Estudio

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Me miré la mano sentada en el sofá y una sonrisa se me escapó sin poder evitarlo. Esta chica era increíble. La verdad es que me había impactado, que seguridad en sí misma parecía tener.
Guardé el número en contactos para no borrármelo al ducharme, aunque tampoco sabía si la llamaría. Bah, ya me lo pensaré, tal vez deba invitarla a un café o algo así por las molestias.

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Me puse los cascos y salí a la calle hacia un pequeño estudio que tenía compartido con varios pintores. Todos nos llevamos bien, cada uno está a su rollo y así el alquiler nos sale tirado de precio.
Me cambié y me puse mi mono de trabajo, sino la ropa rápidamente se me mancharía con pintura.
Hoy me sentía con bastantes ganas de crear. Hay a veces que cuesta y te frustras, pero cuando estoy inspirada lo disfruto tanto...
Estaba haciendo un cielo con unos tonos rojizos y azules. Cuando me quise dar cuenta apenas tenía pintura roja.
Mierda. Tengo a bajar a por ella, no puedo dejar esto a medias. La tienda de pintura estaba a un par de manzanas de aquí, así que ni me cambié.

-¡Hombre! ¿Cómo estás Albita?-me saludó mi amiga nada más entrar por la puerta de la tienda.
-¡Buenas María! Pues mu bien, ¿y tú?
-No tengo queja. Oye me tienes abandonada eh. ¿Hace cuánto que no salimos por ahí a emborracharnos?
-Querrás decir a emborracharte.
-Bueno, bueno, me has entendido perfectamente. No me seas exquisita.
-Va este finde salimos, que tienes toda la razón.
-¡Eso es! Que parece que solo me hablas para comprar pinturitas.
-¡Ey! No exageres amiga.-dije riéndome ante la seriedad de ella.
-Anda dime, ¿qué quieres?
-Pues quería un rojo tirando a oscuro, a ver que  tienes por ahí... ¡el 175 y el 178! Esos van perfectos.
-Vale. Toma.
-¡Gracias! Hablamos para este finde.
-Claro. Chaito.

Le di un beso en la mejilla y un abrazo estrujándola bien, lo que provocó su queja. María era una persona graciosa no, lo siguiente. Aunque no quisiera serlo lo sería igual, es algo natural. Salí de la tienda camino al estudio de nuevo.

-¡Tss, tss!-escuché a mi espalda.

Joder. Seguro que se me había olvidado algo en la tienda. Me di la vuelta y, sorprendentemente, no era María quien me llamó.

-¡Qué, rubia! ¿Ya no te acuerdas de mí?

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