Capítulo 2

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  Sai no estaba.

Sakura y una Ino cada vez más frenética habían registrado cada centímetro del piso unas seis veces. Habían mirado en el aparcamiento, debajo de todos los coches. Habían examinado todos los huecos entre los setos que bordeaban los senderos. Habían recorrido las aceras que había entre los edificios del complejo y revisado el patio central, con sus zonas de césped esmeralda y sauces llorones. Incluso habían ido al salón de ocio, abierto los armarios y mirado bajo los muebles. También habían sacudido los arbustos que había en la zona de la piscina.

No había rastro del orondo gato de pelo largo color negro humo y nariz chata.

Finalmente, habían regresado a la sala de la rubia, donde la mujer se retorcía las manos con desesperación.

—Mi pobre, pobre gatito. ¿Dónde has ido? —gimió. Una lágrima se deslizó por su lisa y blanca mejilla—. Oh, Sakura. No durará un día en el exterior. Sé que tiene carácter y se cree el rey del mundo. Pero en realidad no es más que un gato gordo y peludo sin el más mínimo instinto de supervivencia, excepto un maullido gruñón cuando quiere su comida...

—Está bien, lo sé —dijo la ojijade por enésima vez.

—Eres un cielo por decir eso, pero...

Ambas oyeron un maullido grave e irritado al mismo tiempo. Se volvieron al unísono hacia la puerta. Sai estaba sentado en el umbral, con expresión de indiferencia, acariciando el suelo con su plumoso rabo.

— ¡Sai! —gritó Ino. Corrió hacia él y lo alzó en brazos, apretándolo contra su pecho—. ¿Dónde has estado? ¡Nos has dado un susto de muerte!

El gato dejó escapar otro maullido gruñón y permitió que lo rascara bajo la diminuta barbilla. La ojiceleste se limpió las lágrimas de alivio con el dorso de la mano. Miró a la pelirrosa con agradecimiento.

—Oh, gracias, gracias.

— ¿Por qué? —Sakura se rió—. Yo no he hecho nada. Sai parece haberse encontrado él mismo.

—Cierto, cierto —Ino rió con alivio y felicidad—. Así es. Pero estuviste conmigo mientras me moría de miedo. No sabes cuánto significa eso para mí.

—Bueno, sé que tú harías lo mismo por mí, si te necesitara.

—Claro que sí, lo juro. Siempre —afirmó la chica con pasión. Acarició el espeso pelaje del gato—. ¿Dónde has ido, chico malo? —el gato empezó a ronronear. Ino suspiró—. Supongo que nunca lo sabré.

Ya superada la crisis, Sakura miró el reloj de oro y marfil que había sobre la consola. Eran las siete menos cuarto.

—Oh, no —masculló—. Sasuke —supuso que estaría esperando ante su puerta, irritado y preguntándose dónde diablos había ido.

— ¿Disculpa? —Ino frunció el ceño.

—No es nada —la ojijade sonrió—. Invité a alguien a cenar. Tengo que irme.

— ¿Alguien? —Los ojos aún húmedos de la rubia chispearon de interés—. ¿Un hombre? ¿Una cita?

—Sí que es un hombre —Sakura volvió a reírse—. Pero no exactamente una cita...

—Hum. Vaya. Llevas aquí más de dos meses. Ya es hora de que haya un hombre por aquí.

En vez de contestar, Sakura emitió un gruñido poco comprometedor.

—Pásalo bien, Saku. Y gracias otra vez.

—De nada —la chica abrió la puerta y olió...

— ¡Humo! —Ino olfateó el aire—. Huele a...

— ¡Ay! La lasaña —Sakura echó a correr.

—Si me necesitas... —le gritó la rubia.

— ¡Gracias! —Sakura agitó la mano por encima de la espalda y corrió a su puerta.

Estaba abierta. Y también la ventana de la cocina.

— ¿Sasuke? —cruzó el umbral con cautela.

—Aquí —estaba apoyado en la encimera de la cocina, con los brazos cruzados sobre el pecho. La puerta del horno estaba abierta y la bandeja de lasaña, carbonizada, sobre la cocina.

—Oh, Dios —gimió Sakura.

—Llegué a tiempo.

—Ay, lo siento muchísimo...

—Oí la alarma, olí el humo. Grité tu nombre. No contestaste y pensé que te habrías desmayado por el humo. Pero cuando entré y abrí las ventanas, comprobé que no había rastro de ti.

Ella sabía cómo funcionaba su mente. Había sido detective privado demasiado tiempo.

—Seguramente pensaste que me habían secuestrado y metido en un saco para llevarme a quién sabe dónde, mientras mi lasaña se quemaba.

—Algo así.

—De veras, Sasuke, lo siento muchísimo.

No sólo estaba embarazada, en paro y con cuatrocientos veintitrés dólares y dieciséis centavos en su cuenta corriente, además había hecho que Sasuke se preocupase por su seguridad. Y su piso apestaba a lasaña
carbonizada. Era imposible que las cosas fueran peor. Se encontró con los ojos oscuros y atentos de Sasuke. Decidió que sí podían ir peor. Aún tenía que darle la gran noticia.

—El gato de la vecina se escapó. Fui a ayudarla a buscarlo.

Él descruzó los brazos y apoyó las manos en la encimera que había a su espalda.

—La próxima vez, apaga el horno antes —sugirió.

—Sí. Buena idea.

— ¿Encontrasteis al gato?

—Sí. Más o menos, de hecho el gato nos encontró a nosotras.

—Ah —dijo él, como si no lo entendiera pero tampoco tuviera mayor interés.

Siguió un silencio. Se miraron. Como siempre, ella pensó en sexo: en la sensación de su piel bajo sus manos, la calidez de sus labios en los suyos, su rasposa mejilla, el intenso sabor de su boca, la deliciosa forma en que la llenaba y cómo se movía cuando estaba dentro de ella.

Los ojos oscuros de él se habían vuelto negros como la noche. Supo que pensaba lo mismo que ella. Su cuerpo lo deseaba, lo anhelaba.

Los separaban tres pasos. Habría sido muy fácil darlos y rodear su fuerte cuello con los brazos, ofrecerle su boca.

Carraspeó y desvió la mirada.

—Sakura —dijo su nombre con tono grave y brusco, pero al mismo tiempo gentil.

— ¿Qué? —la palabra sonó como la de una niña enfurruñada. Siguió sin mirarlo.

—Mírame.

—Vale —tragó aire y se obligó a hacerlo.

— ¿Qué ocurre?

«Estoy embarazada. Es tuyo», pensó.

—Yo, eh... —fue cuanto pudo decir.

Él esperó a que siguiera. Cuando no lo hizo, se encogió de hombros; el gesto hizo que ella deseara enredar los dedos en su pelo negro con destellos azules y atraer esos increíbles labios hacia los suyos.

Sakura inspiró lentamente y se recordó en silencio que, por más que lo deseara, esa noche no habría sexo.

—He encendido el ventilador de la bomba de calor —dijo él—. Y he abierto todas las ventanas —señaló por encima de la barra que separaba la cocina de la zona de estar, hacia la amplia ventana que daba al jardín y a los sauces—. El resto del humo se irá enseguida —una comisura de su pecaminosa y sensual boca se arqueó hacia arriba—. La vista es muy bonita por esa ventana.

Ella se sintió aún peor al ver que él hablaba por hablar. Percibía que algo la inquietaba pero no sabía qué, así que intentaba tranquilizarla. Sasuke, que la había mirado con suspicacia desde el día que se conocieron, que había protegido su corazón con tanta fiereza como ella protegía el suyo de él. Sasuke, que nunca hablaba por hablar.

Lo estaba haciendo porque intuía que su problema era grave. Y como su mente siempre seguía caminos de oscuridad y destrucción, debía de imaginar lo peor: que había cometido un asesinato o tenía una enfermedad incurable.

Deseó decirle que no se preocupara, que no era tan grave como eso. Pero entonces exigiría saber qué era. Y tendría que decirle «Es sólo un bebé. Tú bebé. Nada más».

Eso sería perfecto. Exactamente la razón por la que lo había invitado a cenar esa noche.

Aun así, no lo dijo.

Él se enderezó y se acercó lentamente, como si temiera que cualquier movimiento brusco fuera a hacerle echar a correr. Cuando llegó a su lado, alzó las manos y las posó en sus hombros.

—Oh, Sasuke —la chica se derritió bajo el contacto y ordenó a su traicionero cuerpo que no se apoyara en él.

—Algo va mal, ¿verdad? Muy mal —la miró a los ojos.

—Eh, bueno, yo...

—No es propio de ti invitarme a cenar. No es algo que... hagamos.

—Lo sé —Sakura se dijo que no era justo. Además de ser increíblemente sexy, estaba siendo amable. Tan comprensivo.

—Venga. Dímelo. Si hay algo en lo que pueda ayudarte, lo haré. Puedes contar conmigo.

Ella lo creyó. Él era así. Meditabundo y serio, suspicaz por naturaleza y profesión, era un muro en momentos de necesidad. El tipo de persona que nunca evitaría sus responsabilidades.

«Debo decírselo». No sabía por qué no podía hacerlo, sin más. Abrió la boca.

—Hoy he dimitido de mi trabajo —la frase se le escapó: era el secreto incorrecto, no el que Azabache necesitaba conocer.

— ¿Ése es el problema? —soltó sus hombros y dio un paso atrás—. ¿Qué has dejado tu trabajo?

—Bueno —desvió la mirada y luego se obligó a enfrentarse a sus ojos de nuevo—. Me preocupa.

—Necesitas un préstamo, ¿es eso? —la miró intrigado.

— ¿Yo? Para nada —cuadró la espalda—. No es la primera vez que dejo un empleo. Me apañaré hasta que encuentre otro. Siempre lo hago.

—Pero por eso estoy aquí, ¿no? Me has invitado a cenar para decirme que habías dejado el trabajo.

—Eh. No exactamente. Pero lo he dejado. Hoy. Esta tarde.

Él se pasó una mano por el pelo rosa. Ella vio como su bíceps se hinchaba con el movimiento y se imaginó clavando los dientes en esa sedosa piel, con suavidad, jugando.

—Vale —dijo él con paciencia—. Entonces, ¿vas a contármelo todo?

— ¿Todo?

—Por qué lo dejaste.

—Es una larga historia.

—Estoy escuchando.

— ¿Te apetece una cerveza? —Sakura necesitaba un momento para reunir coraje.

—Una cerveza —la miró como si pensara que tenía un problema mental.

—Ve a sentarte —señaló la sala—. Te la llevaré. Además, tengo que meter el pan de ajo en el horno —miró la lasaña quemada y masculló—. Creo que vamos a necesitar mucho pan.

—De acuerdo, tráeme una cerveza —gruñó él, tras escrutarla con sus agudos ojos.

Fue a la sala y se sentó en el futón azul que hacía las veces de sofá.

Ella se reunió con él unos minutos después.

—Vale. Cuéntamelo —aceptó la cerveza y la dejó en la mesita de café, sin probarla—. ¿Qué pasa con lo de haber dejado el trabajo?

— ¿Unas nueces? —le ofreció el cuenco que había traído de la cocina.

—No, gracias —la miró fijamente, sin parpadear.

—Bueno —dejó el cuenco—. Tal vez Hinata te lo haya dicho. Odio a mi jefe, es decir, mi ex jefe.

—Trabajabas en un bufete, ¿no? Hikori y Sadune, abogados de familia, ¿correcto?

—Así es.

—Tienen muy buena reputación.

—Estaban bien, como bufete. A quien odiaba era a mi jefe. Acepté el empleo cuando llegué a la ciudad.

—Sí, lo recuerdo.

—Lo odié desde el principio. No creo que esté hecha para trabajar en un bufete, aunque tenga buena reputación. Pero seguí allí, pensando que podía aguantar hasta encontrar algo mejor.

—Ya veo por dónde va el tema. Dime más de ese jefe al que odias.

—Mi antiguo jefe es alto, rubio y de mandíbula cuadrada. Guapo si no se tiene en cuenta su personalidad. Casado. Y un auténtico rastrero. Siempre se me estaba insinuando, de maneras que a él debían de parecerle sutiles. Hasta hoy. Hoy se pasó de la raya e intentó besarme. Después de un par de arcadas, le dije que dimitía. Eso es todo —forzó una sonrisa alegre—. No es una historia muy original, ¿eh?

— ¿Cómo se llama? —Sasuke no sonreía. Su tono plano y la mirada inescrutable de sus ojos inquietaron a Sakura

—Oh, oh. De eso nada. Sé cómo eres, Sasuke. Y agradezco que hayamos llegado al punto de que te sientas responsable de mí. Pero en este caso no lo eres.

—Dices que intentó besarte. Eso es acoso. Lo mínimo es denunciar a ese cerdo.

—Sasuke. Escucha.

— ¿Qué?

—Sólo te lo he contado porque... bueno, no sé exactamente por qué. Pero sé que no necesito ayuda con este tema. He hecho lo que tenía que hacer, dimitir. Se acabó. Fin de la historia, hora de pasar a otra cosa. ¿Ha quedado claro?

—Seguro —dijo el azabache con voz y ojos serios.

Ella se preguntó por qué diablos le había hablado del salido de su ex jefe. No tendría que haberlo hecho. Era increíble lo que la gente podía llegar a contar para evitar decir otras cosas.

—Quiero que me des tu palabra —exigió—. No quiero que investigues quién era mi jefe. No quiero que lo sigas. No quiero que hagas absolutamente nada. Sólo que escuches como acabas de hacer. Eso es todo. En serio.

—Eso es una chorrada.

—No es una chorrada. Es... una cosa femenina. A las mujeres les gusta tener una amistad que escuche. A veces es lo único que necesita una mujer: alguien que la escuche.

Él levantó la cerveza y vació la mitad de un trago. Ella observó como su nuez se movía al tragar. Luego se recostó en el futón y la escrutó. Sakura pensó que parecía una pantera contemplando su almuerzo.

—No te hagas el Clint Eastwood, ¿vale? —Dijo ella cuando él dejó pasar un minuto en silencio—. Esto es un asunto mío que compartí contigo. Mío. ¿Lo entiendes? Mío. Asiente si me escuchas.

Contó hasta diez. Finalmente, con desgana, él inclinó la cabeza.

—Lo digo en serio, Sasuke. Prométeme que no te meterás en esto. Olvida a mi ex jefe.

—No me gusta. No está bien. Ese bastardo se pasó. Alguien tiene que enseñarle que eso no se hace.

—Lo sé. Lo entiendo. Tú no eres ese alguien porque esto no es asunto tuyo. Dame tu palabra de que no intentarás averiguar nada sobre él, no te acercarás a él, no le harás nada de nada.

—De acuerdo. Si es lo que quieres —aceptó él por fin, cuando ella ya perdía la esperanza.

—Es lo que quiero.

—Vale entonces —gruñó él, con cara de querer romper algo—. Tienes mi palabra.

Sonó el timbre del horno.

—El pan de ajo —dijo ella, animosa—. Vamos a comer.

La lasaña no tenía salvación, pero al menos había ensalada y pan de sobra.

Sakura le ofreció a Sasuke vino u otra cerveza. Eligió cerveza. Ella dejó la botella de vino en la encimera.

— ¿Tú no vas a beber? —preguntó él.

Era la oportunidad ideal. Podía explicarle que no iba a beber vino porque estaba embarazada.

—No —dijo, sin más. Él no la miró con extrañeza ni le preguntó si tenía algo más que contar. Apartó una silla y se colocó la servilleta en el muslo.

Comieron. No tardaron mucho.

Después, él le ayudó a recoger la mesa. Ella estaba metiendo el último plato en el lavavajillas cuando él se acercó por detrás. Sintió un cálido cosquilleo en la piel. Cerró el lavavajillas.

— ¿Café? —preguntó, irguiéndose.

—No, gracias —colocó sus grandes y cálidas manos en su cintura.

—Tengo unas galletas fantásticas. De chocolate amargo con trocitos de chocolate blanco... —dijo ella, controlando un jadeo deseoso.

Él se acercó más. Adoraba el calor de su cuerpo. Notó que ya estaba excitado, su erección rozó la parte baja de su espalda, provocándole anhelo, derritiéndola.

—Nada de galletas —apartó su cabello a un lado y le besó el cuello.

Ella suspiró, aunque intentó no hacerlo. Él deslizó las manos hacia sus caderas. Sakura se convirtió en fuego líquido. No sabía qué tenían esas manos, esos labios, ese cuerpo, para hacerla reaccionar así.

Química. Era pura química. Maravillosa.

—Sasuke—suspiró. Alzó la mano y la colocó en su nuca, acercándolo cuando tendría que estar alejándolo. Su cabello era espeso y sedoso; enredó los dedos en él—. Sasuke...

—Mmm... —él sacó la lengua y lamió el lateral de su cuello. Luego rascó con los dientes el lugar que había lamido.

Ella no pudo detenerse. Se frotó contra él, que gruñó y la apretó contra sí, haciéndole sentir lo que tenía intención de darle.

Sakura supo que estaba perdiendo la partida. Otra vez. Gimió de deseo y frustración.

Era la tercera vez que Sakura se había impuesto la tarea de darle la noticia, y a la tercera iba la vencida. Se había jurado que se lo diría. Sin embargo, allí estaba, con los dedos en su cabello, arqueando el cuerpo y ladeando el cuello para que siguiera besándola allí.

Él trazó un camino ascendente de besos hasta llegar al lóbulo de su oreja. Lo lamió.

—Oh, Dios —murmuró ella.

—Tu piel —dijo él con un gruñido grave y viril—. Tú aroma. Me vuelves loco, ¿lo sabías?

—Oh, Sasuke. Lo sé. Lo siento.

— ¿Lo sientes? —dejó escapar un sonido que podría haber sido una risa o un gruñido.

—A mí me ocurre lo mismo.

Entonces esas asombrosas manos se posaron en sus hombros y la giraron hacia él. El cuerpo de ella se curvó hacia el suyo y alzó la boca buscando sus labios, incapaz de hacer otra cosa.

Él aún olía levemente a humo. Pero también olía... delicioso. Tentador de una forma que era incapaz de definir. Un olor viril y limpio. Un aroma que la atraía, le hacía anhelarlo y olvidar que no era el hombre adecuado
para ella.

Deseaba más, a pesar de que se sentía avergonzada de sí misma. Se había jurado que esa noche sería distinta de todas las demás y allí estaba, en sus brazos. Había sido una tonta al pensar que podría evitarlo.

Entonces él la besó. Su boca le hizo olvidar los últimos atisbos del mundo real; su obligación de decirle que iba a ser padre se desvaneció. Sólo quedó su tacto, su sabor, la fuerza de los brazos que la rodeaban, la suavidad de la bella boca que la besaba.

Fue un beso largo, profundo, húmedo y maravilloso. Como todos sus besos desde el primero, que había sido en marzo, tras salir del estudio de danza donde su sobrina, Naru, acababa de actuar. Esa noche habían ido a casa de él.

Después habían hablado de que lo ocurrido había sido inevitable, imprescindible para sacarse el deseo que sentían el uno por el otro.

Algo que no volverían a hacer...

Él alzó la cabeza, pero sólo para ladearla hacia el otro lado y seguir besándola. Ella nunca se cansaría de esos besos. Ni siquiera tenía sentido intentarlo.

Levantó la cabeza una segunda vez y, como no empezó a besarla de inmediato, ella abrió los ojos.

— ¿Sasuke?

La contemplaba con ojos oscuros, tan negros como una noche sin estrellas.

—Cuando te toco, sólo deseo tocarte más —sus dedos mágicos empezaron a trazar dibujos eróticos en la base de su columna—. Siempre es igual. Desde que nos conocimos, el día en que murió Candy, ¿lo recuerdas?

Candy era la perra de su sobrina. Había sido ya vieja, y muy dulce.

—Sí. Lo recuerdo. Me dio mucha pena. Y Naru estaba inconsolable. Entonces entraste tú y quise saltar sobre ti allí mismo. Me sentí fatal por eso. Naru acababa de perder a su adorada mascota y yo sólo podía pensar en ponerte las manos encima. Por todo el cuerpo.

—Yo sospeché de ti —soltó una risita grave y sexy—, por aparecer de repente, de la nada.

—Lo sé.

—Y tampoco podía aguantarme las ganas de tocarte, de hacerte todo tipo de cosas eróticas.

—A mí me ocurrió lo mismo —deslizó la mano por su musculoso brazo. Bajo la manga de su camisa negra, de punto, su piel era cálida y sedosa. Suspiró.

—Pero esta noche tienes algo en la cabeza, ¿verdad? —preguntó él, frunciendo el ceño.

A ella se le hizo un nudo en la garganta y tuvo que tragar saliva.

— ¿No es verdad? —insistió él—. Aparte de lo del imbécil de tu ex jefe a quien no me permites dar una paliza.

El corazón de ella, que un minuto antes se había acoplado al ritmo pausado e insistente que le inspiraban sus besos, empezó a latir con fuerza bajo sus costillas. Sentía una incómoda sensación de angustia en el estómago. Iba a tener que hacerlo. Sin más dilación.

Tenía que hacerlo. Ya.

— ¿Qué es? Dímelo —la animó él.

Sin darse tiempo a dar marcha atrás, abrió la boca y se forzó a decir las palabras.

—Estoy embarazada.  

Matrimonio en PrácticasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora