Capítulo 3.
Entre paso y paso, la chica llegó al instituto.
Iba sola. Caminaba por los pasillos rodeada por un murmuro de risas y críticas. Pero ya no le importaba, al fin y al cabo todos los días era lo mismo. El instituto es así, o mejor dicho, el infierno. Cuando ya llevas soportando algo demasiado tiempo, al final te llegas a acostumbrar. Y eso le pasó a Laura. Después, se aproximó a su taquilla, y al abrirla, se le calleron todos los libros al suelo. Los que estaban alrededor, se empezaron a reír y a llamarla patosa. Pero un chico al que a ella no había visto nunca, se acercó a ella, los recogió del suelo, se los dio, y desapareció. Laura se quedó asombrada. No le dio ni tiempo a reaccionar. Nunca nadie había mostrado ni un mínimo afecto hacia ella, pero este chico parecía ser diferente a los demás. Sonó el timbre. Mientras ella iba llendo a clase, se encontró con la "popular" del instituto. La típica subnormal a la que todos le tratan de diosa por su físico, o vete tú a saber por qué. Cristina, que así se llamaba, le dijo con un aire de superficialidad:
- Aparta, niña rara, que no me dejas pasar. Fea.
Laura no contestó, ¿para qué? no quería meterse en problemas, se apartó y ya está.
Pero a ella no le dolió lo de "niña rara" porque no es rara, es diferente. Y lo sabe. Lo de fea sí que le afectó un poco, pero oye, a oídos sordos, palabras necias. ¿Para qué prestarle atención a esa chica? ¿A esa persona que no le importa otra cosa que el físico? Lo gracioso es que suspende todo, no da ni una. Laura prefiere ser inteligente, a guapa y superficial.
Empieza la clase. Toca Ciencias Sociales, su asignatura favorita.
Cuando la profesora hace preguntas, aunque ella pueda ser la única que sepa cual es la respuesta, no levanta la mano nunca. Le da vergüenza. No quiere que los demás le llamen "empollona", como siempre. Así que decide callarse. Si la profesora le pregunta directamente, tampoco responde, simplemente, se encoge de hombros. Al terminar la clase, un grupito de chicas se acercan a ella y sus palabras fueron:
- ¿Por qué no has contestado a ninguna pregunta? ¿Qué te pasa, empollona?
Y se van, riéndose. Pero a Laura sigue sin importarle. No merece la pena.
Después de las dos clases siguientes, toca ir al recreo. Algo que ella odia. Siempre se queda sola, se encierra en el baño, y se queda la media hora llorando. Pero al salir de clase, se vuelve a encontrar con el mismo chico que le ha recogido los libros esta mañana. Él se va corriendo. Ella lo sigue, pero al final, lo vuelve a perder.
La chica piensa:
"¿Qué le pasará?", "¿No querrá hablar conmigo?".
Pero no se da más vueltas. Así que va al baño, y se encierra allí, se come el almuerzo, y se queda sentada ahí esperando a que termine el recreo.
De repente, empieza a llorar. Está cansanda de estar sola, de que todos se rían de ella, de que le insulten, de que no le muestren respeto. Suena el timbre de nuevo. Ella se seca las lágrimas, se mira al espejo, y sale de allí con una sonrisa enorme, como si nada hubiera ocurrido.
Mientras va hacia clase, unos chicos le llaman puta. Ella no entiende nada.
"¿Puta?", "Oh, sí, por eso soy virgen".
Pero no le da importancia. Terminan las clases, y por fin llegó el momento de regresar a casa. A la salida, había un grupo de chicas fumando. Laura les sonrío, y se marchó. Les sonrió porque le recordaron a ella, le recordaron esos momentos en los que está demasiado cansada de vivir, esos momentos en los que siente que el mundo se le echa encima, pues en esos momentos, recurre al tabaco.
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En un mar de mentiras.
Teen FictionLaura tenía dieciséis años, o como ella decía, dieciséis llantos. Era una chica a la que parecía que le gustaba estar sola, siempre lo estaba, le hacía sentir viva o algo así. En el instituto siempre le criticaban por eso, y por otras tantas cosas c...