Alguien no olería muy bien y alguien saldría con el ojo morado.

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Esa noche decidí quedarme despierto. Estaba en la sala, con un bol de palomitas entre el pecho y las piernas y una manta cubriéndome desde la cabeza. En la tele pasaban un programa de bromas. No me parecía el más entretenido pero considerando la hora, no habría nada mejor.

   Cogí un puñado de palomitas y me lo llevé a la boca. Solo mastiqué un par de veces y luego lo tragué todo. En la pantalla, un tipo le vaciaba el perfume a su novia para meterle una mezcla de ajo y cebolla. Alguien no olería muy bien y alguien saldría con el ojo morado.

   Entonces, tocaron.

   Toc, toc, toc...

   El cuerpo entero me comenzó a temblar. Con desesperación apagué el televisor y revisé la hora en el reloj de pared que se encontraba cerca: 3:40 de la madrugada. Tragué saliva. No pude verme en el espejo pero le hubiese jurado a cualquiera que el pálido de ahí no era un muerto, todavía. Era yo.

   Volteé la cabeza en dirección a la puerta y me quedé así un rato. El golpeteo no se detenía.

   Toc, toc, toc...

   Dejé el bol a un lado y me abracé las piernas. Encogí los pies en el sillón y volví a tragar. Como deseé que Seokjin estuviese ahí conmigo.

   Decidí no hacer ningún ruido. Incluso dejé de respirar un momento. Lo único que salía de mi cuerpo, al parecer, eran los latidos desbocados de mi corazón. El pecho comenzó a dolerme y sentí como si el brazo izquierdo se me fuese durmiendo. Comencé a sudar.

   El ruido de los golpes había quedado grabado a la perfección en mi mente. Tanto que ya no sabía hasta dónde eran reales y hasta donde producto de mi imaginación. ¿En verdad estaban tocando a mi puerta o era sólo yo que me lo comenzaba a imaginar? Me mordí los labios fuerte. Mis ojos continuaban mirando hacia la puerta. Pensé en pararme, como las veces anteriores, para que el ruido se detuviera mas no fui capaz de poner un pie fuera del sillón. Algo ajeno a mí, una fuerza que nunca antes había sentido, me mantuvo estático en la misma posición en el mismo lugar. Y parecía que yo no tenía la voluntad suficiente para desafiarla y levantarme. Pasaron cinco minutos exactos y el ritmo de los golpes comenzó a cambiar. Subieron su velocidad.

   Toc, toc, toc...  Toc, toc, toc...

   Toc, toc, toc...  Toc, toc, toc...

   ¡Toc, toc, toc..! ¡Toc, toc, toc..!

   ¡¿Qué estaba sucediendo?!

   Toc, toc, toc...  Toc, toc, toc...

   Toc, toc, toc...  Toc, toc, toc...

   ¡Toc, toc, toc..! ¡Toc, toc, toc..!

   Me cubrí los oídos y cerré fuerte los ojos. ¡Estaba volviéndome loco!

   Toc, toc, toc...  Toc, toc, toc...

   Toc, toc, toc...  Toc, toc, toc...

   ¡Toc, toc, toc..! ¡Toc, toc, toc..!

— No, no, ¡no! ¡Detente! ¡Basta! ¡PARA YA!

   Y se detuvo.

   Silencio.

   Y un escalofrío.

   Abrí los ojos de golpe, con desesperación, con el corazón agitado a más no poder y las mejillas bañadas en lágrimas. ¿Cuando había comenzado a llorar? Mis manos y pies estaban helados y respiraba con la boca abierta. Como si mi nariz hubiese olvidado cuál era su función.

   Volví a mirar la puerta por instinto. En ese momento el sobre blanco se coló por debajo. Tragué fuerte y suspiré de alivio pensando que ya todo había terminado.

Jeon Jeongguk... —dijeron del otro lado con una voz chillona y lúgubre. Por el timbre, no pude distinguir si era un hombre o una mujer.

   Era la primera vez que hablaban y supe, de inmediato, que eso había sido peor que los golpes y los sobres. Me habían llamado por mi nombre lo que significaba que sabía, quienquiera que estuviese ahí afuera, que yo andaba cerca y veía y escuchaba todo desde mi lugar. 

   El miedo y la ansiedad que sentí tras escuchar aquella voz me confirmó dos cosas esa noche:

   La primera: es que en todo ese tiempo, la persona que tocaba, tenía bien sabido que era yo quien recibía las cartas personalmente.

   Y la segunda: que una vez pronunciado mi nombre, ya no había salida.

Toc, toc, toc.                                »jinkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora