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Con los ojos cerrados, Tony extendió el brazo encontrando la cama fría y vacía, sonrió, no se sentía decepcionado por, como esperaba, no encontrar a Steve, supuso que lo que quería decirle no era tan importante. Seguramente una excusa.

Ya en la ducha, se dio cuenta de que no debía darle un segundo pensamiento al hecho de despertar sólo, resultaba raro cuestionar lo normal en su vida, también hipócrita porque Tony odiaba encontrar a una desconocida en su cama después de un acoston. Pepper era la única que sabía eso. Pero hace meses que no salía a buscar uno. Si seguía viendo a Steve no haría falta, por lo menos no durante algunas semanas más, hasta que Tony se deshiciera de su adicción, y Steve recapacitara y volviera a estar en control.

Seria divertido molestarlo cuando terminaran las cosas, si, seria divertido.

Terminó de secar su cuerpo, lanzando la toalla al cesto de ropa sucia, y cuando se colocaba la bata, miro su cuerpo con detenimiento.

Tony tenía cuarenta años, tenía el cuerpo de un hombre de cuarenta años, claro que, tonificado por el sparring y asistir al gimnasio en la torre, aunque con poca regularidad, era atractivo, esa era la explicación para las marcas en su piel.

Steve probablemente olvidaba que su fuerza no entraba en los estándares de lo normal, a Tony le gustaba ser el responsable de que Steve Rogers perdiera el control, le gustaba saber que era él quien le hacía olvidar todo, sin inhibiciones, sin prejuicios, sin segundos pensamientos, solo satisfacerse mutuamente. Hasta la mañana siguiente, donde seguramente el rubio huía despavorido.

Si tocaba las marcas de dedos en su cadera, los recuerdos de sexo duro y delicioso invadían su mente.

Solo había estado tres noches con Steve, por dios, Tony cerro con brusquedad la bata bufando para sí mismo, necesitaba aburrirse pronto de Steve. Frente al espejo comenzó a arreglar su barba, tenía el consuelo de saber que se cansaba con facilidad de las cosas.

Dentro de su closet, Tony se dirigió a la sección de trajes, recorrió las filas de trajes confeccionados específicamente para él, hasta detenerse frente a un traje azul marino con chaleco, tomo los mocasines de la parte inferior y salió a su habitación, en menos de cuarenta minutos debía estar frente a la junta directiva y aun iba a desayunar.

—Nena, enciende la cafetera —dijo Tony.

—Aw, hace tiempo que no me llamabas nena.

Tony saltó y media vuelta encontrando a Pepper de pie junto a la puerta.

—Joder, Potts, no puedes asustarme así, y hablaba con viernes.

Pepper rió adentrándose en la habitación.

—Así debes de tener la conciencia.

—Ja, graciosa —masculló cambiando sus pasos hacia el baño.

—Te compre una dona —anunció cantarina.

Tony se detuvo y la observó sobre el hombro, vestido elegante, color verde lima, que le favorecía, ojos brillantes y actitud de ganadora, traía comida chatarra y no parecía molesta por el obvio retraso de Tony a la junta.

—Te acostaste con Hill anoche, ¿no?

Pepper sonrió sonrojada. Ver a la rubia con esa expresión le hacía recordar a Tony una de las tantas razones por las que se había enamorado de ella. Era absolutamente hermosa.

—Eres libre de contarme detalles —dijo del otro lado de la puerta mientras se deshacía de la bata y tomaba la ropa interior —. ¿Hubo cena romántica? ¿hotel de cinco estrellas? ¿charla sucia?

El día en que Steve Rogers llegó a su limiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora