Necesitaba jalar el hilo y para eso, debía comenzar desde el principio.

524 108 16
                                    

   «Ni se te ocurra, Jeon Jeongguk»

   Así rezaba el sobre blanco sin nombre. Lo tenía entre las manos, éstas, sobre la mesa y justo frente a mí, la caja envuelta en bolsas negras. Me había quedado sin voz y el cuerpo me había comenzado a temblar. Esta vez mucho más que las anteriores. Tenía tan helados los dedos que no sentía la textura del papel. Solo sabía que lo seguía sujetando porque estaba viéndolo. Un dolor punzante me atravesó el estómago.

   «Ni se te ocurra, Jeon Jeongguk», ¿qué significaba eso? «Algo malo» me dije mentalmente. Esa carta era una advertencia clara. No debía hacer algo, ¿pero qué era ese algo?

   Mi mente se despejó de inmediato enviándole la orden a mis ojos de que se despegaran de la hoja blanca y se concentraran en la caja. «Esta carta tiene que ver con el contenido de esa caja» comenté para mí. «¿Pero qué habrá ahí dentro? ¿Qué tiene de especial o diferente y por qué, ésta vez, el dichoso sobre blanco no lleva mi nombre?».

   Respiré profundo y exhalé despacio intentado calmarme. Necesitaba comenzar a pensar. El miedo no me había llevado a ningún lugar más que convertirme en un recolector de cartas y en un muerto viviente. Además, me veía privándome de salir de mi departamento por el terror de encontrarme con una persona de la que no sabía nada. Ni si era hombre o mujer y, de la cual, mucho menos conocía su rostro. No había tenido tiempo de detenerme un momento, abofetearme, respirar y ponerme a analizar la situación. ¡Que era profesor de Filosofía moderna y no podía ni usar mi raciocinio!

   Dejé la nota a un lado de la caja ignorando, por supuesto, el temblor de mis manos. La tomé sin detenerme a pensar lo difícil que sería quitarle todo ese adhesivo de encima y comencé a abrirla. Me llevé quince minutos en ello. Cuando la cinta hubiese sido removida, proseguí a desenvolver el rectángulo. Quité cinco bolsas negras y un papel para envolver del mismo color negro. No decía nada ni llevaba alguna otra nota. Tragué fuerte. Luego levanté la tapa.

   Un objeto rectangular era lo único que había. El marco era marrón oscuro y el vidrio estaba quebrado. Como si lo hubiesen tirado apropósito. Un escalofrío fuerte me azotó al reconocer la fotografía. Entre los pedazos de vidrio fracturado pude encontrar la sonrisa de Jimin hacía unos cinco años, cuando nos habíamos ido de vacaciones a Busan para visitar a nuestras familias. Yo estaba a un lado, intacto. Jimin, en cambio, tenía el rostro arañado y con manchas rojas. Solo su sonrisa había salido ilesa. «Ni se te ocurra, Jeon Jeongguk». Eso era. La persona de las cartas no quería que le mostrara a Jimin el contenido de ellas. Por eso me había mandado esto en una caja justo a la hora en la que lo esperaba. Pero algo no terminaba de cuadrarme, ¿por qué Park no había llegado? ¿Tendría está persona algo que ver? ¿Le habría hecho algo?

   El escalofrío volvió a recorrerme el cuerpo. Tragué fuerte intentando no pensar de más.

   Necesitaba jalar el hilo y para eso, debía comenzar desde el principio. Empecé a recordar:

1.- ¿Hacía cuánto iniciaron los golpes? Tres meses y medio, en Julio 12. Hoy es Octubre 27.

2.-  ¿Y las cartas con nombre, cuándo comenzaron a llegar? Ese mismo día, en Julio, soñé una carta por primera vez. Después comenzaron a llegar, sin excepción, todos los días.

3.- ¿Cuantas tengo en total? 108 cartas.

4.- ¿He leído alguna? No.

   Y, en medio de mi sesión de preguntas mentales para análisis, unos nuevos golpes en la puerta me detuvieron. Solo fueron tres. Y seguido de ellos, aquella misma voz habló.

¿Y qué estás esperando para leerlas, Jesokgguk-ah?

Toc, toc, toc.                                »jinkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora