Prólogo: "Ecos del Pasado"

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-¡Vamos! ¡Juegemos un rato!- insistía la niña.

El chico soltó un gran suspiro y miró a la chica que estaba sentada a su lado. Tenían la misma edad y, a pesar de eso, era bastante claro quién de los dos era el más maduro. Ella llevaba ya cerca de tres minutos gritando para que ambos hicieran algo más que solo sentarse en el patio del colegio esperando a que sonara la campana que les indicaba que debían volver a clases.

-Ya te lo he dicho, no tenemos tiempo de jugar- afirmó el jovencito- Además, no podemos salir del patio.

-Vamooooos. Por favoooooor- decía la niña mientras jalaba del brazo del chico y lo miraba directamente a los ojos.

Al niño le era imposible no hacerle caso a esa carita que ponía su amiga cada vez que quería hacer algo y no aceptaría un "No" como respuesta. Siempre era lo mismo. El era el chico normal y respetuoso de las reglas y ella era la alocada que le encantaba saltarse todas las normas

-Está bien- cedió el jovencito- Pero regresaremos antes de la campana.

-¡Si!- exclamó la chica- ¡Conozco un lugar perfecto! ¡Vamos! ¡Rápido!

La jovencita tiró tan fuerte del brazo de su amigo que hizo que se cayera del asiento en el que estaba, provocando que se estrellara contra el suelo y se ensuciara todo su uniforme.

-Perdón por eso- se disculpó la chica.

-Solo vámonos de una vez- dijo el chico mientras se levantaba y se limpiaba el uniforme.

Pero su compañera al parecer no aprendía la lección y volvió a tirar de su brazo, solo que esta vez logró evitar ser tirado al suelo. Los dos regresaron dentro del edificio escolar a pesar de que les estaba prohibido ir mientras el recreo siguiera. Lograron esquivar a los maestros que estaban patrullando los tres pisos que conformaban la escuela primaria donde ambos asistían y terminaron llegando a unas escaleras que llevaban a una terraza.

No había casi nada ahí. El suelo estaba hecho de concreto reforzado, de un color gris que quedaba bastante feo y era algo rugoso. Unos pocos conductos de ventilación de metal era todo lo extra que había en esa terraza. Pero lo mejor de ese lugar era que tenían una línea directa con el cielo del planeta, flanqueados por los enormes edificios de la ciudad. Era de día, por supuesto, pero el día estaba precioso. Soleado y sin ninguna nube que tapara la bóveda celeste. Los dos jovencitos se sentaron en el suelo y la niña miró hacia arriba.

-¿Y? ¿Qué te parece?- preguntó ella.

-La verdad... es que hay unas buenas vistas- respondió el niño- ¿Cómo fue que conseguiste la forma de entrar este lugar?

-"Tomé prestadas" las llaves del conserje, les hice una copia y me quedé con una- contestó la chica.

-Tú como siempre respetando a la autoridad- comentó el chico.

-Me conoces muy bien- bromeó la jovencita.

Reinaron unos minutos de silencio en el que ella se la pasó mirando hacia arriba y él hacia atrás, preocupado porque en cualquier momento podría sonar la campana y como los descubrieran allí estarían en problemas. Sobretodo él, que con el padre que tenía no podía permitirse la más mínima mancha en su historial.

-¿Sabes? Algún día yo estaré allí- afirmó la niña, rompiendo el silencio- Iré más allá de este cielo azul. Llegaré más lejos de lo que nadie ha llegado jamás. Veré cientos de maravillas y todos los secretos que oculta el espacio. Y encontraré La Tierra. Lo tengo decidido.

-¿Es por los cuentos que te cuentan tus padres?- preguntó el niño- ¿Nunca te has puesto a pensar que podrían ser solo eso, cuentos?

-Bueno, supongo que para eso tendré que viajar- respondió la chica- Para descubrir si es verdad o un simple mito.

La Guerra FatricidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora