Cita.

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Sábado por la mañana. 

Despertó luego de una noche tranquila, probablemente hasta había roncado y eso le causó mucha gracia. Dio un vistazo hacia la ventana pero no se asomó por completo, no aún. Buscó la ropa que había dejado la noche anterior, había un suéter color canela que le cubría perfectamente la garganta, de esa manera evitaría resfriarse. Miró hacia la ventana para ver qué tal el clima, había una fina y algodonosa capa de nubes que cubrían el cielo, aunque, tal vez más tarde podría despejarse. Bajó con toda la calma del mundo mientras que se abrochaba los pantalones luego de una refrescante y casi fría ducha, desayunó cereales como siempre y trató de lavar lo que se había ensuciado para no acumular nada. Finalizando ya, fue a cepillarse los dientes. Entonces, cuando ya iba bajando de vuelta, una sigilosa llamada de nudillos sobre la puerta provocó que diera un saltito. Nadie llamaba a casa.

Corrió hacia la entrada para abrir la puerta, la sonrisa que tenía ella fue aún más ancha cuando lo observó, pero él comenzó a reírse entre dientes:

—Buenos días.

—¿Por qué te ríes? 

—Vamos a juego.

Era un detalle que había pasado por alto debido a que solo miró los ojos del chico, su rostro y finalmente, se dio cuenta que por casualidad, ambos estaban vestidos del mismo color. No logró reprimir la carcajada que salió con alegría.

—Por cierto, lindo auto, ¿cuando llegó?

—Mi padre fue a buscarme en él, fue una grata sorpresa.

Antes de desaparecer para darle la bienvenida a un nuevo día, tomó su abrigo extra por si las dudas y tomó las llaves deu propio coche.

Caminó hacia el automóvil mientras que él esperaba al lado de la puerta del copiloto, cuando ella ingresó, Edward también.

—¡Muy bien! —comenzó de buen animo—, ¿a dónde iremos?

—Ponte el cinturón, mira que ya estoy nervioso.

—Repito y cito, eres un exagerado.

Sabía que estaba jugando con ella, había una total diferencia de ambos en el volante. Confiaba en sí misma, era precavida, no tenía ninguna prisa y en parte le relajaba estar en ese puesto, con su atención dividida.

—¿Dónde?

—Toma la ciento uno hacia el norte —indicó.

—Síp, capitán —hizo un saludo.

Salió del aparcamiento de casa para retomar el camino, por el momento, no le molestaba estar bajo una presión leve, que por ese entonces, era la mirada del mayor. 

—Al menos saldremos de Forks —bromeó.

—Oye —le dedicó una miradita fulminante—, sé conducir bien, además, yo sí respeto los límites de velocidad. Un poco de respeto a mí y a mi coche.

—Gira hacia la derecha para tomar la ciento uno —indicó, ella obedeció en silencio—. Ahora, avanzaremos hasta que acabe el asfalto.

—Al finalizar el asfalto, ¿qué hay?

—Una senda.

—¿Iremos de caminata? —sus ojos brillaban por la emoción.

—Veo que no te será un problema —se reía—. Son ocho kilómetros y no iremos de prisa.

Pensó que lo estaba diciendo como para que se retractara, pero no, se mantuvo firme. Mirada fija en la carretera y con esa peculiar emoción a tope.

Stella. |#1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora