Cigarrillos

62 2 0
                                    

Lourdes había quedado encerrada en un ascensor totalmente sola y a la deriva ¿Como había llegado a esa situación? Con la supuesta promesa de su esposo de volver a rescatarla, despertó con una pesadilla al mismo tiempo que se golpeaba la cabeza contra la pared, se vio abrigada con la campera de jersey tan conocida para ella, busco con la mirada los rizos dorados y los ojos negros como la noche de su esposo sin poder encontrar ni rastro de ellos, su respiración se empezó a agitar y sus manos empezaron a temblar, las uñas color carmesí se movían de forma agitada frente a los ojos de la chica, sentía que su aire se escapaba de sus pulmones como aire de un globo pinchado.

Se intento levantar apoyándose en sus manos y caminar hasta la puerta, pero al intentar abrirla se dio cuenta que estaba trabada por el lado de afuera, las lágrimas caían por el rostro lleno de pecas y sangre de la colorada, su visión comenzó a nublarse y busco desesperadamente una salida de ese lugar, el ascensor constaba de cuatro paredes color marrón claro y amarillo, la decoración era digna de una de esas películas viejas, un corto de terror, miraba hacía todos los costados de forma ansiosa, su corazón latía muy fuerte, su cabeza sentía palpitaciones que la hacían dudar totalmente de la estabilidad de su cordura, no podía ni siquiera saber cuánto tiempo había estado durmiendo. Su mente daba vueltas e inconscientemente se había rasguñado, sus uñas se habían clavado con furia y desesperación en sus brazos creando heridas pequeñas pero visibles en forma de cuarto de luna, al notar como la sangre caía hacía el piso pudo notar tinta negra algo borroneada sobre su piel, su mente se nublo al notar las cursivas mal escritas de su esposo, su respiración se detuvo de golpe y parpadeo varias veces intentando leer lo que decía ahí, su marido no la había abandonado, la había querido proteger y por eso mismo ella estaba encerrada en ese pequeño cuarto hasta quien sabe cuándo.

-Quédate aquí...- Se sentó de cuclillas en el suelo sucio y manchado del lugar, sentía que sus ojos caía de la tristeza en un abismo invisible entre las divisiones de las paredes de ese viejo ascensor, miro a su derecha de forma vaga y logro divisar que en la esquina derecha se encontraban una etiqueta de cigarrillos a medias y una navaja mariposa, su llanto no paraba pero al mismo tiempo una pequeña sonrisa llena de dolor se asomó en sus labios, hacía ya casi cinco años que ella no consumía tabaco y Damian lo sabía perfectamente, fumar la ayudo mucho tiempo con su problema de ansiedad pero lo dejo por problemas respiratorios, volver a caer en ese abismo solo hacia por acabar con su condena de muerte hace algunas semanas, pero este era el presente y Lourdes estaba totalmente desesperada por poder sentirse al menos un poco calma entre tanto dolor.

Metió la navaja en la campera de su esposo y allí se encontró con un encendedor, en este había grabado un león enorme y dorado en el centro con expresión de furia, tal vez con la inútil intención de crear auto confianza en las personas que lo tuvieron, era irónico que Damian haya comprado este encendedor en un bazar chino por menos de cincuenta pesos siendo que podía llegar a tener tanto significado, los dedos llenos de tierra de la joven delineaban las líneas que creaban la figura con tristeza, abrió la pequeña cajita de Marlboro y se colocó uno entre sus labios, encendió la llama y se detuvo a pensar unos segundos en lo que estaba por hacer, esto podría taparle la garganta y empeorar su situación, pero sinceramente ¿Que podía perder? Aspiro con suavidad, el humo entro a su garganta mezclado con el poco oxigeno que había en el lugar para descender hasta sus pulmones y volver a salir por sus labios, subió la mirada hasta el cadáver putrefacto encima de ella, sus ojos analizaron el rostro quemado del tipo, lo observo de manera fría y enferma como si estuviera intentando imaginar el modo en que este murió hace algunas horas, podía adivinar la edad del hombre e incluso de que había trabajado del modo en que lo estudiaba, su uniforme de conserje y su cabello gris y desordenado le podían asegurar estas dos preguntas ¿Quién diría que la vida puede acabar con la velocidad en la que sueltas el aire de tu pecho disparando un grito desgarrador? ¿Quién le aseguraba a ella que su marido no esté a menos de una cuadra siendo torturado por algo desconocido? Las lágrimas no dejaron de salir ni un solo minuto, el cigarrillo entre sus dedos se consumía más rápido que nunca, las caladas largas, los ruidos de la calle, su cabeza se llenaba de preguntas que solo podía responder si salía de ese lugar a ver la situación de la calle ¿Qué hora serán? ¿Sera de día? ¿Pasaron más de cuarenta minutos?

EncerradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora