VII. La voz

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En la penumbra de la noche, la pareja salió del pueblo, segura de que nadie les veía y, en completo silencio, se adentraron en el bosque. La bruja hizo un hechizo para iluminar el oscuro camino, pues aunque había luna creciente, los escasos rayos plateados de esta no lograban atravesar las tupidas copas de los árboles.

Ambos jóvenes caminaban uno al lado del otro, atentos a cada sonido que producía la noche. Los grillos cantando, el sonido de las hojas mecidas por la suave brisa nocturna, un búho ululando en la lejanía, los lobos aullando a la luna y sus propios pasos sobre las hojas secas de otoño. Alexander se encontraba posado en el hombro de Selene, pues era más cómodo para ambos, por si se presentaba alguna situación en la cual debiesen escapar a toda prisa.

—Según el mapa aún queda bastante camino hasta el siguiente pueblo, podríamos tardar dos días a este ritmo—dijo la chica cansada.

"Será mejor que pasemos la noche en un lugar protegido y mañana sigamos" graznó el cuervo.

—¿Pero dónde?

"¿Qué te parece aquella cueva?"

—Podría ser peligroso—advirtió ella—. No sabemos si es el hogar de alguna criatura, ni si esa criatura es amigable, aunque tal y como están las cosas lo más probable es que no.

"En ese caso permíteme investigar" acto seguido, el cuervo bajó del hombro de la chica para aterrizar en el suelo con la forma de un gran lobo negro. "Espérame aquí, no tardaré"

Ella solo asintió y se quedó fuera con su varita en la mano y la daga a su alcance "por si las moscas" como decía su compañero.

Mientras esperaba a Alexander, un remolino de imágenes se vinieron a la cabeza de la bruja. Había pasado casi un año desde que todo su mundo había cambiado. Su abuela había muerto, al igual que su mejor amiga y, la única familia que poseía, podría estar en vete tú a saber donde, en cualquier infierno o paraíso o incluso podría esta muerto, ya que ella sólo se guiaba por una corazonada, la cual había veces que creía que eran solo fantasías para apaciguar su mente enturbiada y alejarla de la culpa que sentía hacia la muerte de la anciana.

Más tarde que pronto, la chica sintió una presencia a su lado, pero se relajó al sentir que era Alex, quien ya había vuelto a su forma humana.

—Las mujeres fuertes como tú no deben llorar—dijo limpiando con ternura una lágrima que corría por su mejilla. Ella hizo caso omiso y como si eso no hubiese pasado se puso en pié.

—¿Está libre?

—Las damas primero—hizo una ligera reverencia dando a entender que sí.

Era una cueva pequeña, no muy profunda, pero que para una noche serviría. Al estar ambos dentro, Alexander, se acomodó y comenzó a hacer un fuego, mientras que Selene se acercó a la entrada y junto a su libro de magia comenzó a recitar algunos hechizos protectores.

—"Ocúltanos naturae matris tuae in medio foliis."—(Madre naturaleza ocultanos entre tus hojas) y algunas enredaderas y plantas cubrieron la entrada con un espeso manto de vegetación—.  "Ventus patrem, faciamus nobis conspectu ignorari posse existimarent."—(Padre viento haz nuestra presencia desapercibida.) y el viento sopló en dirección contraria tapando su olor—.  "Novi omnem terram nostram trahentium occultatum intrusus."—(Sabia tierra oculta nuestro rastro a cualquier intruso.) por último, toda huella que la pareja pudiese haber dejado cerca de su escondite desapareció.

Al terminar y muy cansada tras haber usado tanta magia de golpe, la pelirroja se sentó a la izquierda del chico, quien ya había conseguido hacer fuego y estaba calentando algo de pan con queso y un poco de carne.

—Come, tenemos provisiones por lo menos para una semana más—dijo el chico al ver que ella miraba con recelo los alimentos.

—Lo que me preocupa no es eso.

—¿Qué es pues?—ella tan solo suspiró.

—No tiene importancia. Comamos antes de que se enfríe—y, aunque algo inseguro, él aceptó.

Ambos comieron en silencio y, nada más recostarse en el suelo, tapada ligeramente con una manta y con su mochila de almohada, Selene cayó en un profundo sueño. Alexander por su parte, permaneció un pequeño rato observando dormir a la joven, cosa a la que se había habituado, pues ver el rostro calmado de la chica apaciguaba sus demonios internos. Y poco después él también cayó en los brazos de Morfeo.

A la mañana siguiente, la chica despertó por el canto de los pájaros que provenían del exterior. Aún algo cansada, intentó levantarse sin hacer ruido, cogió su varita y su daga y salió al exterior de la cueva. En cuanto estuvo fuera, los rayos del sol la cegaron momentáneamente, pero poco tardó en habituarse a la claridad de la mañana.

Por la posición de los rayos del sol, dedujo que debían de ser las 9 de la mañana más o menos. Al juzgar por los ronquidos que salían de la cueva, Alexander continuaba sumido en un profundo sueño, por lo que ella decidió ir a caminar para poder estirar su cuerpo, pues este se había entumecido por el incómodo suelo sobre el que durmieron.

Para no perderse fue marcando los árboles con su daga, haciendo una pequeña X casi imperceptible para los que no sabían que estaba ahí. Lo que menos quería era llamar la atención hacia ella o hacia su escondite.

Tras un corto paseo, la muchacha decidió volver y, sumida en sus pensamientos, comenzó a hablar en voz alta.

—Quizás nunca los encuentre, o quizá ni siquiera existen. No, la abuela no era una señora que desvariase, ella era muy lista y buena y... y... y la hecho tanto de menos...—las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos—. Y ahora estoy hablando sola. ¡Genial!—dijo sarcásticamente—. Si tan solo hubiese llegado un poco antes... O le hubiese dicho que me acompañase, ahora estaría en casa con ella, aprendiendo magia y viviendo tranquila.

—O quizás estuvieses muerta como tantas otras brujas—dijo una voz masculina a su lado.

—¡ALEXANDER!—gritó la muchacha, alterada por el susto que le dio su compañero.

—Oye que estoy aquí, no hace falta que me grites.

—Pues no me asustes de esa forma. Y es de mala educación espiar a la gente.

—Yo no era quien hablaba solo en mitad del bosque—Selene agachó la cabeza.

—Esa conversación no era de tu incumbencia.

—Lo siento, no quería...—en ese momento se llevó el dedo índice a sus labios para que guardaran silencio—. ¿Has oído eso?

—¿Oír el qué?—dijo la chica sin entender. Pero sin ninguna explicación aparente, Alexander comenzó a caminar hacia lo más profundo del bosque—. Alexander para, ¿Qué es lo que ocurr...?—y ahí fue cuando ella lo escuchó también, una voz melodiosa cantaba desde el corazón del bosque, atrayéndolos, creando la curiosidad de a quién podría pertenecer tan dulce melodía.

Caminaron y caminaron sin rumbo aparente, la canción se iba haciendo cada vez más clara, era una canción de cuna, ¿La canción de cuna que Elaine le cantaba a Selene cuando era pequeña? No, ¿Era la canción que Alexander le cantaba a su hermana? No, eran ambas y ninguna a la vez, todas las sonatas que a toda persona le trae un buen recuerdo, una canción de cuna, eran unos versos de amor, pero también era silencio, una ilusión... Era todo y nada.

Finalmente quedaron frente a frente con el dueño de esa bella voz. Una mujer tan bella como su canto estaba metida en un pequeño lago en un claro del bosque, el agua le llegaba hasta la cintura y algunas gotas cristalinas mojaban su hermoso cabello azabache. Ella, al verles, cantó cada vez más y más alto, atrayendo a ambos jóvenes hacia las calmadas aguas.

Sin embargo, al pasar unos minutos, Selene empezó a ahogarse, no podía respirar y ahí se dio cuenta de que estaba dentro del lago y algo la empujaba hacia el fondo del negro abismo subacuático.

La Última Bruja de SalemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora