Datos.

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El coche iba a una velocidad bastante prudente, a pesar de que le encantaba la velocidad, por ella podría abstenerse un poco. Su rojizo cabello se meneaba al compás del viento a causa de que la ventanilla estaba abajo, la brisa le daba ciertas caricias suaves y un tanto frías. No podía dejar de sonreír, había sido una salida maravillosa de la cual pediría repetir. Ya sea a ese sitio u otro, porque no importaba el lugar, siempre era la persona.

Para poner más cómodo el momento sincronizó la radio, cayó en una emisora de viejos éxitos. Había una que jamás había escuchado en su vida, sin embargo, a su costado empezaron a cantar sin errar. 

—¿Tienes un favoritismo por las canciones de los cincuentas?

—En los cincuenta la música era buena y muchísimo mejor que la de los sesenta, y los setenta... ¡buaj! —lo vio estremecerse con dramatismo—. Los ochentas fueron insoportables.

Comenzó a reírse por el notable desagrado, sentía que ya estaban en la suficiente confianza como para insistir en una cosilla bastante práctica de responder. No perdía nada.

—¿Me confesarás algún día qué tan mayor eres?

—¿Eso importa? —oh, sí, lo estaba evitando.

—No. Pero es algo que me da curiosidad, agregando que es un misterio que me deja en vela toda la noche —dramatizó como él, colocando su mejor rostro melancólico. Si no funcionaba, era pésima actriz.

—De todas formas, me preguntaba si te perturbaría —el que se viera avergonzado le causaba muchísima mas curiosidad.

—Ponme a prueba.

Le escuchó suspirar, luego, ambos se quedaron mirando. Ella alentaba y él se contenía un poco, pero de alguna forma pareció funcionar.

—Nací en Chicago, mil novecientos uno —logró hacer una pausa, ella seguía con la mirada sobre él. No decía nada—. Carlisle me encontró en un hospital en el verano de mil novecientos dieciocho. Tenía diecisiete años y me estaba muriendo de gripe española.

Eso era chocante, no podía decir que no.

—Yo... —su voz decaía, tenía que acercarse un poco más para oír—, yo no recuerdo con claridad. Sucedió hace tanto y los recuerdos humanos se desvanecen. Pero, recuerdo cómo me sentía cuando Carlisle me salvó. No fue nada fácil ni algo que se puede olvidar.

—¿Qué sucedió con tus padres biológicos?

—Murieron a causa de la gripe, yo quedé completamente solo —hizo un ademán con la mano—. Me eligió por ese motivo. Con todo el caos de la epidemia, ¿quién iba a darse cuenta de que yo había desaparecido? No tenía a nadie.

Hizo una ligera mueca. Por más que intentó imaginárselo no pudo, no podía recrearlo en su mente. Alzó su mano para acariciar la mejilla de Edward, algo suave, casi un roce que el agradeció con la mirada.

—Debió ser muy difícil para ti. Lo siento mucho.

Notó que comenzó a buscar las palabras exactas para no aturdir, quizá.

—Es complicado, de todas maneras ya pasó hace muchísimo tiempo —este torció el gesto—. Te aseguro que no muchos tenemos el auto control para conseguirlo, sin embargo, Carlisle siempre ha sido el más humano y compasivo de todos. Dudo con mi ser que pueda existir otra persona como él  —sonaba tan seguro—. Para mí solo fue muy, muy doloroso. Como no te imaginas.

Supo entonces que él no iba a dar detalles, aún si no fuera demasiado, no presionaría. Por un instante creyó verle estremecerse.

—Actuó desde la soledad —seguía luego de una pausa—. Esa es, generalmente, la razón detrás de cada elección. Fui el primer miembro de la familia de Carlisle, aunque poco después encontró a Esme.

Stella. |#1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora