

GunHee se apoyó con una mano en el tronco de un olivo y orinó, regando con el chorro una columna de hormigas que se afanaban en trasladar un asombroso montón de ramitas.

Se acabó la cerveza chupando la lata, se enjuagó la boca y escupió. Resopló al sentarse en el banco del porche.

Tras eructar de nuevo, se sacó del bolsillo del pantalón corto un paquete de Gauloises. Se había salpicado de cerveza la camiseta, ya sucia y grasienta. A través de la tela, se palpó la barriga y se pellizcó un rollo de grasa entre el índice y el pulgar. Estaba engordando. Las tres semanas que llevaba de inactividad forzosa, ocupado únicamente en descansar y comer, se estaban haciendo notar.

Alargó un pie para pisar un periódico de hacía más de quince días.

La suela de la bota deportiva tapó la cara que aparecía en la primera plana. La suya. Un texto a una columna escrito en grandes caracteres, en el que destacaban unas mayúsculas todavía mayores: su nombre, Lee GunHee

Había otra foto, ésta más pequeña: un tipo rodeando con un brazo los hombros de una mujer que llevaba un bebé en brazos. GunHee carraspeó y escupió sobre el periódico. El salivazo y unas briznas de tabaco cayeron sobre el rostro del bebé.

Escupió de nuevo y esta vez dio en el blanco: la cara del poli que sonreía a su reducida familia. Ese poli que ahora estaba muerto...

GunHee vertió el resto de la cerveza sobre el periódico; la tinta se diluyó, emborronando la foto, y el papel se empapó. Se quedó absorto en la contemplación de los regueros que ensuciaban poco a poco la página. Luego la pisoteó para romperla.

Una sensación de angustia lo invadió. Se le empañaron los ojos, pero las lágrimas no acudieron a ellos; los sollozos que nacían en su garganta se truncaron, dejándolo desamparado. Tensó la venda del apósito, que estaba arrugada, la alisó y cambió de sitio el imperdible.

SiChul -La Tarántula  (Adaptada ) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora