A pocos pasos.

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— ¡Deja tus manos quietas! —la regañó Lisa.

—Pero, Lili, amor, no creo que sea... aún tenemos que hablar de muchas cosa y... y tu vuelo sale en... en... —Jennie sabía que por la mirada de hambre que tenía su novia no iba a convencerla, pero de todas maneras tenía que probar y hacer el mayor esfuerzo posible por no entregarse a la dulce, tierna e inocente Lisa que cuando tenía a Jennie desnuda frente a ella de alguna forma se transformaba en una idiota, engreída y dominadora que realmente a la morena no le importaba que apareciera de vez en cuando. Al contrario, le gustaba—. Amor, por favor... —intentó besarla para calmarla, pero Lisa no quiso nada de eso, alejó la cara de Jennie y apretó aún más su agarre, dejando que sus manos toquetearan todo lo que ella quería abusar literalmente del cuerpo de Jennie.

La empresaria no hizo más que cerrar sus ojos y tratar de recordar como demonios había llegado de estar muerta de cansancio por culpa de un incómodo hospital a haber pasado lo que restaba de la noche teniendo sexo con la mujer de su vida. La arena que aún quedaba entre sus dedos le recordó el momento crucial. La playa.

Había vuelto de la playa prácticamente entregada en los brazos de Lisa, no solo por la desesperación que tenían ambas de seguir tocándose y de no poder separarse, sino también porque hacía un año casi que no había tenido relaciones y tener de vuelta el miembro de la rubia dentro de ella sumado a la presión que el agua del mar había ejercido, había sido todo una hazaña. Hazaña que se duplicó cuando Jennie quiso levantarse y volver a su casa por su cuenta; sencillamente sus piernas se aflojaron.

La empresaria no podía culpar a Lisa. Por más que la tatuadora fue tan gentil como su misma desesperación se lo permitió, Jennie no pudo evitar haberse sentido virgen de nuevo. Después de la cuarta vez que le pudo seguir el ritmo a Lisa, Jennie solo decidió entregarse a lo que su novia quisiera hacer con ella dentro del agua. Su cuerpo, alma y mente ya estaban sobre la luna, no había nada por hacer más que gozar el placer que la tatuadora le estaba regalando.

Lo que la morena nunca esperó es que aun después de las largas horas haciendo el amor dentro del mar, aún después de la caminata que Lisa había tenido que hacer con Jennie en sus brazos, al llegar al dormitorio el pene de Lisa siguiera tan vivo y coleando como lo sintió en cuanto su novia se ubicó en su espalda una vez que se adentró al mar. No había otra opción, a Jennie no le había quedado otra que sacar sus habilidades empresarias y negociar con su novia un par de minutos de sueño a cambio de varias sesiones posteriores de sexo desenfrenado. Minutos en los cuales Jennie aprovechó para dormir mientras que Lisa solo miraba los números del reloj cambiar y con sus dedos llevaba la cuenta de cuanto faltaba para volver a sentir a Jennie.

Tantas eran las ganas de recuperar el tiempo perdido que tenía la tatuadora que en cuanto la alarma de Jennie anunció el fin de su descanso, las manos de Lisa ya estaban explorando el sexo de la morena en busca de la humedad requerida. Demás está decir que esa fue la única siesta que Jennie pudo tomarse y tampoco está demás recordar que Jennie negociando enfrente de un "rarón" levantado y poderoso acompañado de una tierna cara torcida, no tiene los mismos resultados que detrás de su poderosa silla de oficina. Lisa ganó cada una, por no decir todas, de las batallas.

La morena sufría una clara derrota en su campo de experiencia que la tenía exactamente ahora, a las siete de la mañana, a una hora de que el vuelo de Lisa saliera, de vuelta a Nueva York para que la rubia pudiera volver a hacer su examen, en la cama, acostada en el pecho de su novia, con sus piernas abiertas y atrapadas por las piernas de la rubia y luchando para que la misma rubia dejara libre sus manos para cubrir su sexo expuesto y libre de las torturas de su novia.

— ¡Que te quedes quieta! —Lisa atrapaba nuevamente con una de sus manos los brazos de Jennie para llevarlos arriba de su cabeza.

Sus piernas ya estaban ocupadas evitando que las de la morena se cerraran y solo una mano libre y su boca, era lo que le quedaba para disfrutar de Jennie a su antojo.

No soy para ti → jenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora