¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Diana nunca debió dejarse persuadir.
En las semanas siguientes de octubre, la pelirroja no tenía mucha compañía. Las clases de pociones con Draco habían quedado en el olvido, y habían sido sustituidas por repasos de Transformaciones con Neville.
El Gryffindor había dejado el tema de Tom a la deriva, lo cual aliviaba a Diana tremendamente, pero ella debería de ser muy ingenua para pensar que el chico lo había olvidado.
Diana se acostumbró a recurrir a Neville para hablar de lo que le pasaba, siempre adornando sus historias lo suficiente para que él no se asustase más de la cuenta.
Sin embargo, a parte de él, Diana se encontró sin compañía alguna.
Ron no le hablaba. Pansy seguía en su enfado hipnótico en el que estaba sumida desde el principio del curso. Y Draco, aunque no estaba enfadado (no tenía motivos para estarlo), parecía haber decidido darle su espacio a Diana, lo cual no era una mala idea, pues la pelirroja se sentía en un estado constante de encontrarse borde del colapso.
Sorprendente, una de las personas de su casa con las que más socializaba era Marcus Flint, cuando le corregía en los entrenamientos.
—Debes echarte más para adelante al acelerar, para coger más velocidad —le decía una vez, cuando el equipo descendió al suelo tras un entrenamiento.
Diana asintió, secándose el sudor de la frente, pareciendo estar muy afectada por la jugada en la que había fallado anteriormente.
Entonces, Flint se detuvo a mirar a Draco, que hablaba con Warrington a unos metros de ellos y luego devolvió su mirada a la pelirroja.
—Malfoy no debe de ser tan buen entrenador, si no te corrigió algo tan básico como la postura —dijo.
Diana levantó la cabeza, y abrió mucho los ojos. Su gesto la había delatado, pero hizo lo posible por negar con la cabeza de manera creíble.
—No sé de qué hablas.
Marcus Flint sonrió, divertido.
—Oh, vamos —murmuró—. Ya sé que te entrenó para las pruebas, él mismo me lo dijo.
Leyendo la mirada de interrogación y sospecha de Diana, Flint se apresuró a aclarar:
—No, no entraste en el equipo por él —dijo, y añadió una carcajada—. Malfoy no tiene tanto poder como para meter a quien quiera en el equipo.
Visiblemente más relajada, Diana asintió, suspirando.
—Yo solo... —se relamió los labios, nerviosa— Es bueno saber que no soy como él.
Flint frunció el ceño, de repente muy confuso.
—¿A qué te refieres?
—A Malfoy —explicó Diana—. Es obvio que entró en el equipo comprado —elevó la escoba en el aire, para mostrar su argumento.
