VII

69 1 0
                                    

Al marcharnos del corral de esclavos de Nueva Orleans, Harry y yo seguimos a


nuestro nuevo amo por la calle, mientras Freeman y sus esbirros obligaban a avanzar


a Eliza, que lloraba y se daba la vuelta, hasta que nos encontramos a bordo del vapor


Rodolph, que en aquel momento permanecía en el dique. Durante media hora


remontamos a buena velocidad el Misisipi, con rumbo a algún lugar a orillas del Río


Rojo. Había un gran número de esclavos a bordo con nosotros, recién comprados en


el mercado de Nueva Orleans. Recuerdo que un tal señor Kelsow, del que se decía


que era el conocido dueño de una plantación considerable, tenía a su cargo a una


cuadrilla de mujeres.


Nuestro amo se llamaba William Ford. Por aquel entonces residía en Great Pine


Woods, en la parroquia de Avoyelles, situada en la orilla derecha del Río Rojo, en el


corazón de Luisiana. Ahora es predicador baptista. A lo largo y ancho de toda la


parroquia de Avoyelles, y, en especial, a ambas orillas de Bayou Boeuf, donde mejor


se le conoce, sus conciudadanos lo consideran un digno ministro de Dios. Tal vez a


muchas mentes del norte la idea de un hombre que somete a su hermano a la


esclavitud, y el comercio con carne humana, les parezca absolutamente incompatible


con su concepción de una vida moral o piadosa. Las descripciones de hombres como


Burch y Freeman, y otros que mencionaré más adelante, les inducen a despreciar y


detestar al conjunto de los esclavistas sin hacer distinciones. Pero yo fui durante un


tiempo su esclavo, y tuve la oportunidad de conocer a fondo su carácter y su


temperamento, y no le hago sino justicia al decir que, en mi opinión, no ha habido


nunca un hombre más amable, noble, honrado y cristiano que William Ford. Las


influencias y las compañías que lo rodearon siempre le impidieron ver la maldad


inherente a la raíz de la esclavitud. Nunca dudó del derecho moral de un hombre a


someter a otro a su voluntad. Como miraba a través del mismo cristal que sus padres


antes que él, veía las cosas de la misma manera. Educado en otras circunstancias y


con otras influencias, no cabe duda alguna de que sus convicciones habrían sido


diferentes. Sin embargo, fue un amo ejemplar, pues se condujo honestamente a la luz


de su entendimiento, y dichoso fue el esclavo que llegó a ser de su propiedad. Si todos los hombres fueran como él, la esclavitud quedaría despojada de más de la


mitad de su amargura.


Estuvimos dos días y tres noches a bordo del vapor Rodolph, período durante el


cual no sucedió nada de interés en concreto. Se me conocía como Platt, el nombre


que me había dado Burch, y por el que me llamaron durante toda la época de mi

12 años de esclavitud Donde viven las historias. Descúbrelo ahora