Rescate.

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La densa oscuridad la envolvía con ganas, se aferró con fuerza a lo único que quizás podría mantenerla con vida, algún dolor o algo que le hiciera despertar. Por unos instantes no supo donde estaba, en qué situación se encontraba. Era difícil despejar todo pensamiento o al menos forzar el mantenerse cuerda.

—¿Stella? —había una desesperación en como estaban diciendo su nombre—. Cariño, abre los ojos... vamos, bebé, no me hagas esto.

El ruido no se podía ignorar pero era complicado de saber de qué se trataba, un rugido bestial seguido de un fuerte golpe. Parecía que entre tanto alboroto, alguien estaba llorando en agonía.

—Lo hice, lo logré —¿qué es lo que había hecho?—. Vine a por ti... estoy aquí por ti, cumplí mi palabra —parecía que le costaba hablar—. No te vayas así, Ella... ¿llegué a tiempo? Por favor, mírame, dime que llegué a tiempo.

Comenzó a esforzarse par responder, mover sus labios aunque sea pero nada salía de su boca.

—¡Carlisle... —llamaba a gritos—Carlisle, por favor!

Sintió una punzada a un costado de su cabeza, algo que era constante. Había más dolor que llegaba a medida del tiempo, de que se ponía más consciente. Entonces, su garganta se abrió para liberar el grito que tenía guardado desde que se había desmayado.

—No ha perdido mucha sangre —escuchó—, y la herida no es profunda. Echa una ojeada a su brazo, está roto.

Los dolores comenzaron a llegar de a poco mientras recuperaba la conciencia, solo que una nueva incomodidad llegó hasta el brazo a lo largo.

—Funcionó —apenas pudo susurrar.

—Sí, eres brillante pero realmente una loca —su cabello era apartado—. Se acabó, todo irá bien.

—Me duele... —el temblor comenzaba a ser involuntario, trataba de tensarse para detener el movimiento pero no podía controlar su cuerpo.

—Lo sé, cariño, perdón —ahora, las siguientes palabras eran para alguien más—. ¿No puedes hacer nada?

—Mi maletín, por favor... —escuchó la voz del mayor—. Alice, no respires, eso te ayudará.

—Dile que lo siento en serio, no quise mentirle, no sabía qué hacer con tanta presión —logró murmurar.

—Está aquí con nosotros —quiso negar—, descuida, no está enojada contigo.

—El hombro —balbuceó ahogada. 

—Te vamos a administrar algo para ello, dejará de doler.

—¡Me arde el hombro, me arde muchísimo! —consiguió gritar entre el llanto desgarrador.

A pesar de que sus ojos estaban abiertos, había una densa oscuridad que no le permitía ver. La voz de Edward derrochaba pánico.

—¿Stella?

—¡Me quema mucho! ¡Me duele! —chillaba con la agonía encima tanto sentía un calor insoportable en la zona, quemando. 

—La mordió —la voz de Carlisle se escuchaba diferente. Pánico puro—. Debes hacerlo.

—No... no puede —jadeaba—. No lo voy a elegir.

—Hay otra posibilidad —intervino Carlisle—. Succiona la ponzoña, la herida es bastante limpia.

—¿Funcionará?

—No lo sé... pero hay que intentarlo.

—No puedo, no sé si pueda lograrlo... yo no soy capaz. No quiero matarla.

Stella. |#1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora