Capítulo 1

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  Sakura Haruno estaba de pie en la pequeña zona de cocina de su piso de un dormitorio, ante el fregadero, viendo la aburrida panorámica del aparcamiento por la ventana. Estaba embarazada de dos meses. Y esa noche, mientras cenaban, iba a darle la gran noticia al padre del bebé.

La ensalada estaba hecha y en el frigorífico. El plato principal, lasaña, estaba en el horno. Su tentador olor flotaba en el aire. Sakura miró la hogaza de pan italiano que había en la encimera. Abierta y lista para ponerle mantequilla de ajo. Empezó a extenderla en el pan y echó un vistazo al reloj de cocina, un tesoro rojo con enormes números blancos, estilo Art Deco, comprado en un rastrillo. Normalmente le hacía sonreír, pero no ese día. Haría falta mucho más que un caprichoso reloj de cocina para hacer sonreír a la chica. Eran las seis y cinco. Faltaban veinticinco minutos para que llegara. No quería hacer lo que iba a hacer, pero retrasarlo sólo haría que fuese más difícil después. Al menos eso se decía...

Dios. Iba a tener el bebé de Sasuke Uchiha. Se preguntó cómo había permitido que ocurriera.

La respuesta era fácil: química. Sasuke y ella estaban colados el uno por el otro. Ninguno de ellos quería dejarse dominar por la lujuria.

Acordaban que no volverían a hacerlo.

Y luego sí lo hacían. Una y otra vez.

Por desgracia, aparte de en la cama, no tenían nada que ver. Ella sabía que él la consideraba un bicho raro, aunque no lo decía. A veces comentaba que tenía hábitos «raritos» y la recriminaba por haber llenado el coche con sus cosas y trasladarse a Sacramento llevada por lo que él consideraba un capricho.

—Mejor ser un bicho raro —farfulló para sí—, que ser serio, meditabundo y huraño —espolvoreó pimienta en el pan ya untado—. Y controlador —Sasuke Uchiha era demasiado controlador.

Nunca debería haber practicado el sexo con él. Ni la primera vez. Ni la segunda. Ni la tercera y la cuarta.

La lujuria la había llevado al descuido y ahora había un bebé en camino. Un bebé que tendría, desde luego. Sakura podía no haber sido práctica, ahorradora o actuado con sabiduría en su vida. La asustaba mortalmente ser una madre terrible.

Sin embargo, no podía rechazar ese enorme regalo del universo.
Sobre todo teniendo en cuenta lo que había ocurrido cuando tenía dieciséis años.

Así que se quedaría con el bebé.

Dos veces en el último par de semanas había intentado decirle al pelinegro que había un bebé en camino y que iba a quedárselo. Habían acabado acostándose, como era habitual. Y después del sexo, se sentía tan disgustada consigo misma por haber cedido a su deseo por él que no llegaba a decírselo.

A decir verdad, seguía sintiendo la necesidad de retrasar la confesión. Más de una vez, a lo largo del día, había estado a punto de telefonearle y cancelar su encuentro. El deseo había alcanzado su mayor intensidad a las dos de la tarde, justo después de dimitir en su empleo. Tenía lógica, nadie desearía quedarse en paro y confesarle a un hombre su embarazo el mismo día.

La pelirrosa arrugó la frente y miró por la ventana; parpadeó sorprendida al ver aparecer una cabeza de pelo rubio. Era Ino Yamanaka, que vivía en el piso de al lado.

— ¿Sai? ¿Has visto a Sai? —formuló con los labios Ino, frenética.

— ¡Ay, Dios! — Exclamó Sakura con simpatía—. ¿Ha salido?

La rubia asintió con vigor. Sai, su enorme gato persa, color negro humo, era un animal casero en todos los sentidos.
Sakura llegó a la puerta en tres pasos. Abrió de par en par.

— ¿Cuánto hace que no está? —le preguntó al rostro arrugado y pálido de Doris.

—Ay, ojalá lo supiera —contestó la chica, llevándose las huesudas manos al pecho—. Fui a la tienda y cuando volví... —movió la cabeza y los rizos plateados se agitaron—. Lo aterroriza estar fuera.
Normalmente cuando abro la puerta corre hacia el interior. Pero lo he buscado por todo el piso. No está. Ha desaparecido.

—Tranquila —Sakura agarró a Ino por los delgados hombros—. Respira. Intenta pensar en algo positivo y lleno de paz. No puede haber ido muy lejos.

—Espero que tengas razón.

—Vamos —afirmó la pelirrosa con ánimo—. Lo encontraremos, ya lo verás. Empezaremos buscando en tu piso otra vez —hizo girar a Ino y la empujó suavemente hacia su casa.



Sasuke Uchiha subió la ventanilla, apagó el motor del Mustang y, con una mano sobre el volante, miró el complejo de pisos de estuco blanco en el que vivía Sakura.

Lo había invitado a cenar y se preguntaba por qué.

Dado que siempre planificaban no volver a tener relaciones sexuales, nunca hacían cosas como salir juntos o cenar solos. Se encontraban por casualidad en celebraciones familiares: las representaciones de danza de su sobrina Naru, comidas dominicales en casa de su hermana Hinata...

Al menos una vez a la semana acababan en la misma habitación, rodeados de familia. Sólo hacía falta esa proximidad para encenderlos, aunque ante los demás simulaban no tener ningún interés el uno por el otro.

Incluso cuando era hora de marcharse a casa, ambos hacían lo posible por no dar la impresión de que pensaban estar desnudos y uno encima del otro en cuanto se quedaran solos. Se despedían de su hermana y de su familia y se alejaban cada uno en su coche.

Después, uno de ellos se debilitaba y llamaba al otro. El otro, sin aliento, aceptaba.

Y luego, en su casa o en la de ella, siempre era igual: sexo ardiente, salvaje y fantástico. Sólo con pensarlo estaba teniendo una erección.
Pero era extraño que lo hubiera invitado a su piso. Ellos no actuaban así. Ocurría algo.

Se oía un estruendo horrible. Una alarma, o algo así, en el interior del edificio.

Sasuke bajó del coche. Piii, piii, piii. Parecía una alarma contra incendios, y sonaba en el piso de la pelirrosa.

Corrió los cien metros que lo separaban de la puerta. Cuando llegó, alzó la mano y golpeó.

— ¡Sakura! —gritó.

Ella no contestó, pero la puerta se abrió.

Salió una nube de humo gris. Dentro, la alarma seguía pitando: Piii, piii, piii.

— ¡Sakura, Sakura! —gritó. No hubo respuesta.

Se preguntó si estaría allí dentro, indefensa, inconsciente por la inhalación de humo. Esa idea hizo que el corazón le golpeteara en el pecho como una bola de billar.

— ¡Sakura!

Como no hubo respuesta, se subió la camisa para taparse la nariz y
la boca, se puso a gatas para pasar por debajo del humo y cruzó el umbral gritando su nombre.


Matrimonio en PrácticasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora