A las doce menos cuarto, Mauro Llamas bajó de un minitaxi en la calle Francisco Sosa, uno de los reductos más apacibles y exclusivos de Coyoacán, frente a una mansión colonial de tezontle, con ángeles
barrocos en las hornacinas de la fachada, donde tenía su sede el Instituto Nacional de Teatro.Llevaba botas de ante azul, corbata ancha color frambuesa y un llamativo saco de terciopelo malva, más propio de un
dandy tropical o de un cantante de salsa que de un dramaturgo.Se anunció en el vestíbulo con una voz enérgica y viril que hacía un ríspido contraste con su lenguaje corporal femenino.
No le sorprendió que la recepcionista y el policía de la entrada lo miraran con estupor y luego se rieran a sus espaldas: la hostilidad que a diario encontraba por todas partes era su principal acicate para jotear.
Pobres idiotas, pensó ¿nunca habrán visto a un puto? ¿O más bien les molesta ver a un puto tan arrogante? Sabía por experiencia que la gente estaba dispuesta a tolerar a una loca agachada, no a un homosexual de voz mandona y carácter fuerte.
Pero él no era un marica de maneras suaves, ni se dejaba intimidar por el repudio de la masa. Al contrario: cuando provocaba muecas de asco en la calle sentía la satisfacción del deber cumplido.
En materia de valor podía darle lecciones a cualquier buga, y si acaso lo dudaba el estúpido policía de la entrada, que se atreviera a salir por la calle vestido como él.
Después de atravesar en diagonal un hermoso patio andaluz, entre setos de geranios y madreselvas, entró a la acogedora antesala del director, amueblada con mullidos sillones de cuero.
En la pared del fondo había una pintura abstracta de Pedro Coronel, y sobre la mesa de centro, una hermosa estatuilla hindú con cuatro brazos y dos cabezas.
Qué buena vida se dan los zares de la cultura, pensó de entrada, mientras el teatro mexicano se hunde en la inopia.
—Hola, Malena —se presentó con la secretaria—. Ya vengo otra vez a dar lata.—
—El maestro Sobrino todavía está en junta, ¿quieres un cafecito para esperarlo?—Mientras Malena le servía la taza, Mauro alzó del escritorio el retrato enmarcado de un apuesto piloto aviador.
—Y este galán de cine, ¿quién es?—
Es mi novio presumió Malena—. Está guapo, ¿verdad? ——¿Cómo le haces para ligarte a estos cueros?—
—Lo conocí en una discoteca de Acapulco. Ya terminó la carrera de aviación y está empezando a pilotear en vuelos nacionales.—
—¿No me aceptará como sobrecargo?— Mauro se relamió los labios . —Te prometo atenderlo a cuerpo de rey. —Sonó el teléfono y Malena tuvo que reprimir la risa para contestar la llamada.
Mauro se llevó su café a la salita de espera, donde tomó asiento en un sillón individual, frente a un espejo redondo con marco
de latón repujado. A la izquierda había una vitrina llena de figuras prehispánicas, al parecer auténticas.Una visita previa a dos llamadas telefonicas le habían bastado para echarse en la bolsa a la secretaria de Javier Sobrino, el poderoso director del instituto, porque en vez de usarla como una vil recadera.
Desde el primer momento la había tratado con simpatía y calidez.
Así le habían enseñado a tratar al prójimo en Villahermosa, su tierra natal, donde todo el mundo se tuteaba, y no por haberse mudado a tina metrópoli desalmada iba a mudar de costumbres.
Al contrario, había descubierto que los chilangos, hartos quizá de las relaciones impersonales, agradecían ese trato relajado y jovial, como si en el fondo sintieran nostalgia por los modales de la provincia.
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Fruta Verde
RomanceGermán Lugo es un joven e inocente aspirante a escritor, dolido por el engaño de una mala pareja; Mauro Llamas, un dramaturgo homosexual dispuesto a todo con tal de seducir a Germán; Paula Recillas, un ama de casa divorciada y madre de Germán, altos...