I. Sangre nueva

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La oscuridad se apoderaba de la silenciosa ciudad medieval, era una fría y helada noche de invierno, donde la niebla espesa empañaba los cristales, mientras los animales salvajes se reunían en silencio al rededor de la cabaña de madera.

Nada rompía la tranquilidad de Salem, nada excepto unos gritos de dolor provenientes de aquella casa del bosque. Una casa a la que nadie en su sano juicio se atrevía a entrar, hasta a los más valientes se les erizaba el pelo con solo pensarlo. Dentro, estaba la mujer que aullaba de dolor mientras daba a luz ayudada de su madre.

Tras una hora de completa angustia para la mujer llamada Circe, al fin se escuchó lo que para ella fue un sonido angelical, el llanto de su bebé. La madre de Circe, Elaine, limpió con ternura a la pequeña criatura que había llegado a este cruel mundo.

—Es una niña.— susurró dándole la pequeña a su hija.

La mujer de pelo negro como el carbón, agotada, cogió a la bebé en brazos, besó tiernamente su cabecita y en un último suspiro, pronunció el nombre de la niña.

—Selene...—escuchó su anciana madre, mientras una lágrima cristalina recorría su mejilla, al ver a su hija caer sin vida sobre la cama.

Los lobos comenzaron a aullar, los gatos maullaban, los búhos ululaban, todos los animales se unían en un canto fúnebre por la muerte de tan poderosa y amada bruja.

Los años fueron pasando y Selene cada vez se hacía más poderosa. En su 7° cumpleaños Elaine le enseñó a trabajar con su propio talismán.

—Primero debes elegir un objeto que sea importante para ti—explicó la anciana.

Selene lo meditó por un momento y rápidamente corrió hacia su cuarto para coger el objeto más preciado para ella. Era un collar que le había dejado su madre antes de morir, este simulaba ser ramas de árboles plateadas que formaban una luna llena con una opalina en el centro. Se lo llevó a su abuela y ella sonriendo orgullosa comenzó a explicarle.

—Primero hay que purificar el objeto.—dijo acercándose a la ventana, donde entraba la luz de la luna llena—. La dejaremos aquí hasta mañana.

Al día siguiente ambas fueron a completar la purificación—. Ahora siéntate y sostenlo entre tus manos—la niña hizo lo pedido y se sentó en el suelo con el collar entre sus manitos—. Imagina que la base de tu columna es una cuerda dorada, que te conecta con el centro de la tierra. Bien, ahora imagina que de tu corazón sale una luz que invade todo tu cuerpo y, que esa luz, va hacia el collar—la anciana miró a Selene, quien tenía los ojos apretados, totalmente concentrada en el proceso y sonrió orgullosa—. Ahora recuerda momentos que te traigan más felicidad.

Y la pequeña comenzó a sonreír al recordar cuando su abuela le preparó un gran pastel de fresas para su quinto cumpleaños, o cuando le enseñó a comunicarse con la tierra, cuando vio su primera ninfa en un lago al ir a ayudar a su abuela a buscar leña y por supuesto, las noches que ambas pasaban juntas sin hacer nada, sin decir nada, Elaine leyendo y Selene jugando o mirando atenta a su abuela, esos momentos de silencio y tranquilidad la una en compañía de la otra.

—Ahora apoya tu frente sobre la tierra y haz que toda la energía regrese a ella—finalmente la niña se puso el collar y en el instante en que la piedra preciosa tocó su piel, comenzó a brillar fugazmente, fue poco el tiempo que duró, pero sabían que el ritual estaba completo, así que ambas volvieron al interior de la casa y siguieron con sus tareas del día.

La pequeña siguió creciendo, aprendiendo encantamientos, pociones, comunicación con la madre tierra. Y ya con 10 años su abuela le hizo el regalo más importante de su vida.

La Última Bruja de SalemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora