Historias.

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Fue llevada hasta el despacho de Carlisle, ni había tocado cuando sintió su voz. 

—Adelante.

Edward, caballerosamente, abrió la puerta para que pasara primero y al ingresar, quedó algo anonadada. Era un despacho como el de un decano de la facultad, pero el detalle mínimo era que Carlisle se veía demasiado joven para realizar ese papel.

—¿Qué podría hacer por ustedes dos?

—Quería enseñarle a Stella un poco de nuestra historia. Bueno, de hecho, tu historia.

—Aunque podemos irnos si está ocupado, no es intención molestar —se disculpó inmediatamente.

—¡En absoluto! —sonaba alegre—. Por favor, puedes tutearme, te lo he dicho. ¿Por dónde quieren comenzar?

—Por los cuadros.

Sintió una mano en su espalda, casi sobre los hombros, guiándose nuevamente por la puerta para esta vez salir. Por el pasillo que fueron era otro, notoriamente, ya que habían muchísimos cuadros de diferentes tamaños y colores, era como estar en un museo. Colores vivos tanto como opacos. Cambió de dirección, Edward giró hacia la izquierda para detenerse frente de un pequeño óleo con un muy sencillo marco de madera. Sintió la tentación de tocar, la mezcla de colores, el pincelado. Fascinante, a su padre le había encantado.

—Londres hacia mil seiscientos cincuenta —señaló el vampiro.

—Es el Londres de mi juventud —replicó Carlisle estando un tanto apartado de ellos.

—¿Le contarás la historia?

Se dio el atrevimiento de mirar hacia atrás, como si le estuviera pidiendo que, por favor, lo hiciera. Este le sonrió, achinando sus ojos.

—Me encantaría pero, de hecho, llego tarde. Han telefoneado desde el hospital esta mañana. El doctor Snow se ha tomado un día de permiso. Además, te conoces la historia tan bien como yo.

Carlisle movió ligeramente su cabeza para despedirse y desapareció de la estancia. Le habría encantado oír la historia desde la perspectiva de él, aún así, se quedó admirando el cuadro un poco más.

—Entonces—trató de seguir el hilo a la conversación anterior—, Carlisle se escondió, esperó un tiempo para que pasara todo y luego, se dio cuenta de lo que era. 

—Al saber lo que se había convertido, se rebeló contra su condición —explicaba—. Intentó desnutrirse, sin embargo, fue difícil de conseguir.

Comenzó a morderse el dedo cuidadosamente mientras él continuaba.

—Se arrojó desde las grandes alturas e intentó ahogarse en el océano. Pero en esa nueva vida era joven y demasiado fuerte. Resulta verdaderamente sorprendente la capacidad de su resistencia ante el deseo de alimentarse. El instinto suele ser más fuerte y arrasa con todo: pero sentía tal repulsión hacia lo que era, que tuvo la fuerza suficiente para intentar matarse de hambre.

—Dios mío —susurró sin poder digerir—. Y suponiendo que no funcionó, ¿creyó en más opciones?

—Hay muy pocas maneras de matarnos, continuando con lo que te explicaba; como su hambre crecía, logró debilitarse. Se alejó de la población humana a tiempo, durante muchos meses estuvo vagando en los lugares más solitarios, maldiciéndose.

»Una noche, una manada de ciervos se cruzó a su escondrijo. Su sed se había vuelto tan salvaje que atacó sin siquiera pensarlo, así recuperó la fuerza y comprendió que había una alternativa. Evitar lo que temía ser. ¿Acaso había comido venado en su anterior vida? Podía vivir sin ser un demonio y de nuevo, se halló a sí mismo. Comenzó a aprovechar mucho mejor su tiempo, siempre había sido muy inteligente y ávido de aprender. Teniendo tiempo ilimitado por delante, estudiaba de noche y trazaba planes de día. Se marchó a Francia nadando...

Stella. |#1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora