Luna ya amanecio

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Varias horas de viaje, de salir de ese pequeño mundo escondido de la civilización, respirando nuevamente aire semi limpio, con la bulla de personas, y el ruido de tanto transporte público.

Faltan todavía varios kilómetros para llegar; mi casa está en una zona tranquila, aun recuerdo salir a esas calles,  hay un par de parques al frente, me acuerdo que atravesaba estos a toda velocidad para no llegar tarde a estudiar.

Creo que llegare justo para la hora del almuerzo, no he podido avisarle a mi madre que estaba en camino, mi celular se quedo sin batería; como me olvide cargarlo, seguramente Mía me estará enviando mensajes; uhm… ya cuando llegue la llamare.

Mientras me recostaba en el asiento del taxi, y observaba a través de la ventana, a toda la gente. Seguía mi cabeza pensando el porqué la deje ahí. La excusa salió perfecta, ella se deja cegar fácilmente por unas palabras. Sonrío y entiendo que cuando una está enamorada, sólo basta un par de besos, unas frases tiernas, y nunca se entera del verdadero motivo.

No dejo de suspirar, la extraño. Las veces que hemos compartido un taxi, me causa tanta gracia que cada vez que apoyo mi mano en el asiento, ella busca ser casual y tomar mi mano entre las suyas, pero no lo hace directamente, ni se digna mirarme, se hace la despistada. Sabe que yo le diría alguna cosa que la sonrojaría más de lo que por sí se pone.

Y son tantos detalles en estos meses, cositas minúsculas que hace y no busca reconocimiento por ello, lo guarda como un secreto. Es obvio que está enamorada. Se huele en el ambiente. Sus ojos cuando se detienen cada mañana a verme despertar, a darme ese beso de buenos días. Y su sonrisa que es incapaz de ocultar. Esta feliz. Lo sé.

Me gusta despertar con ella en la cama, que me consienta, me cumpla mis caprichos de niña pequeña, que se desviva por asegurarse de que esté contenta, me regala sus atenciones noche y día. No tiene feriados. Si analizara los pros y contras, yo creo que tiene más cosas positivas. Especialmente porque me quiere.

Sigo riéndome yo sola, el taxista voltea o me mira por el espejo retrovisor, supongo que esta intrigado porque una chica tan guapa como yo, se ríe de la nada. Ella está enamorada, ¿y yo?

Comienzo a reconocer las calles, y sé que estamos a un paso de llegar; siempre pase navidad con mi madre y mi hermana. Esos recuerdos cuando Mariana un día antes del 25, sacaba recién el arbolito de navidad, y entre las dos nos encargábamos de decorarlo, al final salió un arbolito demasiado “colorido”, mas para mi madre estaba hermoso. 

El clásico pavo horneado, a pesar de que a mí no me gusta mucho, y tampoco a Mariana, y creo que ni a mi madre, pero por ser tradición, ese día en la mesa, no podía faltar ese alimento. Era más genial cuando yo tenía 10 años y mis abuelos paternos venían y animaban el ambiente, sus risas, sus cuentos de cómo eran mi papá de niño, o como mis padres se conocieron. Jajaja de cuando se enteraron que yo estaba por nacer. Lo asustado que estaba mi padre porque era la primera vez que acompañaría a mi madre hasta que yo naciera. En el caso de Mariana no pudo porque se encontraba de viaje por el trabajo.

La mañana siguiente de navidad, despertábamos directo a ir a la cama de mis padres, nos subíamos, y saltando encima del colchón, los despertábamos. Ahí mi papá nos perseguía para hacernos cosquillas, mientras mi madre calentaba chocolate caliente. Parecía esas propagandas de televisión, donde la familia es tan maravillosa.

Me perdí en mis pensamientos, y el taxista tuvo que decirme dos veces: Señorita ya llegamos.

En la puerta de mi casa, con una pequeña valija, es como el día que me fui a vivir con Mariana, aunque mi madre estaba triste de que la dejara sola en nuestro hogar.

Relatos de Cristal: EpilogoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora