As de treboles

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La situación era mala, federales, estatales y militares habían salido a las calles para intentar frenar la enorme ola de violencia que habíamos desatado en Kimuul, muchas familias se habían ido huyendo de la horrible situación que azotaba la ciudad que alguna vez fue conocida como un "refugio" para los sobrenaturales, un paraíso urbano donde vivirían en paz. La situación mundial tampoco era mejor con gente viajando en un éxodo masivo rumbo a Europa y Asia por el miedo justificado hacia una guerra continental o posiblemente mundial, al menos eso era lo que la radio de mi auto decía.

La ensordecedora lluvia me dejaba algo de privacidad, sentía más que nada que me aislaba del mundo, me permitía llorar sin hacerme sentir un inútil por ello y aunque estaba dentro de mi auto, oculto en una alcantarilla me sentía más en casa en ese momento que en cualquier otro lugar.

Sentí una mano calida sobre mi hombro derecho así que un poco asustado voltee a verla, me sorprendí mucho cuando me di cuenta que era Bass en el asiento del copiloto.

— ¿Bass? —dije incredulo—imposible, tu no puedes entrar a la tierra.

—No amigo pero puedo entrar en tu mente, por eso estoy aquí.

— ¿Qué es lo que debería hacer? ¿Cómo es que acabará todo esto?

—No puedo decírtelo amigo, yo sólo puedo decirte lo que ya pasó, cuando cruzaste al otro lado perdiste el derecho a preguntarlo, ahora sólo puedes verlo tu, aunque para serte sincero este mundo no se ve nada bien, tal vez está primavera negra ni siquiera cambie algo

Aunque Bass tenía razón voltee para responderle pero en ese momento ya ni siquiera estaba ahí. Como sea no podía quedarme ahí quieto pues si lo hacía Kaiser podría encontrarme y si no lo hacían ellos los cazadores o los arquitectos lo harían y en ese momento no podía saber quien de todos era peor.

Aunque llovía a cántaros salí del auto e hice lo que pude para llegar lo mas desapercibido a la estación del metro más cercana tome el metro y por fortuna la casa de Clarisa no estaba muy lejos de donde baje y ya que a está hora ella seguía en su estudio decidí subir la escalera para incendios y entrar por su ventana.

Estaba en su cocina, mi cabello completamente mojado llegaba a mis labios y picaba mis ojos así que fui al baño y me seque con una toalla.

Recordé que había dejado un poco de ropa en la habitación de Clari así que camine hasta la recámara y ahí estaba ella, probablemente la lluvia no la dejó salir de casa, la vi con toda la intención de darle un beso y decirle "Aquí estoy, no me he ido, te extraño tanto" pero no, no iba a exponerla de esa manera a tanto peligro.

Me quite la pechera junto a mi arma y la deje en el taburete junto a mi mientras sacaba una playera color negro y una chaqueta bomber de color oliva, me cambie a un lado de la cama y luego me puse un gorro negro de los "Red hot chilli peppers" pues hacía frío afuera, me  acerqué a Clarisa, acaricie su cabello y  unos segundos después le di un beso aunque no se si fue de amor o de despedida y luego de eso volví a irme.

Tire mi ropa en un basurero mientras le rezaba a cualquier deidad para que ningún cazador o sobrenatural me reconociera.

Ya en el metro decidí cortarle un largo mechón de cabello a una joven mismo que trenzé y guarde en mi bolsillo.

Me baje en el centro de la ciudad donde había una armería especializada para cazadores, un guardia vigilaba la entrada (¿quieren saber algo acerca del cabello humano? Muchos asesinos lo prefieren antes que una cuerda ya que es muy resistente, no se rompe ni se desgarra) tome el mechón de cabello y aorque al tipo mientras su rostro se hinchaba y cambiaba de color, lo deje cuando finalmente escuche su garganta tronar.

Abrí la puerta y entre a la armería donde me atendió un viejo conocido de mi abuelo.

—Hola Arturo.

—Estas metido en muchos problemas chico—dijo el hombre ya entrado en años.

Arturo era de baja estatura con piel bronceada por el sol, tenía la piel arrugada por los años y a pesar de la edad era el hombre más endemoniadamente testarudo que jamás había conocido.

Arturo me invitó a pasar a su casa y su mujer nos trajo un vaso de limonada a cada uno.

—Se que haces aquí chico, me estaré jugando el cuello si te equipo.

—Lo se, pero es...

—No sigas, ganame en una partida de poker y es tuyo.

Pase los siguientes veinte minutos jugando poker para al final llevarme unas cuantas balas y un cuchillo.

Volví a la alcantarilla bajo el incesante aguacero y deje mi mochila con las municiones en el baúl del carro.

Entre en el auto y ahí estaba esa mujer, la misma que me había mandado por Dolca y que se me había escabullido aquella noche en la casa de seguridad.

—Buenas noches señor cazador—me saludo.

—La saludaria pero desgraciadamente no se nada de usted.

Ella me volteo a ver y mientras pensaba algo.

—Mi nombre es Diana—dijo.

-Bueno Diana ¿qué es todo esto? ¿en serio asesinaríamos a tanta gente por esta causa? ¿lo vale?

— ¡¿Qué?! No claro que no, es sólo que necesitábamos...necesitamos un as bajo la manga—explico—la única forma de que ganemos está batalla es asustandolos ¿sabes? Haciendo presión, en cuanto vean que tenemos esto no...

—Eso no es lo que pregunte.

—Si—dijo rotundamente—Mira lo que ha echo el hombre estando al mando del mundo contaminación, holocaustos, guerra.

— ¿Y nosotros lo cambiaríamos? —pregunte.

—Al menos haremos el intento—me respondió viéndome a los ojos.

—Es una locura ¿sabías?

—Si, lo sé pero es mejor que sólo no hacer nada.

—No se si esta sea la mejor opción para un cambio.

—Yo tampoco ¿pero qué dices? ¿Estas dentro?

CazadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora