XIII. Hoguera

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La noche se cernía sobre la ciudadela mientras el cielo se teñía de azul oscuro, adornado por estrellas que parecían perlas brillando en la oscuridad. Los rayos plateados de la luna llena se escurrían entre los grandes ventanales del castillo, dejando ver levemente una sombra que deambulaba sigilosa, intentando emitir el menor ruido posible.

La extraña figura miró a los lados antes de ingresar en una de las habitaciones. Al cerrar la puerta tras de sí, la oscuridad se cernió en el habitáculo. Cuando sus ojos se adaptaron a la luz del interior, intentó vislumbrar la lujosa cama que se encontraba en el centro de la sala. Gracias a la claridad de la luna que entraba por uno de los ventanales, observó por unos segundos un bulto que creía dormido. Con algo de inseguridad alzó la mano mientras se acercaba a él, pero antes de que pudiese siquiera rozarlo, algo la agarró por la espalda inmovilizándola.

—¿Quién eres?—susurró una voz ronca que le hizo estremecerse.

—Alex...—al escuchar la voz de la chica el muchacho deshizo su agarre.

—Selene ¿Estás bien? ¿Te hice daño? ¿Qué haces aquí?—ella rio levemente ante el apuro de su compañero.

—Estoy bien Alex, no te preocupes—él no evitó envolverla entre sus brazos con un cálido abrazo, que ella, aceptó con gusto. Él deshizo el abrazo y encendió una pequeña vela para poder verla bien. Era hermosa, eso era lo que su mente le decía, incluso con su cabello despeinado seguía teniendo una belleza y delicadeza admirables. 

El muchacho sacudió levemente su cabeza deshaciéndose de esos pensamientos y se sentó en la cama junto a la chica.

—La reina no me da buena espina Alex—explicó ella con preocupación.

—Yo también he visto algo en su actitud que no supe descifrar, pero no era nada bueno.

—No debemos quedarnos aquí durante mucho tiempo. Mañana cogeremos provisiones y nos iremos en cuanto el sol salga.

—Pero no has descansado a penas nada.

—No puedo descansar aquí, algo me dice que corremos más peligro que en el bosque, y prefiero dormir en una cueva protegida con mi magia que en este siniestro pueblo.

—Está bien, mañana al alba nos iremos.

—Voy a volver a la habitación, no creo que tenga permitido venir.

—De acuerdo, ten cuidado.

—No te preocupes—Selene depositó un suave beso en la mejilla de Alexander y se fue, dejando al chico con una leve sonrojo que ocultó en las sombras.

Entre los vacíos pasillos solo se escuchaban los pasos de la pelirroja volviendo a su habitación, pero antes de llegar alguien cortó su paso.

—Majestad—el corazón casi sale desbocado de su pecho por el susto, pero lo disimuló lo mejor que pudo.

—¿Qué hace fuera de su habitación señorita Selene?—dijo con voz imponente, como sabiendo lo que realmente ocurría.

Entre la oscuridad de la noche, su gran camisón negro, una enorme capa de pelo azabache y la corona aún sobre su pelo rubio recogido en un perfecto moño, parecía más imponente.

—Estaba sedienta majestad, y necesitaba un vaso de agua—dijo con la cabeza gacha.

—Oh, en ese caso te guiaré—con un leve movimiento de mano, la reina ordenó que la siguiese, lo cual hizo sin rechistar.

Tras pasar por muchos pasillos, por los cuales probablemente se hubiese perdido incluso por el día, llegaron a la cocina. La reina cogió un vaso, lo llenó con leche y se lo sirvió a la chica, para acto seguido, sentarse frente a ella.

—Gracias majestad—

—No es nada querida—la observaba fijamente—. Y dime niña, ¿Cuál es el motivo de vuestro viaje?

—Como ya le hemos explicado majestad, debimos dejar nuestro pueblo...

—No querida—le interrumpió la reina—. Pregunto el verdadero motivo—la mujer se levantó sosegada y Selene comenzó a sentir miedo.

—No la entiendo majestad, es la verdad—la reina rio cínicamente.

—¿En serio crees que una historia triste y un par de palabras educadas podrían engañarme? Llevo cazando brujas desde que todo esto estalló y sé reconocer una de ellas cuando las veo, sobre todo si es la más buscada—la mujer dejó caer en frente de Selene un cartel de "se busca" con su foto impresa.

—Pero usted también es bruja ¿Por qué hace esto?

—Porque si elimino a toda la competencia me convertiré en el ser más poderoso de ambos mundos y todos deberán someterse ante mi.

Selene intentó correr hacia la puerta, pero la reina la agarró el pelo y la lazó contra el suelo.

—No querida, esto no ha hecho más que empezar ¡Guardias!—dos hombres y dos mujeres entraron en la cocina—. Llévense a esta bruja a los calabozos, mañana tendremos un espectáculo público—una sonrisa maliciosa salió de sus labios y uno de los guardias golpeó a Selene en la cabeza con su arma dejándola inconsciente para llevarla más fácilmente a los calabozos.

A la mañana siguiente Alexander se despertó en sus aposentos debido al ruido de unos tambores que había en la calle, pero cuando quiso moverse se dio cuenta de que estaba encadenado a la cama. 

Desesperado intentó hablar con Selene por telepatía, pero ella no respondía. 

Mientras tanto, en el patio del palacio y sin que el chico lo supiese las gentes del pueblo se  arremolinaban al rededor de dos chicas atadas a los postes y con leña justo debajo de ellas. 

—Mi queridos ciudadanos—habló la reina desde su balcón—. Estas mujeres han sido acusadas de brujería y como sabéis, por este pecado debe ser castigadas con la hoguera—gritó esto último—. A vuestra derecha se encuentra nuestra querida vecina, ala señorita Aberith—la chica no trataba de forcejear, sus ojos estaban vacíos de vida, cuando matas al guardián de una bruja la condenas a una vida de sufrimiento y tormento casi inaguantable, es como si le arrancases el corazón y la obligases a estar muerta en vida—. Ejecutor, péndale fuego—un hombre corpulento obedeció de inmediato a la reina y lanzó una antorcha prendida a la pila de leña que se encontraba debajo de la muchacha. 

El fuego no tardó mucho en propagarse y el olor a humo y carne quemada despertó a Selene, quien alcanzó a levantar la mirada solo para encontrarse con la horrible visión de la chica siendo devorada por las llamas entre gritos de agonía. 

Alexander, quien había oído todo sabía que lo mismo le pasaría a Selene, por lo que debía apresurarse. Intentó transformarse, pero en cuanto su piel intentó cambiarse por las plumas, los grilletes comenzaron a arder, haciendo insoportable el dolor del acero al rojo vivo. La reina debió haberles puesto un hechizo en ellos. Así pues, en su forma humana, agarró con dificultad el pulgar de la mano derecha y sacudió fuerte la mano, dislocándose la muñeca y pudiendo deslizarla por los grilletes. Hizo lo mismo con la mano izquierda y tratando de ignorar el dolor, consiguió recolocarse los pulgares. Para los pies apagó la vela de una de las lámparas que se hallaban sobre su cabeza y vertió el aceite que las mantenía prendidas en los grilletes para así hacer que sus pies se deslizasen entre estos.

Pronto volvió a oír a la reina, esta vez presentando a Selene. Corrió hacia la puerta, pero antes de abrirla se percató de que había una sombra frente a esta, era un guardia. Miró a su alrededor y la única salida que vio fue un gran ventanal. Corrió hacia él, solo para encontrárselo cerrado, por lo que en un último intento por salir, cogió una silla y rompió los cristales. Para cuando el guardia entró a la habitación, Alexander se hallaba saltando por el balcón transformándose en cuervo, dirigiéndose hacia el bosque.

—Selene la bruja, has sido condenada a la hoguera por brujería ¿Tienes unas últimas palabras?—la chica miraba con esperanza al cielo, esperando que Alexander llegase en su rescate—. Bien, ejecutor, lance...

—¡Alto!—una voz femenina surgió de entre la multitud y el fuego de la antorcha fue apagado por una brisa generada por una figura negra que surcaba el cielo. 

La Última Bruja de SalemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora