—¿Cuánto tiempo dices que ha pasado? —me preguntó Jimin. Tenía en una mano un bolígrafo con el que calificaba los proyectos finales escritos de la historia de la danza.
—Tres meses —dije y vi con claridad cómo sus hombros se tensaron. De inmediato dejó lo que hacía para voltear a verme.
—¿Y Seokjin sabe de esto? —negué con la cabeza—. ¿Han pasado tres jodidos meses y tú no les has dicho a tu novio? —asentí—. ¿Se puede saber por qué?
—No quiero preocuparlo con tonterías —alce los hombros como si en verdad no me importara todo aquello. El rostro de Jimin se volvió rojo y se deformó.
—¡Qué han pasado ya tres meses, Jeon! ¡Esto no puede ser una tontería! Dime, ¿es que no te haz visto en un espejo?
Me mordí los labios. Mis ojos continuaban observando el techo de la sala de maestros. Habían seis lámparas pero solo cuatro estaban encendidas. ¿Se habrán fundido las demás?, me pregunté con el afán de ignorar lo que mi amigo me decía. No quería tener que responder a eso.
¿Verme en un espejo? Últimamente se me había hecho una mala costumbre. Podía pasarme horas observando mi reflejo en el espejo y, por más que lo odiara, una vez que lo hacía, no podía despegarme de ahí. Cual imán siendo arrastrado por otro. Por supuesto que veía lo mismo que Jimin.
Tres meses atrás mi piel se hubiese visto brillante y sana, ahora parecía papel de arroz: frágil y transparente. Las venas del cuerpo se me resaltaban con exageración. Tenía los ojos hundidos y dos manchas negras debajo. Además, había perdido cinco kilos en los últimos dos meses. Incluso me daba vergüenza que Seokjin me tocara de más, no quería que llegase a sentir los huesos de mi columna y mis costillas marcadas. De las ojeras, por irónico que parezca, era más fácil encargarse. Un par de mentiras piadosas bastaban. «Me han cargado de trabajo en la Universidad» y asentía quedándose satisfecho con mi respuesta. No me hacia mucha gracia mentirle a mi novio pero no podía decirle lo que me pasaba, tampoco.
Una semana después de aquella noche en que Seokjin se quedó a dormir en mi piso me enteré de que no nadie de la escuela, además de directivos y administrativos sabían de mi domicilio. Ese tipo de información estaba estrictamente prohibido para el alumnado y era imposible que alguien me hubiese seguido a casa. Por si a caso, el rector de la facultad había hecho un par de preguntas. Solo para estar cien por ciento seguro.
El alma se me bajó a los huevos. Tenía la esperanza de que fuera una alumna tímida la que tocaba siempre a mi puerta. Así, con hablar de ello hubiese bastado. Pero no. Habían pasado tres meses ya y las cosas de habían puesto peor.
Cada noche, a la misma hora, 3:40 de la madrugada, un sobre blanco se colaba debajo de mi entrada.
Las primeras cuatro semanas lo había encontrado por la mañana, cuando despertaba. Escuchaba los ruidos por la noche pero no me asomaba a ver. Poco después, empecé a hacerlo. Una vez que despertaba, no podía volver a conciliar el sueño.
Me quedaba en cama hasta que amanecía mas los golpeteos nunca terminaban. Al menos hasta que salía de entre las sábanas, andaba por el pasillo y me detenía justo frente a la entrada. Entonces dejaban de tocar e inmediatamente un nuevo sobre blanco con mi nombre inscrito en él se deslizaba debajo de mi puerta. Fueron diez noches exactas. Luego entendí que quien fuese el que llegase a tocar, no se detendría hasta que yo no estuviese enfrente.
Y así fue como comencé a recibir cartas, todos los días, a las 3:40 de la madrugada.
—No suelo hacerlo seguido —mentí alzando los hombros. Jimin torció los labios.
—Jungkook... —me llamó. Su tono de voz tan lúgubre me puso los vellos de punta. Una gota de sudor frío me recorrió la espina dorsal y las manos, de un momento a otro, se me congelaron. Le miré fijo a los ojos—. ¿Ya leíste alguna carta?
El corazón se me detuvo. «No, ninguna» quise responderle. Pero ese fastidioso sonido volvió a sonar nítido en mi mente.
Toc, toc, toc.
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Toc, toc, toc. »jinkook
Misterio / Suspenso« En el piso 300 en un apartamento en Yogsan-gu, Jeon Jeongguk, un profesor de Filosofía Moderna comienza a recibir, tras varios golpes en la puerta de entrada, unos misteriosos sobres blancos con su nombre inscrito en él. Podrían haber sido de algu...