No soy para ti → jenlisa

No darle importancia a Manoban.

—No, mamá. No voy a hacer eso.

Era viernes por la tarde y Jennie se estaba preparando para recibir a sus amigos en el departamento. Llevaba varios días sin verlos y a Rosé y a ella se les había ocurrido invitarlos para pasar el rato. Por eso, mientras Jisoo terminaba las cosas en la oficina, la morena se dedicaba a preparar varios bocadillos, ordenar un poco el lugar, y mirar cada dos por tres la puerta para ver si Lisa se dignaba a aparecer, entre otras cosas. Estaba a punto de empezar a preparar aperitivos cuando su madre llamó y, ahora, ya llevaba más de media hora conversando con ella.

Tanto su madre y su padre estaban al tanto de todo lo que había pasado con Lisa y si bien su padre se mantuvo al margen de toda opinión, Casandra se había vuelto la abandera de la rubia.

—He dicho que no, madre —usaba términos que demostraran su falta de paciencia con el tema—. No quiero hablar con Manoban, así como se ve que a ella no le interesa hablar conmigo. Y lo digo porque evidentemente está evitándome. Desde que la vi en su estudio no hemos vuelto a hablar, solo compartimos el domingo que fuimos a ver a Rhode y... —se ve que cuando nombró a la niña su madre dijo algo—. ¿Recibiste la foto que te envíe? ¿Viste que hermosa es? —una sonrisa aparecía en el rostro de Jennie—. Si vieras lo celosa que se puso Lisa cuando Riri vino corriendo a abrazarme primero. Juro que todas sus caras son adorables... —ups, eso se te escapó morena—. No, las de Lisa no, mamá, las de Rhode —suspiró y se aplaudió internamente por su inteligente salida—. Por supuesto que le di el regalo que tú y papá mandaron, pero la hermana Ana no quiere que hagamos tantas diferencias con los otros niños, así que la próxima vez acuérdate del resto —se habían ganado una gran reprendida por llevar regalos sólo para Rhode—. Sí, mamá, me acordé, pero no le puedo pedir a las monjas que recen para que papá tenga que dejar de tomar la pastillita azul y recuérdame mandarte el cheque de mi terapeuta —no es una conversación que alguien quiera tener con su madre.

Jennie suspiró ante la próxima pregunta.

—Te dije que no hemos hablado. Lisa se la pasa fuera de casa. Cuando llega se encierra en ese maldito cuarto que tiene y no sale hasta que todas nosotras estamos acostadas. Cuando me levanto duerme plácidamente —su boca hizo una mueca divertida.

Se estaba haciendo una costumbre para la morena desayunar mirando a Lisa dormir. La rubia tenía millones de poses y, para colmo, estaba inundada de almohadones. De hecho, más de una vez a la morena le pareció que uno de estos se había metido entre las piernas de la rubia y tanto a ella como a la bailarina, tonteaban imaginando que el supuesto almohadón era un gran pene que Lisa ocultaba. Una sola vez, cuando Jisoo también vio al almohadón ocupando ese lugar, Jennie alcanzó a escuchar que la surcoreana murmuró: "Lo único que falta, la rarita con un rarón entre sus piernas". Las tres rieron tapándose la boca para no despertar a la rubia.

—No, mamá, y es la última vez que quiero que me pidas lo mismo, no voy a intentar hablar de nuevo con ella, ni tampoco quiero saber más nada de su vida. Si las cosas siguen así, esta situación va a durar menos de lo que pensaba —al parecer todo iba bien en la inversora—. Así que adiós este departamento y adiós Manoban —afirmó, sintiendo como alguien golpeaba la puerta—. Bueno, mamá tengo que dejarte, ad... Sí, ya te he dicho veinte veces que las tres vamos a estar en tu mega fiesta aniversario —Jennie giraba los ojos mientras le abría a sus amigos y los hacía pasar, haciéndole señas de que estaba con su madre al teléfono—. Sí, madre, ya reservamos los pasajes, dile a papá que lo quiero. Adiós —fin de la conversación y un largo suspiro por parte de la morena.

Jennie se recostó un momento durante la puerta y, con su mirada en sus ruidosos amigos, se abstrajo por un momento en sus pensamientos. Claramente la misión: "dejar de darle importancia a Manoban" estaba fallando. Desde que habló por última vez con la tatuadora, no había podido sacársela de la cabeza. Incluso había tratado quedarse mil veces a solas con la rubia, pero era prácticamente imposible, solo Rhode hizo que se juntaran y durante el tiempo que compartieron, solo hablaba Jennie con Rhode o la pequeña con Lisa. La rubia esquivaba hasta la mirada de la empresaria. Ay, Dios, como extrañaba Jennie ese mirar, torcer y abrir.